México, el gran interregno
Francisco Rodríguez miércoles 19, Nov 2014Índice político
Francisco Rodríguez
A velocidad turbo, transitamos en México por un camino vedado: Vamos cruzando la delgada línea fronteriza que define la tierra de nadie, donde cohabitan las omisiones de la autoridad, la impunidad de la delincuencia, la cobardía de la oposición de “izquierdas” y la pusilanimidad de las “derechas”.
Y ya vamos hacia la tierra del miedo, donde reina la anarquía, provocada por el temor a la tragedia, tan consustancial a nuestro ADN. ¿Por qué será?
En este gran interregno del pasmo y la catatonia, el poder civil está ahogándose, materialmente, en un vaso de agua.
La anegación de sus mitocondrias ha sido causada por la tormenta perfecta del concubinato integrado por la ignorancia de sus alfiles.
Los habitantes, que lo único que quieren es respeto, seguridad e integridad, se preguntan —si así pasa lo que ha pasado—: ¿cómo reaccionarían las “autoridades” ante una crisis de regular tamaño?
Lo verdaderamente trágico es que quienes tienen el mando no están preparados.
Por lo anterior, ni siquiera alcanzan a esbozar esquemáticas acciones de previsión, disuasión y aplicación mínima de reglamentos de buen gobierno para la tranquilidad vecinal.
Vaya, hasta de ordenanzas para jueces que otorguen una habitabilidad aunque sea marginal. Y por tal, la furia sigue creciendo.
Tanto le temen al fantasma de la represión que con su cortedad la provocan, la azuzan.
La omisión ante el delito y la ostentación de lo mal habido del presupuesto hacen una agria mezcla, difícil de tragar.
Se hace presente la aforisma de los delincuentes: en tierra de ciegos, el tuerto es rey. ¡Viva la ceguera colectiva!
Cómo dicen en el norte, ya está muy viejo el loro para aprender a hablar. Una legítima reclamación ciudadana sobre justicia criminal, se convirtió en un alud de rebelión que nadie podrá detener. Nadie a la vista. ¿Imposible?
SE VOLTEARON LOS PAPELES
Hay desesperación generalizada ante una “política” económica que ha secado las fuentes del circulante monetario. Destruyeron la base productiva, ¡en sólo dos años!
Impusieron protocolos para “atender” al colectivo.
Arrasaron, para su beneficio, con todo lo que quedaba en pie.
¡Y para que nos eduquemos, todavía nos endeudan hasta el cogote!
Creyeron que su corta existencia y sus “diez minutos de fama” -se redujeron a tres— les daba derecho a disponer de los patrimonios nacionales.
Se burlaron de los derechos elementales a la alimentación, al trabajo, a la seguridad, a la vida.
Hoy son unos esperpentos en busca de comprensión y solidaridad, la misma que pisotearon con prepotencia y estulticia.
Habitan en la tierra del miedo. ¡Que con su pan se lo coman!
Ojalá estas expresiones de rabia y descontento nacional, siquiera sirvan para ubicar en el mundo a estos mentecatos, venidos a más, por obra y gracia de nuestra ignorancia en el sufragio.
La verdadera nación —no la que agoniza usurpada en los recodos y cuchicheos de Palacio— se los agradecerá.
¡Y nosotros, también! Sería el único final feliz de este culebrón trágico.
Índice Flamígero: Víspera del festejo revolucionario –sustituido por el Buen Fin de los mercachifles, y apoyado en propaganda con nuestros recursos vía el SAT— y es menester recordar lo que, respecto al movimiento armado iniciado en 1910, escribiera José Vasconcelos: “La fundamental justificación de los sacrificios que demanda una revolución, es que ella sea medio para crear un estado social más justo y más libre que el régimen que ha destruido, o se intenta destruir”. Y ante ello cabría preguntar si ese millón de muertos, la destrucción de la incipiente infraestructura y el derrumbe de la economía durante casi diez años, sirvieron para efectivamente crear un estado social más justo que el establecido por Díaz.
La respuesta es no. “En las revoluciones verdaderas, la táctica suele ser extremista, pero el objetivo tiene que ser prudente. De otra manera, el abuso provoca la reacción y empeora, a la larga, las cosas, en vez de corregirlas”, escribía la primera víctima de la aplanadora tricolor. La que en los discursos enarbolaron casi todos los presidentes en funciones durante los casi 70 años que esa revolución duró en el poder, abusó en todo sentido y claro, provocó alzamientos, movimientos obreros, estudiantiles, de profesionistas y claro, guerrillas. ¿Cómo las de ahora que vivimos en el límite tras la restauración zedillista?