Una cárcel en los Estados Unidos
¬ José Antonio López Sosa miércoles 24, Sep 2014Detrás del Poder
José Antonio López Sosa
Chicago, Estados Unidos.- Concerté una cita con una persona de origen hispano que está recluido en una de las cárceles de Illinois, particularmente en la prisión del condado Cook —donde pertenece Chicago— para hablar de cómo transcurre la vida dentro de estos centros de detención, particularmente desde la visión de una persona de origen hispano.
Por obvias razones, mantenemos en el anonimato el nombre de nuestro contacto, quien espera una sentencia por tráfico de cocaína, que puede oscilar entre 7 y 15 años. Actualmente, lleva casi dos años en prisión y está esperando la determinación del juez.
Para hacer una visita en estas prisiones hay que hacer un largo trámite electrónico, registrar todos los datos personales del visitante y esperar una autorización (misma que hay que corretear a través del teléfono luego de llenar el formato electrónico).
De acuerdo al apellido del preso, existen ciertos días exclusivos para la visita; sin embargo, en teoría cuando uno puede comprobar que reside en otra ciudad o país, puede ser cualquier día. Así confiamos en ello y llegamos la mañana del lunes a la prisión para hacer efectivo el permiso que solicitamos semanas antes.
La sorpresa fue que de pronto las reglas cambiaron, sólo el día específico —que no era el lunes evidentemente— o después de las 4 o 5 de la tarde, si se lograba tener una autorización de alguien —no informan quién— dentro de la prisión. En síntesis, no pudimos entrevistar a nuestro contacto, no nos lo permitieron, sin embargo, pudimos desde el centro de primera inspección notar características particulares y platicar con gente alrededor de la cárcel que va a visitar a sus familiares.
En esta cárcel viven más de 7 mil presos (hombres y mujeres, separados, claro), de acuerdo a las conversaciones que tuvimos con visitantes, la policía se muestra prepotente, especialmente con los afroamericanos e hispanos para permitir las visitas, lo ven —comentan— como si fuese un privilegio y no un derecho el visitar a las personas que se encuentran recluidas.
De acuerdo a nuestros informantes, el trato es deleznable dentro de prisión, es evidente que no se espera un trato cordial a quienes han delinquido, asesinos, violadores, tratantes, narcos, en fin, sin embargo, este país que habla de los derechos humanos alrededor del mundo, los aplica muy a su manera, de acuerdo a lo que nos comentan personas que frecuentemente visitan familiares o amigos en esta prisión.
Los filtros, como en cualquier prisión, son exhaustivos, no se permite ningún aparato electrónico desde el primer filtro y el registro de datos personales de los visitantes es muy riguroso.
La intención de visitar este centro de readaptación social es para entender el destino que podrían tener miles de inmigrantes —mexicanos sobre todo— en caso que la migración ilegal se convirtiera en delito, como buscan muchos republicanos en este país.
En otros sitios de los Estados Unidos las prisiones están concesionadas, hecho que resulta peor, pues la readaptación social se convierte en un negocio redondo para públicos y privados, como pasa en el estado de Colorado.
MÁS VUELOS QUE EQUIPOS: UNITED AIRLINES
Para no perder la costumbre, United Airlines nos dejó varados a un importante número de mexicanos que viajábamos de Chicago a la ciudad de México vía Houston, la aerolínea argumenta retraso en sus operaciones en Los Ángeles (hecho que no existió), nos confía gente de la línea aérea en el aeropuerto O’Hare, que programan más vuelos de los que tienen capacidad, sin importar si dejan en largas esperas a los pasajeros, tal como narramos que sucede en Venezuela con CONVIASA. Así pues, a perder un día por cortesía de United Airlines y sus verdades a medias.
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