Enredados • (II)
Cultura, ¬ Edgar Gómez Flores viernes 8, Ago 2014Cuéntame algo para no morir
Edgar Gómez
- Algunos indigentes lo vieron pasar. Le dolió sentir que ellos, a la distancia, lo contemplaban con lástima
Parte 2
Entre los dos se formó un silencio parecido a un vacío generacional. Como el encuentro entre un padre y su hija, quienes se aman pero han perdido temas en sus conversaciones, quizás por falta de palabras comunes o quizás por falta de interés de escuchar los reproches de dos mundos que no pueden compartir un mismo espacio, ni un mismo tiempo.
Lalo dio un gran suspiro, después de haber “echado un vistazo” a Paty, quien pasó de ser una quinceañera con teléfono celular en mano, a una mujer atractiva con un pantalón entallado de mezclilla, el cual le hacía lucir las caderas que marcaban lo estrecho de su cintura. Además, el movimiento de las manos de Paty, al discutir con él, permitieron abrir el escote de su blusa. Esto le dio la oportunidad de fantasiar un poco con su piel, con su aroma, con esa parte tan sexual que ahora le hacía evadir su discusión sobre las pocas afinidades tecnológicas entre ambos. Después del suspiro, Paty retomó la discusión. No Lalo, creo que has equivocado tu concepto sobre esta “Nueva Ola”. La tecnología no está sustituyendo nuestros sentimientos, nuestros deseos o nuestros conocimientos. La esencia es la misma, sólo ha cambiado el medio para comunicarnos, para amar, para escribir, para escuchar, para hacer sentir importante a alguien más. Pero todo viene aparejado de algo real. ¡Por favor Lalo, No te mueras a tus cuarenta y dos años!. Lo viejo que te empiezas a ver con esas ideas me hacer recordar mi edad y por momentos parece que me empiezo a ver como tú. Sólo debes adaptarte a este nuevo lenguaje. Es como en los ochentas, debías saber lo que significaba “la onda”, “el fucho”, “el “pambol”, “la chaviza”, ahora sólo debes tratar de entender lo que se dice en las redes y en la vida común y corriente. No será que te encuentres una mujer como yo por la calle y te diga: “Hola, ¿me permitirías tener una sesión privada en tu “face” para después compartirte mis contactos? Quizás después de algunos mensajes nos demos un “like” y quizás hasta hagamos de nuestro encuentro un “hashtag” … Eso suena mejor ¿no? o prefieres que de forma burda te diga ¿quiero acostarme contigo y me vale madres quien se entere? ¡Ay Lalo! Tan atractivo que eres en tu mundo, pero cuando entras a este “nuestro mundo” (hizo un círculo grande con su dedo índice derecho) pareces tan fuera de moda que no gustarías ni a una solterona de sesenta.
Lalo soltó una carcajada que despertó a “dos que tres” borrachos de la barra que habían dado su noche al alcohol y ahora éste les cobraba su factura con todo y propina. “Mi querida Paty, no me lo tomes a mal, pero te vuelves más atractiva diciendo estas pendejadas… Me encanta escucharte con tanta soltura hablando de tecnología y de sexo. Era como nuestras pláticas en tercero de secundaria donde discutíamos sobre el final de Cien años de soledad y de repente nuestra plática se convertía en un discurso revolucionario para acabar con el PRI de esos años. Te recuerdo y me recuerdo. Pareciera que casi treinta años han volado y hoy he tomado un viaje de regreso agarrado de tu mano. Hasta la palabra “jashtac” me gustó. Y lo de la propuesta de coger sólo agregaría que me encantaría más hacerlo de forma artesanal que de forma digital…” Movió los dedos de sus manos con un pícaro gesto morboso.
A lo lejos algunas risas y gritos los hicieron voltear hacía los treinta amigos que habían traspasado la media noche entre copas y recuerdos, entres risas y algunos llantos de quienes veían tan distante la adolescencia de la pesadumbre de la adultez. Fue Pepe quien se animó a integrarlos al grupo. Lalo, Paty… por favor. ¿No vieneron a iniciar un romance o sí? vengan para acá. Algunos chistes se sabrán ¿o no? Paty fue interceptada por Rebeca y por dos amigas más que no recordaba sus nombres, mientras Lalo fue tomado del cuello por El Gorila quien se encontraba junto a Pepe. El Gorila, hombre fornido, alto y de ojos verdes penetrante susurró al oido de Lalo: “Mi hermano está Paty está como quiere y parece que quiere (entre dientes rió), lo bueno es que ya tienes la noche arreglada, no que yo… parece que pasaré la noche solo, ya ves… hasta las que se emborracharon se fueron temprano. Pero bueno, ya tendré mejor suerte.
“Así será” le dijo Lalo en un tono amigable y le dio una palmada en la espalda como en símbolo de compasión y poco a poco fue desenredando la mano de su cuello, de quien portaba bien el apodo de El Gorila.
Unos minutos después el grupo parecía más compacto, todos en círculo, brindando por la amistad, por la belleza de los cuarentas, por los desamores que habían quedado atrás en más de la mitada de los invitados.
Fue con un salto intempestivo que Lorena, una de las chicas que había interceptado a Paty, saltó del sillon del “mexican lounge bar”, tocó del hombro a Lalo y con los ojos medio cruzados por el alcohol dijo a todos… “me voy, espero verlos pronto y tú Lalo, por favor ya no faltes. Ves a Paty (señaló hacia ella) siempre se va temprano, pero hoy parece que tiene una motivación con tu presencia. (Paty se sonrojó y fingió no escucharla). Pásame tu “cel” para tenerte en mis contactos de “Whatsapp” y mandarte las invitaciones a estas fiestas… como ves se ponen muy buenas. Lalo tomó una respiración profunda y con una voz entrecortada, por la pena, el enojo y por la explicación venidera dijo: “perdón Lore, no tengo celular, ni “feis”, ni algo que se le parezca; pero te doy el teléfono de mi casa y si no me encuentras me dejas un recado en la contestadora y te devuelvo la llamada. ¿Qué te parece? En ese momento, pareció que el lugar quedó en silencio y un reflector apuntó al centro del grupo donde él se encontraba. Lalo escucho a lo lejos… “y con ustedes el especímen del siglo XXI que no tiene acceso a la tecnología por propia voluntad… Eduardo García Jiménez”. Sacudió un poco la cabeza y se dio cuenta que todos lo voltearon a ver.
Algunos murmuraron, otros movían la cabeza ligeramente de izquierda a derecha y un valentón, Carlos Fernández, le dijo. “¿Estás jugando hermano?, el que no tengas facebook no me parece del todo extraño, pero no tener celular… ¿es como una especie de penitencia tecnológica?”
El color de nuestro protagonista empezo a tomar milímetro a milímetro su piel, no pudo contener el sudor en su cuerpo y el cambio de voz tampoco al decir. “No mi querido Charly, sólo no tengo celular porque no quiero parecer pendejo como tú que te están hablando y miras la “pantallita” sin parpadear (en ese momento soltó un manotazo en una columna del bar que se encontraba al costado derecho). “Era sólo una pregunta mi Lalo, no lo tomes tan mal”. Lalo se levantó del banco que había acercado al grupo y señalándolos con el dedo índice les dijo: “Véanse cada uno. ¿Cuánto han dejado de sus vidas para convivir con sus “chingaderas” que traen en las manos? Dense cuenta cuánto tiempo dedican a ver la pantalla de sus celulares o sus computadoras. Si ese tiempo lo dedicaran a pensar, a amar o a convivir no tendrían la cara de desgracia que los embarga. Véanse cuánto sufren porque sus comentarios o mensajes no son contestados, vean cuánto han dejado de ver a su alrededor cuando se ponen sus audífonos y se abstraen de la realidad para vivir su mediocre fantasía. Hasta para conseguirse amantes les faltan pantalones, prefieren “cachondearse” en el celular que proponerle a alguien que se acueste con ustedes. Viven una estúpida ficción. Es por eso que no tengo celular. Su doble moral ahora tiene un nuevo medio. Paty tiene razón (volteó hacia ella como inquiriéndola) la escencia es la misma, sólo el medio cambia y ustedes son los mismos hijos de puta, sólo que ahora en el anonimato. Por eso me largo y por favor espero que mi lenguaje les ayude a no pensar en volverme a invitar”
Pagó la cuenta y se fue… Paty quizo deternerlo, pero fue vano su esfuerzo. Nuevamente la soledad se acercó a él, acariciando su cabello, como una madre que quiere proteger a su hijo en etapa terminal, pero que sabe, no puede detener lo fatídico de su destino.
Y así la noche lo cubrió, y lo fue guiando por cada una de las calles que lo vieron recorrer la Condesa, el Paseo de la Reforma y el inicio de los “barrios peligrosos” de la zona centro de la Ciudad de México; Tepito y la Lagunilla. Algunos indigentes lo vieron pasar. Le dolió sentir que ellos, a la distancia, lo contemplaban con lástima. Así se adentró por los pasillos del conjunto habitacional en Tlatelolco, para llegar a su departamento y dormir profundamente con un aire de gallardía por sus ideas pero de dolor por su lejanía con la nueva realidad.
Continuará…