El albur sobrecogido
¬ Humberto Matalí Hernández lunes 19, Sep 2011Al son de las fábulas
Humberto Matalí Hernández
Camaradas: hay aquí entre nosotros varias
damas y mucha gente educada; por eso les
suplico que no digan chingaderas…
Armando Jiménez / Nueva Picardía Mexicana
Esa manía de fingirse muertos nos dejan sin cronistas, sin la presencia física de los seres que formaron la memoria del siglo pasado y de la historia, tan agarrada de los pelos por las fiestas del Bicentenario. Ahora fue el recopilador, experto y conservador del Albur, así con mayúscula, que no mayúsculo, don Armando Jiménez a los 92 años y cuando preparaba nuevas obras populares. Como una guía de los lugares subterráneos del DF. También es conocido como “El gallito inglés” pícaro y alburero dibujo.
Primero fue “Picardía mexicana”, con cerca de 50 ediciones. Después apareció “Nueva picardía mexicana” también editada y reeditada varias veces. Son obra del escritor y cronista del albur, la leperada y el humor, tan sencillo que firma A. Jiménez. Es un sabio en la idiosincrasia de los habitantes de este país. Autor que es seguro no tiene oportunidad de ganar el Premio Nacional de Letras o el hispánico Cervantes, pero cuenta el mayor reconocimiento de los incontables lectores, aficionados y practicantes del arte lingüístico del albur, calambur y usos y costumbres.
Con el cambio de siglo y milenio, desde algunos años de atrás “Picardía mexicana” es un espléndido estudio filológico y social, además de un excelso diccionario, que según el doctor en lengua, que nunca mengua, aún estaba por perfeccionar, sobre el habla común de las mexicanas y los mexicanos, según el pendejismo en la terminología oficial neoliberal. Reúne lo mejor del albur mexicano y el humor callejero, pero para demérito y del ya merito de la obra del maestro A. Jiménez las groserías, las leperadas perdieron su valor. No tiene caso decirlas o gritarlas cuando jovencitas y niñas púberes, con gran desfachatez, las sueltan en los lugares públicos. Además de asumirse en poseedoras de órganos sexuales masculinos, para aplicarlos en burdos y mal armados albures y formas de expresión de dominio y triunfo viriles sin picardía y sentido alguno. Desde luego es resultado de la liberación de la mujer, la igualdad de géneros y la agradable ocupación femenina en los trabajos, actividades, deportes y demás acciones para las que el hombre era el único capaz. El problema es que las bellas olvidan que la diferencia lo es todo y donde vale más conservarla, por más quintos que se tengan y la verdad no abundan.
“Al son de las fábulas” no es guardián de la moral ajena. Pero exige en bien del lenguaje, que no se empobrezca más el habla de los mexicanos. Por desgracia para el idioma español en las reuniones de los doctos lingüistas y escritores para analizar y revisar el lenguaje español, no abordan la defensa y permanencia de esas formas de utilizar el lenguaje español, que según noticias sufre el mismo deterioro en todas las zonas hispanohablantes.
Como si eso no bastara, la destrucción de la lengua española, aumenta por la estulticia e ignorancia de los políticos, que inventan palabras con estúpidas y fuera de lógica, para impresionar con sus demagogias.
Así sin albur final, tranquilamente hace unos días el maestro Armando Jiménez, que firmó sus obras como A. Jiménez, se unió a los otros cronistas que desaparecieron en estas últimas semanas, Gabriel Vargas, Carlos Monsiváis, y ahora él, en unos cuantos días los mexicanos perdieron a tres de los más importantes recuperadores de la vida cotidiana, de la auténtica popular, no la de los programas televisivos, telenovelas, comicidad forzada y estulticias de los políticos y demagogos gobernantes, incapaces de aprovechar la materia gris con los que natura los dotó.
Con la desaparición física seguro los editores lanzarán nuevos tirajes de las dos “Picardías Mexicanas”, pero eso no termina con el terrible empobrecimiento de que ya no tiene sentido ser malhablado. La competencia realizada por las mujeres de todas las edades y clases sociales, que intentan expresarse en buda imitación de los léperos de barrio, no enriqueció, hasta el momento, el lenguaje popular. Lo empobreció y llevó a extremos de vulgarización sin sentido. Acudir a los refugios varoniles que fueron las respetables cantinas, es exponerse a escuchar a elegantes damas mentarse la madre e insultar a grito abierto a los malvados hombres. Pero sin José Alfredo Jiménez, primo del autor de “Picardía mexicana”, compañero musical ideal de todo defensor del machismo que se respete. La verdad los machos se abochornan ante el hablar femenino cantinero.
La importancia de las groserías en el lenguaje de los mexicanos la demuestra el nobel de literatura, Octavio Paz, en el elogio y análisis del verbo “chingar” como parte de “El laberinto de la soledad”. Requerido por A. Jiménez para escribir el prólogo de “Nueva picardía mexicana”, el nobel mexicano no concluyó el introito -y no es albur-, porque el texto se convirtió en el estudio “Conjunciones y disyunciones” publicado por Joaquín Mortiz en 1969. Parte de ese texto lo aplica por el poeta Paz como prólogo de la nueva obra de A. Jiménez: “Nueva picardía mexicana es un libro de imaginación, mejor dicho; es una colección de las fantasías y delirios verbales de los mexicanos, un florilegio de sus picardías imaginarias. Todas las flechas, todos los picos y aguijones del verbo picar, disparados contra un blanco que es, a un tiempo, indecible e indecente”.
Pero sabio en sus textos, Octavio Paz define: “Contrasta la riqueza de las invenciones verbales de la “Nueva picardía mexicana” con la rusticidad y aún gazmoñería del sistema ético subyacente en la mayoría de los cuentos y dichos.” Después borda esta fina figura: “Aquí sí hay lenguaje en movimiento: continua rotación de las palabras, insólitos juegos entre el sentido y el sonido, idioma en perpetua metamorfosis”.
Esa es la riqueza del lenguaje que se pierde al restarle importancia a la grosería, a la picardía, al albur y el insulto ofensivo y defensivo. Es un contrasentido. Al vulgarizarlos pierden la razón de ser.
Por fortuna, se consiguen ediciones de “Nueva picardía mexicana” y en alguna que otra librería de viejo “Picardía mexicana”, impresas antes de la globalización editorial. Este reportero pide disculpas por no acudir a los textos escritos por el maestro A. Jiménez, pero la tinta periodística no soporta algunos de los albures y menos las “malas palabras” según otro clásico, pero conservador, “El manual de Carreño”.