Barbarie
Francisco Rodríguez miércoles 26, Nov 2014Índice político
Francisco Rodríguez
El caso de Iguala, Guerrero, aparte de constituir el punto de quiebre de la crisis de seguridad que sufre el pueblo de México, ha sido ya juzgado por la comunidad internacional, que ve la proliferación de fosas repletas de mexicanos, “ajusticiados “ y desollados en vida, nos remonta a querer o no a los “campos de la muerte”, donde el ejército camboyano masacraba a los insurrectos.
Véase la historia reciente: Cuando el impresentable criminal Eduardo Robinson Bours mandó a incendiar la guardería ABC en Hermosillo y produjo la matanza de medio centenar de niños, Calderón y el régimen panista llegaron a temer y a sudar frío en espera de indirectas consecuencias inevitables, provenientes del reclamo internacional, por no mantener la tranquilidad acá en el rancho.
Importantes funcionarios, miembros del primer círculo de poder, enviados ad hoc para investigación y recuento de daños, regresaron de Hermosillo llorando, pidiendo clemencia, relatando en voz alta las dantescas escenas de lo observado con cuerpos de bebés calcinados.
El ejecutor material del incendio, convicto y confeso, anda libre. Íntimo de Bours, en su momento sólo recibió, como consta en actas ministeriales —y después de haber sido balconeado por un travesti— “una severa reprimenda del gobernador, por no haber quemado los archivos en horario nocturno”.
Matanza de bebés, discapacidades provocadas a muchos otros, que aún sigue impune.
¡Qué reforma educativa ni que nada, acuéstense y quítense los calzones, diría cualquier dictador de un pasado trágico que nos persigue insolente y demoníaco!
Las masacres de Tlatlaya, Ayotzinapa, Hermosillo y las que se acumulen, tienen un denominador común: se llama impunidad; se llama ignorancia; se llama enfermedad de poder; se llama heroína… ¡se llama locura!
Lo que pasa es que cuando los que mandan creen que mandan, también creen que ellos son los que perdonan a los que transgreden las bases de convivencia… lástima que nunca es verdad.
Todo se descubre hasta que ya es demasiado tarde…
Indice Flamígero: Excepcional guerrerense, don Raúl D. Domínguez ha dirigido una carta al titular de la PGR, que vale la pena consignar: “Ayotzinapa es la sevicia, la codicia y la estulticia de esa cruenta, rata, tonta e ignota gubernatura de Ángel Heladio Aguirre Rivero (a) Ángel A. Rivera y ésta es una criatura única y esperpéntica del capo Rubén Figueroa Alcocer “Burrén Figuermex”, “Ex-chómpiras”, por los sangrientos hechos notorios que ninguna prueba requieren; en la especie se trata de su política pública local de “matar o secuestrar y luego enterrar e incinerar en fosas clandestinas”; son un par de sujetos sin código de honor, sin valores morales y sin principios éticos; ambos son responsables de delitos de lesa humanidad que no prescriben y deben ser consignados por el procurador de la República ante el juez penal federal del reclusorio de alta seguridad en Almoloya, Edomex.
Tal capo y su valido encarnan una haragana casta, entronizada en la vida pública guerrerense desde el inicio de la revolución armada el 28 de febrero de 1911, cuándo sus tíos Ambrosio, Rómulo, Francisco y Andrés Figueroa Mata se fueron a la bola y son señores de horca, cuchillo, carabinas 30-30, pistolas colt 22, 9 mm y 45 expansivas o ametralladoras Mini-Uzi, AK-47 & Barret 50; desde hace 103 años son los caciques en Guerrero. Los Figueroas de los años 90’s son una banda de juniorcitos, como Rubencito Figueroa III y Rubencito Figueroa IV, que a sangre y fuego con papito-abuelito están tratando de controlar Acapulco y el Congreso estatal, uno se empeña en ser alcalde de Acapulco y el otro diputado local; uno es de Huitzuco, casi cincuentón sin oficio ni beneficio y sin residir en aquel puerto, quiere llegar ahí como satélite, es Sputnik y, el otro, es Velasco; qué asco de malandrines; el abuelo de éste ha amenazado de muerte al remitente y ordenó asesinarlo al intrauterino del gobierno de Guerrero 1996-1999, por ese real y fatal motivo, a esos ex-gobernadores, el remitente les perdió la confianza. De la banda de los Figueroas, solamente se salva del juicio adverso de la historia: Rubén Figueroa Figueroa, un hombre que siendo senador de la República, estuvo secuestrado más de cien días en 1974, o sea, antes de ser gobernador de Guerrero y durante ese lapso, por lógica jurídica, resultaba imposible que él conociera y reconociera lo que hiciera su hijo Rubén Figueroa Alcocer, para rescatarlo de sus secuestradores; entonces y en síntesis, los 500 desaparecidos guerrerenses en esos días, no pueden ser imputados al padre, sino al hijo”.