De conjuras externas y otras mafufadas
Francisco Rodríguez jueves 13, Nov 2014Índice político
Francisco Rodríguez
Preocupantes, muy preocupantes, por su ingenuidad provocadora.
Vea usted, si no, los boletines de prensa que tratan de culpar a fuerzas del exterior de querer sembrar caos en México, con motivo del caso Ayotzinapa.
Pareciera que añoran el diazordacismo ordinario y evocan —46 años después— aquellos masiosarescos boletines que reseñaban a diario, en plena Guerra Fría, conjuras internacionales que se urdían contra la autoridad mexicana de mano dura.
Lo cierto, es que en aquel momento Gustavo Díaz Ordaz sí tenía el apoyo de los hechos para montar toda su esquizofrénica conducta: El embajador yanqui le había ofrecido su cargo —la noche del 27 de agosto de 1968— al mayor entorchado de aquel entonces. Y, patriota, el general Marcelino García Barragán mandó a los gringos a freír espárragos.
Así, entonces, las condiciones para el golpe estaban dadas, una vez que el Presidente había tomado la decisión de arrasar a los muchachos en el Zócalo, echándoles encima a cientos de soldados enmariguanados, a bayoneta calada, apoyados por tanquetas de guerra regular.
En aquellos días de 1968 “la muy noble y muy leal” ciudad de México estaba desierta. Los muchachos se habían refugiado donde pudieron, correteados por las fieras color aceituna. Las calles eran “patrulladas” sólo por el Ejército y los edificios sede del poder político estaban “acordonados”. Mejor, imposible.
Pero eso fue entonces.
Hoy, ¿a qué perro le quieren vender ese hueso de que la desestabilización exterior toca a nuestra puerta por la “intervención inusual” que está teniendo México en el mercado petrolero internacional?
What? Are you fucking kidding me?, pregunta el fantasmal Terminator a sus perseguidores.
¿“GOBIERNAN” LOS NAHUALES?
No. No se necesitan conjuras externas. Con la ineptitud y soberbia de nuestros nahuales —poseedores de esa habilidad de transformarse en una criatura mitad hombre, mitad animal, aunque a veces esta última crece en porcentaje—, no sólo basta, sino sobra.
¿A quién le preocupa lo que vayamos a hacer con las aguas profundas y el gas shale, que no sea a las petroleras que tienen un siglo extrayendo en México, como subcontratistas de Pemex? ¿Qué misterio recóndito cobijan? ¿Por quién doblan las campanas?, dijera Hemingway.
A estas alturas ¿todavía hay quien crea que la novia de rancho está angustiada porque los galanes de la capital quieren burlar su virginidad? ¡Brincos dieran! De eso piden su limosna los metecos locales. Afortunadamente, ya se les fue el tren. Lo que queda es arreglarnos con lo que hay. Y en el horizonte no se ven otros actores en disputa que no sean los de siempre.
REGRESAR A LA RACIONALIDAD
Lo que debe hacerse es empezar por lo racional: los gobernadores tienen que hacerle caso al Presidente. No es posible que los gobernadores se pitorreen de las decisiones y los enviados que llegan del centro, sólo por el antecedente de principios del sexenio, cuando en Bucareli juntaron a todos los delegados federales de las dependencias para apretarles las tuercas y decirles que su único jefe era el Presidente, que no hicieran caso a las presiones de los gobernadores. ¡Qué desconsideración!
Desconsiderados, pues desde siempre los delegados federales han sido enlaces. Y si rompen con los mandatarios estatales el diálogo se rompe. No es posible, además, que en apenas dos años hayamos creado siete organismos constitucionales autónomos, que lo único que hacen es consumir cualquier presupuesto y quitarle dientes —facultades ejecutivas—al Estado. Por eso hemos llegado al punto en que lo único que el Congreso federal debate en estas fechas del señor, es el uno por ciento del total del presupuesto de egresos. El 99% ya está etiquetado… ¡en gasto corriente!
Y los 50 mil millones de pesos que los diputados de todos los partidos reservan para destinarlos a obras que les reporten moches y les motive que se rasguen las vestiduras para así boletinar “destinados al agro y a la política social”. ¡Lástima de ropita!
Así no se puede. Seguirán hartando al pueblo. Hasta que ellos mismos se conviertan en un grupo de chimpancés habilitados con metralleta —nahuales, ciertamente, nahuales— que sólo esperen un insulto, eructado por un peatón, no digerible para su dignidad republicana y, entonces sí, se incendie todo.
NO SATISFACEN NECESIDADES REALES
En la apreciación de que la delincuencia organizada, como dice Eduardo Buscaglia, es una delincuencia de Estado, se contienen dos mensajes: existe porque sustituye la que puede ejercer el Estado desde su monopolio legítimo de poder, o existe porque el Estado, a base de ignorancias, frivolidades y displicencias, la promueve.
Cualquiera de las dos vías es trágica. Y cualquiera de las opciones es correcta. La gente protesta contra un insoportable vacío en las necesidades reales y de seguridad, mientras los jerarcas se abocan a comprometer todas sus energías en lograr sus sueños de portadas en revistas rosa de papel couché.
Mientras, en ese escenario, en el inter criminis, los verdaderos duros, aquellos que no han acaparado el escenario en los últimos 40 años, los vejados de siempre, velan el sueño, esperando la oportunidad.
“Quod ab initium vitiosum est tractu tempore convalescere non potest” —aquello que es defectuoso desde el principio, no se puede corregir con el paso del tiempo—, reza el adagio recopilado por Justiniano hace mil 600 años. Y no. Cierto. Nada se soluciona con el solo paso del tiempo, cual dice nuestro refrán sobre el árbol que nace torcido. Boletines con tufo diazordacista, triunfalistas… “¡No se avienten que hay lagartos!”, aconsejaba el legendario filósofo de Güémez, cuando buscaban su consejo. ¡No se avienten!