El amor en los tiempos de la influenza
Cultura, ¬ Edgar Gómez Flores viernes 25, Jul 2014Cuéntame algo para no morir
Edgar Gómez
- Al fin llegué a tus pies, no puse atención a la Plaza que ahora tenía tan cerca. Pensé en mudar mi último refugio en tu cuerpo, junto a tu vestido
Desperté después de un letargo que difícilmente puedo explicar… recuerdo que caminaba por la calle de Madero. Caminaba justo junto al edificio de los azulejos. Realmente ponía poca atención a mi entorno. Sólo recordaba el momento en que me pediste tiempo para reflexionar sobre lo nuestro. También me distraían los estornudos y la tos que ya llevaba un día, me habían tomado por sorpresa.
Pasé la calle de Gante, en ese momento crucé hacia aquella librería donde venden libros de economía en inglés… no recuerdo su nombre…, la temperatura empezó a tomar mi cuerpo, tal vez tenía 39 grados. Las imágenes eran más borrosas en mi recuerdo, así también las voces de la gente se empezaban a escuchar en el fondo, como si yo no estuviera ahí. Sólo pude llegar milagrosamente al pie de un puesto de dulces, de los que tenemos tantos en la ciudad de México. Le dije al señor que despachaba el puesto… “Véndame un agua… de esa que se ve muy fría”… En verdad no recuerdo si pagué, si me la regaló, si la tomé o si realmente nunca la pedí. Cinco pasos después de alejarme del puesto caí. Estaba ahora en el suelo viendo cómo las personas caminaban junto a mí. Me miraban, algunas espantadas, otras tanto indiferentes… la luz en mis ojos se fue apagando…
Ahora el sonido había desaparecido, sólo se escuchaba el viento de otoño en mis oídos… Abrí los ojos, respiré un poco del polvo que tenía a unos cuantos centímetros de mí, tosí y estornudé una vez más, la temperatura seguía en 39. No tardé mucho en percibir que estaba completamente solo. Me dirigí hacia la Plaza de la Constitución, de repente vi una silueta caminar por Bolívar, ¡eras tú! Pensé… con un vestido blanco, hermoso. Mi corazón empezó a latir más fuerte, quise correr, pero los pulmones no me lo permitieron… Estornudé cinco veces seguidas,…, tosí una vez más, sentí un sabor a sangre en mi boca. Seguí caminando, creía que debía llegar al centro del Zócalo. Tal vez me quedó grabada la imagen del sacrificio de Regina. Tenía que morir justo en un lugar sagrado, la Plaza era lugar donde cualquier hombre quisiera fallecer, sentía que la tierra absorbería mi cuerpo y los edificios mi ser.
Me recargaba en las paredes para poder avanzar, poco a poco. Nuevamente alcé mi cara hacia la bandera que ahora se veía cercana. Estabas ahí detenida con una silueta envidiable. Sentí que me helaba, 38, 37, 36 grados, pero sólo era una sensación. Por este instante no caminabas, estabas quieta, sonriendo,… como esperándome. Creo que estabas en la esquina de Palma. Caminé con un poco de prisa, pensé que te desvanecerías en el trayecto.
Al fin llegué a tus pies, no puse atención a la Plaza que ahora tenía tan cerca. Pensé en mudar mi último refugio en tu cuerpo, junto a tu vestido. Llegué y posé mis rodillas frente a ti. Otra vez tosí, ahora sentía que el aire salía de lo profundo de mis pulmones. Sólo recuerdo que me tomaste entre tus manos, me dijiste con la voz más angelical que a la fecha he escuchado… “Ven, te ves mal, ¿Estás enfermo, verdad?” sólo asentí con la cabeza y me erguí junto a ti. Cada vez tus manos me fueron devolviendo la temperatura…, otra vez 38, 37, 36.5 grados; ahora era verdad. Pude decirte, lo que tenía 505 días que quería que escucharas de mí:
Te he amado hasta donde mi alma ha podido
mi esperanza es eterna y mi poder infinito,
dame sólo tu voz y haré música,
dame tu vida y armaré a tus pies el paraíso.
Me escuchaste en silencio…, se volvió a escuchar, el viento. Por un momento sentí el miedo en tus ojos, de nueva cuenta el amor frente a frente. Diste un paso atrás; escuchamos el crujir de las hojas que el otoño había posado junto a nosotros. Cuando estabas a dos pasos de mí, te volviste a hacer grande, preciosa, subiste a tu pedestal Sophia y me miraste hacia abajo, como con melancolía, con compasión. Regresó mi temperatura, 38, 39, 40, sudaba en exceso.
Te quise seguir, pero corriste por la calle de Brasil, junto a la Catedral, a lo lejos vi que tomaste a la izquierda en la calle de Tacuba y recordé porque eras más bella hoy. Era un 6 de noviembre, sólo tu recuerdo me permitió llegar al centro de la Plaza, el sol daba en mi cara… estornudé, tosí, no tengo presente en cuántas ocasiones.
Sólo recuerdo que tomé el astabandera, me desfallecí y cumplí el ritual, era la consolidación de un amor eterno, imposible, insaciable. Dormí de por vida en tu recuerdo…