Enredados • (I)
Cultura, ¬ Edgar Gómez Flores viernes 1, Ago 2014Cuéntame algo para no morir
Edgar Gómez
- “Anda Lalo vamos a la fiesta del Colegio, Paty siempre pregunta por ti. No deberías hacerle el feo. Mira que tienes 42 años y a esa edad ya no te queda hacerte del rogar…”
Parte 1
Ya llevaba algunas cuadras caminando. Eran las tres de la mañana y había recorrido a pie las calles de la colonia Condesa, desde el restaurante “mexicano” en la calle de Michoacán, donde se reunió con sus amigos de la secundaria. De ahí, por momentos levitó y traspasó la avenida Nuevo León, la avenida Sonora hasta llegar a la zona del Metro Chapultepec. Justo ahí hizo un alto. Levantó la mirada, perdió su vista en la Torre Mayor, en el basurero del paradero del Metro Chapultepec y en el asfalto de la avenida. Parecía que quería decirle algo al viento, o a la luz de los semáforos. Quizás por un momento pareciera que quería hablar con él mismo, pero no se encontró.
Esta somnolencia la sentía constantemente después de discutir con amigos, compañeros de trabajo o su familia sobre la indiferencia e inutilidad de la tecnología. El aipad, el aifon, el celular, el juatsap, entre otros nombres raros de pronunciar y recordar para él. En un principio parecía que sus discusiones tendrían un final heroico. Muchas ocasiones concluía debates con silencios abrumadores de sus oponentes. Tomaba referencias de Mario Vargas Llosa sobre la catástrofe de la tecnología. Emitía hipótesis sugestivas sobre la bondad de la escritura a mano y lo favorable que era para prevenir el Alzheimer. Sin embargo, con el paso del tiempo, el destino lo alcanzó. Cada vez su discurso era más trillado. Pero más aún, era un discurso vano. Mientras levantaba las manos y fijaba la vista en el horizonte, sus “oponentes” estaban mandando mensajes o teniendo una conferencia telefónica vía Skype o en el más común de los casos revisando algún video en YouTube. Poco a poco, día a día se empezó a sentir solo. Él en la secundaria era el chico popular. Pero ahora, llevaba seis o siete años que la tecnología lo desplazó. Empezó a faltar a las reuniones del colegio, de la universidad, del Grupo de Scouts y todo porque no tenía Facebook. Antes sus amigos y amigas le hablaban por teléfono a la oficina o a su casa para felicitarlo. Le encantaba escuchar sus mensajes por las noche del 5 de marzo: “que tal papá, listo para la parranda el sábado… no te escapas de la güera del teibol… feliz cumpleaños” o “feliz cumple’ darling, ahora si no me puedes decir no eh!… basta de encuentros en cafecitos y bares… te voy a dar tu happy birthday…” Estos mensajes banales le encantaban y la tecnología de la contestadora en su departamento le parecía cálida. Pero empezó el boom de los teléfonos celulares, de las computadoras portátiles y con esto el encuentro de la intimidad con el mundo.
Un día quiso abrir su cuenta en una red social, pero se sintió en principio incómodo y después terminó encabronado cuando en la pantalla apareció: Profesión, Libros que te gustan, Ciudad… etc. No pudo contener la ira y mandó a la chingada la computadora, a las redes sociales y a toda la bola de metiches anónimos que se interesarían por su intimidad cuando diera el Ok después de entregar sus gustos, datos y aspiraciones a una “pantallita” que ni las gracias diría.
De ahí tomó su arma disfrazada de desprecio ante todas estas “modernidades” que la tecnología venía arrastrando. Primero como lava que se desliza por la ladera del volcán y después como los ríos rápidos que destrozan lo que encuentran a su paso.
Pero este día había sido diferente, había llegado a la reunión de la Condesa de último momento cuando Pepe, su inseparable amigo, le dijo en el desayuno: “anda Lalo vamos a la fiesta del colegio, Paty siempre pregunta por ti. No deberías hacerle el feo. Mira que tienes 42 años y a esa edad ya no te queda hacerte del rogar…”. Lalo pensó unos diez segundos en el momento y decidió ir. Un poco por curiosidad y otro por esa pizca de soberbia que le hacía pensar que podía abstraerse de la reunión y ver a cada uno desde un rincón, quizás mimetizado como barman del lugar o quizás como un perchero esquinado que ve pasar el tiempo en aquel espacio.
Llegaron a las nueve de la noche. Se encontró con el Gorila, con Rosa, la última chica en menstruar según se corrió la voz en el segundo año de secundaria. Con Rubén, el vivo del grupo que indujo a la mitad a fumar mariguana, algunos de manera ocasional y otros tantos, les dejó el buen hábito del sueño eterno. Así fue recorriendo las mesas del bar, saludó, tomó y platicó. Todo era un buen momento, de hecho olvidó el aire de soberbia que había sentido por la mañana. Hablaron de política, de negocios, de arte, de futbol, del Super Bowl, de la Serie Mundial de Béisbol, del concierto del sábado y de dulces pendejadas que sólo pueden disfrutarse cuando no vienen aparejadas con una consecuencia. Así pasaron las horas. Recordó, vivió y por momentos el calor del vino le hizo sentir un poco de tranquilidad. Ahora sí pudo contemplar el ambiente, no sabe si coincidió que a esa hora; la media noche, todos se reportaban con sus familias, pero en un chasquido de dedos todos llevaron sus “aparatos” a la mano. Como si fuera una extensión de su cuerpo. Se empezó a inquietar. A lo lejos Paty lo llamaba con la mirada insistente. El la veía pasar. Le encantaba la mirada de cazadora que usaba a la distancia y el sutil roce de su mano con la espalda cuando pasaba junto a él. Se distrajo por un momento por la obsesión de todos con el teléfono celular, pero la siguió cuando se acercó a la barra y la abordó: “Hola Paty, ¿todavía te acuerdas de mí?”… “eso parece” comentó ella “Quise platicar contigo desde que llegaste pero te vi muy entusiasmado en la conversación de los eventos deportivos”… “para nada, sólo trato de convivir un poco con ellos, siempre es bueno tener tema de conversación, ¿no crees?”. Tenía un amigo de mi colonia que decía… “si después de hacer el amor, no tienes algo que decir, ellas seguramente sabrán decirte adiós” y entonces digamos que es una disciplina anti soledad.
Paty sonrió y dio un sorbo a su margarita de tamarindo, lo tomó de la mano y rosó sus labios con los de él. Después puso su dedo índice en el labio superior y le dijo. “A mí siempre me gustaron tus silencios, creo que dices mucho” Recuerdas el poema de Neruda… “¿Me gustas cuando callas porque estás como ausente?” Claro que lo recuerdo… de hecho es el separador de mi libro y sacó de la mochila de su hombro un libro que parecía antiquísimo. El separador nunca pudo encontrarlo en el desmadre de su mochila. Ella aventó un sorbo sobre la barra tratando de contener la risa. Y le dijo “En verdad Lalo llevas leyendo lustros ese libro, no?” Para nada, lo compré frente al Museo Nacional de Arte en el centro. A un costado del edificio de Correos, donde venden libros usados. Pero Lalo… y el libro como para qué, para dar lástima, ¿no sabes que te caben cientos en el iPad? y ¿después puedes bajarlos a tu iPhone? y…
Jamás pensó Lalo que el inicio de la discusión tuviera a Paty como oponente. Sus ojos color miel, su cabello lacio abajo del hombro, su gusto por la poesía y el par de nalgas que al caminar lo hipnotizaban, no le podían hacer creer que estuviera tan lejos de ella en su concepto de tecnología, concepto que se había vuelto en una batalla obsesiva contra la modernidad, la burguesía, la banalidad de la vida y porque no decirlo, hasta del amor. Respirto un poco, como queriendo abosrber prudencia del medio ambiente y fingió no escucharla. “Vamos Paty, parece que Rebe’ se retira, acompáñame a despedirla”. Paty, lo tomó del brazo con un desplante de superioridad. Y Le dijo: “te quedaste helado… ¿te molestó lo del libro?”
Mira Paty… es un tema largo. Creo que la tecnología en exceso es un retroceso social. Ahora somos nada si no estamos en la red. Somos improductivos si tardan en localizarnos más de treinta segundos. “¿Qué pasará cuando la energía se agote o se interrumpa: No tendremos acceso a las bibliotecas, perderemos nuestros momentos en las fotos que guardamos durante toda nuestra vida en la computadora?… No mujer no me molesta que hables de los beneficios del aipat o el aifon o cómo se llame. Me molesta que no uses la tecnología, sino que ella te use. No me molesta que te guste la modernidad, me molesta que la idolatres. Me molesta sentirme alejado de la gente cuando camino codo a codo en la calle de Madero o en el Metrobús. Me agobia tener que decir que he decidido no tener feisbuc, he dedicido no tener teléfono celular. He decidido tener tiempo para leer, para escribir, para pensar y sabes algo… parece que todos han decidido pensar y decretar que estoy loco. ¿Crees que me molesta lo del libro? En verdad no me molesta.
Continuará…