Un cuento infantil para el suspiro
Cultura viernes 18, Jul 2014Cuéntame algo para no morir
Edgar Gómez
Eran las cinco de la mañana y Paulina daba vueltas entre las sábanas de su cama. Despertó. Volteó hacia el reloj que en la oscuridad brillaba; volvió a cerrar sus ojos, los abrió nuevamente. Eran las 5:10… Pasaron los segundos, tic tac tic tac, volvió a cerrar los ojos. Cuando los abrió eran las 5:25, se despertó y corrió hacia el cuarto de sus papás. Los despertó abruptamente ¿Qué pasa Pao, preguntó su mamá? “Ya son las 5:30 y vamos a recibir a los niños que vienen de intercambio”, comentó Paulina. “Pero su avión llega a las 10:00 ¡Ve a dormir!”. Paulina daba vueltas ahora abrazada de su oso de peluche, el que le regaló su papá en su último viaje al sur de México. Entre las vueltas se quedó dormida. Despertó tiempo después. Eran las 6:30. Se metió a bañar, con esfuerzo pudo girar las llaves de la ducha. Su mamá escuchó a lo lejos el “splash” del agua de la regadera. Preparó el desayuno y esperó a que Paulina saliera del baño para cambiarla.
Papá y Gabriela (la hermana de Paulina) habían puesto la mesa para desayunar. El papá de Pao trabajó toda la noche para adaptar el cuarto de visitas para recibir a los tres estudiantes que venían de una escuela primaria de Estados Unidos: Uno era Alí, estudiante árabe, otro era Braham, un estudiante hindú y José Ricardo, un estudiante español, todos venían por 15 días a México a estudiar en el Colegio de Victoria en el norte de la capital, como parte de un programa de Naciones Unidas. La gran preocupación de los papás de Paulina eran que Alí era musulmán, Braham budista y José Ricardo católico. Mamá tuvo que comprar algunos libros relacionados con el Islam, el budismo y las reglas estrictas del catolicismo español. La idea era que los niños se sintieran como en casa. Para esto, la familia requería conocer las religiones de cada uno de ellos, los saludos, los rezos antes de tomar los alimentos y las oraciones previas a dormir y al despertarse.
Papá y mamá platicaron con Paulina y Gabriela. Las sentaron en el sillón de la sala, antes de salir hacia el aeropuerto. Mamá se armó de valor y les dijo. “Papá y mamá estamos muy nerviosos, hoy recibiremos a tres estudiantes en nuestra casa. Esa es una buena noticia. Otra buena noticia es que los tres hablan muy bien el español. La mala noticia es que los tres niños tienen tres religiones distintas.” A esto Paulina preguntó, “¿qué es una religión mamá?”… Mamá se quedó diez segundos muda… Claro pensaba como dar esta respuesta a su hija. “Una religión es la forma como las personas nos explicamos el origen del universo y de nosotros mismos. Para esto, creemos que existe alguien en el cielo que cuida de nuestras vidas y se alegra de nuestros logros. Sin embargo, en unas horas tendremos como huéspedes a tres niños que se han explicado esto de distintas formas. Por ejemplo, para Alí su Dios se llama Alá y su hijo de Dios Mahoma, para Braham su Dios es Siddartha o Buda y para José Ricardo su Dios es Yahvé y su hijo de Dios es Jesús”.
A todo esto, Paulina y Gabriela veían hacia el techo. Justo en su esquina. No era una desatención al discurso de mamá, realmente querían entender lo que les intentaba decir. Gabriela respiró profundamente y les dijo: “Pero sólo hay un Dios, Jesús murió en la cruz por nosotros.” Mamá dijo: “Esa es la forma como nosotros nos hemos explicado el universo. A partir de ahora tenemos que pensar que existen otras formas de ver el mundo. Creo que tenemos que comprender mucho de lo que nos espera. Por mientras tenemos que saber la diferencia entre iglesia, templo, mezquita, Buda, Jesús, Mahoma. A partir de ahora tenemos que respetar lo que nos hace diferentes”.
Durante el trayecto al aeropuerto, Gabriela, quien era mayor que Paulina, abrió el mapa que les regaló papá un día antes y explicaba a Paulina, que la India era el país que parecía un cono de helado en la mitad de Asia. “Por eso el mar que lo cubre se llama océano Índico”. También le dijo un poco de la península ibérica y el mar Mediterráneo para darle a entender la ubicación de España. Aprovechó Gaby para dar una muestra del conocimiento de la historia de México y América, habló de Hernán Cortés, de la fascinante historia de Jerónimo de Aguilar y de las carabelas que trajeron a Cristóbal Colón a las Américas; “La Niña, la Pinta y la Santa María” le dijo con orgullo. “De hecho, Cristobal Colón creyó que llegaba a la India”. Se quedó pensando y encogió los brazos. Por último quiso explicarle la ubicación de Arabia. Se confundió. Como no supo si Arabia se encontraba en la península o en el continente africano (lo confundió con Egipto) puso el lápiz en el Canal de Suez, sabía que Pao sólo requería una referencia, no una exactitud geográfica. “A fin de cuentas ella (Paulina) va entrando a la primaria”, pensó.
Así pasaron unos minutos, desde el norte hasta el aeropuerto en el oriente de la ciudad de México. Gabriela leía con detenimiento los letreros del aeropuerto: Aeroméxico-Cancún–Atrasado; Madrid–Iberia–En Tiempo. Y así pasaron unos minutos hasta que pasó en la pantalla Nueva York– American Airlines–Aterrizando. “Mira mamá, ese es el vuelo”. Lo confirmaron y así fue. Rápidamente papá sacó las cartulinas y los plumones y escribieron COLEGIO VICTORIA–ALÍ–BRAHAM–JOSÉ RICARDO. Paulina corría en círculos y se tomaba las manos que cada vez le sudaban más. A lo lejos, después de ver una multitud, muchas de ellas hablando en inglés, una sobrecargo de la aerolínea traía de la mano a dos niños y uno de ellos caminaba frente a ella. En un español un poco lento (era ciudadana de Estados Unidos) dijo. “Es usted Ana Gabriela”, preguntó a mamá. “Sí soy yo”, contestó. Necesito su pasaporte y que me firme todos estos papeles.
Gabriela y Paulina se acercaron a los tres niños para preguntarles qué película habían visto en el avión y qué les habían dado de comer, mientras mamá firmaba y firmaba papeles. Después de todos los trámites, tomaron el auto y partieron rumbo a su departamento. El bullicio de la plática de los niños era como un enjambre de avispas que parecía no tener fin. Platicaron de su vida en Estados Unidos, de los grandes edificios, del tráfico de la ciudad de México, del mapa de Gabriela, del intercambio, de los programas de la televisión y de todas aquellas travesuras que los niños hacen a espaldas de sus papás.
Llegaron… mamá y papá mostraban rasgos de cansancio. “Siempre los niños cansan” decía papá mientras se quitaba la chaqueta que llevaba puesta. Mamá se lavó la cara, dio un gran suspiro frente al espejo y llamó a los niños, quienes ya jugaban en el cuarto de las niñas. Todos llegaron y dijeron al unísono, “estamos listos”. Mamá les dijo, “por favor lávense los dientes para comer”. Alí rápidamente fue a una de sus maletas, sacó su cepillo y se alistó hacia el baño. Mientras los demás se quedaron serios. Mamá les comentó: “Los musulmanes, como Alí, se lavan los dientes antes y despúes de comer”, creo que es un buen hábito que debemos compartir”. Los niños fueron formados en fila al baño. “Esto es espectacular” pensó Paulina. Todos se sentaron a la mesa y mamá dijo. Debemos agradecer a Alá, a Buda y a Jesús los alimentos del día de hoy. José Ricardo abría los ojos con gran admiración, después reía. Al servir la comida, papá fue a la cocina y trajo hamburguesas. Braham se pusó serio y bajó la cabeza. Mamá lo tomó de la espalda y le habló en voz baja al oído; “no te preocupes es pollo, sabemos que no comes carne. De hecho, papá tampoco lo hace”.
Así pasaron 15 grandes días. Todos de gran experiencia, Paulina y Gabriela hablaban sin parar sobre México, los niños sobre Nueva York. Cada día se sorprendían de las costumbres, de la forma de ver la vida. Braham dio una cátedra a todos sobre reencarnación y Alí sobre higiene personal. Todos aprendieron, Gabriela explicaba sobre el rezo y Paulina se encantaba de las pestañas y las grandes ojeras que tenía Alí. El acento de José Ricardo era espectacular, parecía que traía un dulce en la boca, decía Paulina y José Ricardo creía que Madrid era grande, pero México era el Universo.
Después de su vivencia, tocó el día de ir al aeropuerto. Mamá y papá despidieron a los niños como si despidieran a sus hijos rumbo a una universidad en el extranjero. Papá no pudo contener y cuando daba un beso a José Ricardo en la mejilla, rodó una lágrima por su cara. Todos estaban extasiados y a la vez tristes. Se decían adiós a la lejanía. Ahora los acompañaban también funcionarios de la escuela. Todo se volvió seriedad en el automóvil. Llegaron a casa y mamá preparaba la cena y le dijo a Paulina, “¿quieres un taco de arrachera?” “No quiero carne”, dijo ella, “prefiero un poco de pescado”. Se sentaron a la mesa y Gabriela dijo: “Quiero agradecer a Buda por la reencarnación, a Jesús por esta comida y a Alá por enseñarme que me tengo que lavar los dientes antes de comer”. Un silencio invadió el comedor. Después una carcajada de mamá rompió el silencio. Todos se abrazaron y dieron gracias a la vida por conocer qué tan diferentes podemos ser las personas. Mientras se abrazaban, papá seguía rodando lágrimas en sus ojos de felicidad y por qué no, un poco de nostalgia.