Enredados • (IV)
Cultura, ¬ Edgar Gómez Flores viernes 22, Ago 2014Cuéntame algo para no morir
Edgar Gómez
- Lalo pudo continuar escuchando la conversación, pero supo que no tenía todo el antecedente de la plática de esta pareja y quizá no tenía el antecedente más importante
Parte 4-final
Terminó de desayunar y pagó la cuenta. Lo hizo con la misma rutina de siempre, sólo que ahora con un dolor de cabeza generado por el alcohol y el remordimiento del día anterior, más por Paty que por aquéllos a quienes había insultado la noche anterior.
De ahí caminó por la avenida de los Insurgentes, ésta por donde corre el Metrobús de la ciudad de México y pudo ver en su paso el ambiente de dolor, tristeza y principalmente de consternación de las personas que manoteaban mientras hablaban con su celular o caminaban con la mirada perdida. En verdad la ciudad parecía desolada para las personas que la caminaban. Pero Lalo notaba un ligero aire de frescura en su caminar por el asfalto. Además la noticia que le había dado Mari, la mesera de la cafetería, le hizo esbosar una sonrisa que parecía, entre satisfacción e interés a lo que podría venir.
Así atravesó el Paseo de la Reforma, la Zona Rosa y cruzó dos cuadras más después de la Glorieta de los Insurgentes. Viró a la izquierda y subió por las escaleras para intentar llegar al piso quinto, el cual alojaba su oficina. Sin embargo, en el piso cuarto llamó su atención los manoteos de una pareja de dos jóvenes de aproximadamente veinte años. Él la tenía tomada del puño de la mano derecha y con ojos que parecían escupir fuego le decía: “mira putita he permitido que le sonrías al Javier, el de mensajería, quizás por estúpido, pero la verdad me había acostumbrado a pensar que eran buenos amigos y que el coqueteo era parte de tu personalidad. Pero las fotos que te manda ese desconocido (!para mí claro!) con los mensajes cursis de <<para que te animes>> no lo voy a permitir. Así es que me cuentas todo o te prometo que reviso todos los mensajes que te has mandado para que de una vez por todas nos quede claro que clase de mujer eres”. Ella en un arrebato, envalentonado por la presencia de Lalo en el descanso de la escalera, le dijo: “escúchame bien Alberto si fueras un poco más inteligente te darías cuenta que la fidelidad de las mujeres sólo está en tu cabeza. Quieres mejorar tu autoestima con mi fidelidad y eso es tu problema, no el mío. Siempre te he querido y podría decirte que te he amado. Pero si me he mensajeado con alguien o con algunos, para decir lo menos, es algo que a ti no te importa. Por un momento pensé que podíamos convivir amándonos y teniendo un desfogue sentimiental y por momento sexual, lejos de nosotros. Pero te salió lo “machito”, lo primate, lo estúpido y lo hipócrita, qué crees que no sé con quien te acuestas cuando me doy la vuelta. No necesito revisar tus mensajes de facebook o de tu celular, sólo necesito tener un poco de cerebro y de conexión sentimental contigo para saber que no te cae nada mal, de vez en cuando, “subirte” donde se te antoja”.
Lalo pudo continuar escuchando la conversación, pero supo que no tenía todo el antecedente de la plática de esta pareja y quizás no tenía el antecedente más importante: Lo que implicaba tener celular y una cuenta en las redes sociales. Por esto, continuó subiendo las escaleras. Entró por la puerta principal de la oficina, con una sonrisa amplia, saludó a Judith la recepcionista que siempre lo recibía con amabilidad que por momentos se confundía con un poco de coquetería. “¿Qué tal Judith, cómo va tu día?”. Ella lo volteó a ver y con algunas palabras murmuradas y ojos de enojo le dijo, “no mejor que a usted licenciado”.
Y cruzó el pasillo, el cual lucía un poco vacío, como esos días que se trabaja medio día y quince minutos antes las personas empiezan a programar su salida anticipada. Pero algunos estaban ahí pegados a los teléfonos y a los celulares. Pasó junto a Gerardo Anaya, pero éste ni se percató. Como muerto en vida, lo vio pasar con ojeras del tamaño de la cara y abrumado. Como si arrastrara los pies. Lalo entró a su oficina, pero fuera de la costumbre, ahora dejó la puerta abierta. Y pudo escuchar la conversación de su asistente contable, Anita, quien con voz entrecortada le decía a su marido: “no Vicente, no lo tomes a mal, la Valentina es mi amiga y si bueno, hemos tenido algunos encuentros íntimos, pero son para pasar el rato, ya sabes una luego se siente confundida.” Después de unos segundos de silencio retomó la discusión: “entiende por favor, cuando le dije que la amaba, era un decir. También las amigas se aman…” otro silencio. “Pero Vicente, por favor, los niños no deben enterarse, esto es algo entre tú y yo…” inmediatamente se escuchó un azotón del teléfono y como en un velorio donde la viudad en una esquina solloza, así se escucharon los sollozos de Ana, como si sufriera en verdad. No sabía Lalo si por el dolor de su inminente separación, el dolor del desenmascaramiento de su vida oculta (la cual Lalo conocía muy bien) o por no haber tenido delicadeza de hablar un poco más bajo y enterar a toda la oficina de su preferencia sexual.
Pasaron un par de horas donde, en el ir y venir de su oficina al baño, Lalo pudo enterarse de un par de historias más y otras de inferirlas con los ademanes y gesticulaciones de las personas que parecían buscaban controlar algo que parecía se tornaba imposible. Por la tarde revisó las noticias en línea en su computador y pudo ver el texto:
“Se separa del cargo el jefe de gobierno del Distrito Federal. El mensaje identificado por un reportero de este medio puso entre las cuerdas al alcalde de la ciudad de México: <<pinche gente jodida, si aguantan el hambre que no aguanten un año más la línea doce del metro suspendida>>. “Ahora que se muera de hambre él durante unos años”, señaló el líder de la bancada de la oposición en el Congreso local. El alcalde sólo dijo las siguientes palabras a la salida del Palacio del Ayuntamiento “una desafortunada conversación personal en mi teléfono oficial, sólo eso. Una disculpa a todos.”
De ahí pasaron a los mensajes relacionados con abusos sexuales a menores de parte de jerarcas de la Iglesia católica y a encuentros homosexuales entre personas de la farándula. Mientras escuchaba estas noticias, como si fuera música de fondo, Lalo veía como el mundo a su alrededor se rerrumbaba, y por otro lado también contemplaba como el día mejoraba minuto a minuto, en su clima, en su ambiente y en un resplandor nostalgico del sol del atardecer que encontraba las rendijas en las persianas de su oficina.
Fue en este momento que recordó a Paty, por lo que tomó un papel que ella le había dejado en su mano mientras platicaban en la barra del bar del día anterior y por primera vez, después de mucho tiempo, marcó un teléfono celular. Ella contestó: “si diga” “Paty, hola soy Eduardo, ¿cómo estás?. Espero no estés enojada por lo de ayer”. Paty suspiró y le dijo: “no me hablarás para burlarte ¿o si?, o acaso quieres decirme <<te lo dije>>. O ya sé, seguro quieres ratificar que también soy una <<hija de puta>> como todos los demás de la fiesta de ayer”.
Lalo, hizo una pausa un poco fingida y le dijo: “no Paty, no me interesa ninguna de tus opciones, sólo me quedé con remordimiento de lo que te dije ayer y lo que le dije a los demás. Mi llamada sólo tiene el fin de saber cómo estás y si me aceptas una invitación a cenar. Me quedé con ganas de decirte cuánto me gustas. Quizás hasta podemos llegar a un acuerdo. Empiezas a leer un libro en papel, de esos que parecen antiquisimos y yo me compro un celular para estar en contacto contigo más seguido. ¿Cómo ves?”
Paty, suspiró y ahora nuevamente Lalo se le hizo atractivo. Fue como un soldado poniendo su bandera en un campo destrozado por la batalla. Así lo vio. Al final de ese suspiro y del pequeño silencio que los volvió a encontrar Lalo le dijo: “No quiero que pienses que no estoy enterado de todo lo que pasa, tampoco soy un ermitaño. Ahora quiero disfrutar mi victoria (personal o social, no me queda claro). Pero también no quiero que empecemos esto con una desventaja de tu parte. Qué te parece si ahora que cenemos te platico todos mis deslices amorosos. En lugar de verlo clandestinamente en una computador yo te lo platico. Quizás hasta mis infidelidades a mis parejas me hacen ver más atractivo a tus ojos y en un día de suerte hasta te enamoras de mí. Ambos colgaron el teléfono y suspiraron, ambos también soltaron una carcajada de felicidad y de burla a su entorno, mientras éste… empezaba apenas su anochecer.