Enredados • (III)
Cultura, ¬ Edgar Gómez Flores viernes 15, Ago 2014Cuéntame algo para no morir
Edgar Gómez
- Lalo, no entendió palabra alguna. En un primer momento pensó que <<el jefe>> había prohibido las redes sociales en las computadoras de la empresa
Parte 3
Pasaron algunos minutos para que el sueño lo invadiera. Y así lo hizo. Ya al amanecer, por una rendija de la ventana de su departamento, el sol abrió los ojos de Lalo, como recordándole el día anterior, en cámara lenta. Palabra a palabra, paso a paso y haciéndole revivir el éxtasis de la individualidad. Cuando intentó de un brinco poner los pies al costado de su cama, se percató del alcohol ingerido unas horas antes. Recordó a la lejanía los gritos de Paty fuera del bar, los manotazos que había dado mientras hablaba y la cara de algunos estupefactos cuando los nombró <<hijos de puta>>. En ese momento se dio cuenta que algo no estaba bien en él o tal vez él no estaba bien con ese <<algo>>, el cual empezaba a ser omipresente.
Con esfuerzo pudo desenredar las sábanas y una cobija de su cintura, como si algún ser mitológico lo quisiera llevar nuevamente hacia el palacio de Morfeo. Pero logró safarse con dificultad. Saltó de la cama, tomó las sandalias que lo habían esperado algunas horas, de ahí se encaminó a la ducha. Mientras el agua escurría por paredes y suelo, dentro del cancel de aluminio que había puesto meses atrás, empezó a rasurarse con poco estilo y poca eficacia; esto, por las cortadas que logró sentir y la sangre que vió escurrir, combinada con la espuma del jabón. Al final logró terminar el ritual de cada mañana.
Tomó uno de los trajes oscuros que, bien planchados, lo esperaban cada día. Acomodó cada una de las tarjetas en su cartera y papeles que había desordenado en su colérica llegada de horas atrás. Justo antes de abrir la puerta del departamento, se percató de la hora. Las nueve y media. Regresó de inmediato a su teléfono inalámbrico y marcó a su oficina con Lupita, su secretaria. Una señora encantadora de unos cincuenta y cinco años, que siempre le hicieron pensar a Lalo que había tomado el papel de abuela al principio de sus cuarentas. “Hola Lupita, soy Eduardo, voy a llegar un poco tarde, tuve una noche muy mala. Espero estar por allá como a las once. Por favor si marca el jefe, coméntale esto” Lupita con una voz sollozante balbuceó: “Venga con calma, licenciado, ya vé como está lo del feis y lo del juatsap, la cosa está muy rara en la oficina y según las noticias, están pasando cosas difíciles. Yo no sé mucho de esto, usted debe saber más, es joven y quizás pueda decirme hasta donde llegaremos con esto”.
Lalo, no entendió palabra alguna. En un primer momento pensó que <<el jefe>> había prohibido las redes sociales en las computadoras de la empresa. Sin embargo, no puso mucha atención y lo único que le extrañó fue no sentir la misma cólera, cuando de los labios de Lupita escuchó la palabra feis y juatsap. Quizás siempre se identificó con ella en estos temas; ella por la ignorancia en su uso y él por el odio que había estructurado a estas aplicaciones, hasta con discursos prediseñados. Caminó hacia el trabajo, el cual se encontraba a unos dos kilómetros de su departamento. Casi no realizaba este esfuerzo, pero ahora quería dejar la estela de alcohol en el medio ambiente. Justo desayunó en el costado del monumento a la Revolución, en Avenida de la República, en la cafetería que conocía desde los años de la universidad. Donde lo trataban con como si desayunara en la casa de alguna tía o de su abuela. A lo lejos veía las noticias. No entendía bien, pero podía asegurar que las escenas no eran cotidianas: Un hombre colgado en un departamento estilo europeo con algunos colores parcos en el interior y el exterior con una fachada de ladrillo; quizás como si fuera un departamento londinense. Por otro lado, el alcalde de la ciudad de México en conferencia de prensa, con “cara de muerto” pensó Lalo. En eso recordó el encabezado de La Prensa, periódico amarillista: “Murió y nos enredó”. Aún así no entendía ni remótamente qué pasaba.
El volumen del televisor era muy bajo. Levantó la mano para hablar con Mari, la mesera que lo había atendido todos los días desde hace cinco años. Venía con los ojos rojos, con unos lagrimones y con una voz que permitía entender sólo ciertas palabras. “¿Qué pasó mi Lalo, qué se le ofrece” Lalo? Lalo abrió los ojos y comentó con cierto enojo: “¿Me puedes decir qué está pasando? ¿Por qué lloras, conocías al colgado o son hechos aislados? ¿Qué pasa con el alcalde? Por favor, Mari. Sólo me fui de parranda y parece que pasé a otra dimensión”
“¡Ay mi Lalo! ya decía yo que usted no estaba tan chiflado como aparentaba. Con eso de no usar el celular y el Facebook. Todos recibimos un mensaje en nuestro Whatsapp y en nuestro Facebook como éste” y le enseñó su teléfono celular, mientras se limpiaba las lágrimas y aseaba su nariz con desesperación.
“Queridos amigos. Este mensaje será transmitido en todos los idiomas buscando encontrar un poco de comprensión a mi decisión. El estrés, el conocimiento de ustedes, más como fenómeno social que en lo personal y principalmente el saber que ninguno de mis logros económicos, empresariales y personales me han permitido sentirme satisfecho con mi vida, he decidido arrebatarla de mí y de ustedes. Esto será casi de inmediato al recibir este mensaje (no pongo hora por ser irrelevante por sus husos horarios). Después de haber creado el sistema de redes sociales más importante del mundo y haber comprado otro de los más prácticos, he identificado que el mundo necesitaba un pretexto para desentenderse de si mismo. Di un juego más a la despersonalización. He visto como mi propia familia se desarticula. También he visto como la ansiedad de los hombres se perfecciona. Queremos estar viviendo “en línea todo el tiempo”. Pero bien, esto fue una decisión de ustedes, convivir en línea hasta con quienes no conocían. Ahora mi decisión es desenmascararlos uno a uno. Podrán entrar a la siguiente página: www.fbwtrue.com y podrán acceder al historial de conversaciones de cada una de las aplicaciones. Sólo deberán utilizar alguno de los datos generales otorgados en FB y que las personas interesadas en su información conocen y con su número telefónico en el caso de la aplicación WA.
Por último, algunas agencias gubernamentales y policiacas del mundo quisieron comprar mi base de datos y no accedí a ellas, ni por todo el dinero que me ofrecían. Ahora con orgullo puedo decirles que la información que entrego a la humanidad no tiene precio. Yo ya he tomado mi decisión, entregar su información y quitarme la vida, ahora ustedes tomen la suya. Espero sea la mejor. Por cierto, a partir del envío de este mensaje el servicio quedará inhabilitado. Espero los abogados puedan atender las demandas y al mercado de valores de una manera razonable. Ellos, también tendrán que tomar sus decisiones”
Atentamente… el director y fundador YO”.
Lalo se quedó con el celular de Mari en la mano. Volvió a leerlo tratando de entender cada una de las palabras y tratando de dimensionar el problema que enfrentarían cada una de las personas que usaban estas aplicaciones. De primera mano le vino a la mente el buen Gerardo Anaya, el gerente de compras del cubículo contiguo al suyo. Quien con una aire de grandeza presumía con Lalo sus nuevas conquistas amorosas en el celular. “Mira mi Lalo a ésta la traigo que no se la cree… me ha mandado unas fotos que me inspiran para un revolcón”. A esto, Lalo comentaba. “Oye amigo, no será que un día tu mujer vea estas fotos en la noche y tomé una tijeras y te las entierre o te corte aquéllo…” “Para nada Lalo, lo tengo todo controlado, antes de llegar a mi casa borró toda la evidencia y otra vez parezco el hombre que mi mujer quiere que sea” y soltaba siempre una risita burlona que a criterio de Lalo parecía una risita estúpida.
Después de este breve lapso sobre Gerardo, retomó la plática con Mari. “Ten Mari, te devuelvo tu celular. Suena complicado, pero tú de qué sufres si se ve que ese Alberto (el cocinero del restaurante) te trae enamorada. Hasta se piensan casar ¿no?”. “Si Lalo, pero todas tenemos nuestra historia y yo tengo un pretendiente que me manda mensajitos, de esos estúpidos, pero bien locochones. Ya sabes, empiezan con los ojos, el cabello, la voz y lo bonita que es una y terminó hablando de mis piernas y mis nalgas. Y bueno, quien hace el feo a un piropo. Ya decí mi tía <<la prieta>>: “Mija’ nunca le haga el feo a un hombre, que no sobran muchos y menos si es un piropo <<rojito>>. No sea que algún día deje de generar pasión y después ande mendingándolo con cualquier babosito de la calle cuando ya esté vieja”.
Continuará…
Las dos partes anteriores de este escrito pueden consultarse en www.diarioimagen.net