El libro que tenía corazón • (I)
Cultura, ¬ Edgar Gómez Flores viernes 27, Jun 2014Cuéntame algo para no morir
Edgar Gómez
- De momento llegaba al libro con una duda y él contestaba con una ternura delicada que la iba involucrando. No podríamos asegurar si él salía del libro o era ella la que se incorporaba a las hojas
Parte 1 de 3
Un aire frío se internaba en la casa de María por debajo de la puerta, por esa parte donde entran los sueños y se van las ideas. Justo por esa pequeña rendija sopló el viento helado que la hizo despertar. Habían pasado tres horas después de haberse dormido.
¡Qué difíciles han sido esos 17 días! pensó, sólo tuve un instante para caer en las manos de lo desconocido, de la locura, de la pasión y ahora me siento atrapada en este laberinto de sentimientos, en donde me esperará el mitológico minotauro, tal vez listo para matarme, tal vez listo para amarme o quizás para hacerme a un lado y seguir su camino.
María tenía 7 años de casada en uno de esos matrimonios burgueses donde todo tiene solución, donde todos los eventos son tomados con el molde de la sociedad y cuando se acerca un destello de innovación, también se realiza con un manual establecido. Era envidiable su vida; mujer guapa, inteligente, entregada a la rutina y a la decencia del amor, a aquellos hábitos que no podían ser condenados por persona alguna. Levantarse temprano, preparar el desayuno, despedir con un beso fugaz a su esposo, hacer el amor las veces que sea necesario para mantener el matrimonio estable, entre otras “buenas costumbres”. Sin embargo, habían pasado 17 días desde que ella abrió aquel libro que había sido guardado desde sus años de secundaria en esa escuela donde se llegan a eliminar las perversiones iniciales de la juventud, escuela religiosa, donde se castran los benditos pensamientos impúdicos que hacen de la adolescencia el motor de la vida futura, donde los sueños son guías espirituales del hombre, donde los seres humanos se reconocen mediante instintos animales; el olor, el sonido de la voz.
Es por eso que al abrir el libro y llegar a su nariz el olor de las hojas amarillas, sintió la humedad entre sus piernas y se sonrojó, pensó en sus pasiones infantiles, en sus perversiones sensuales que la hicieron por primera vez identificar la diferencia abismal de los géneros. Pero ahora había encontrado algo más, había pasado de la hoja 5 del libro y empezó a desmenuzar la psicología del personaje principal, un hombre bohemio de porte común; que tenía en su personalidad tintes de locura y de serenidad, de fortaleza y de ternura, un hombre que empezó a conocer en cada una de las páginas del libro, cada página era una forma de comulgar con él, empezó a sentir que se comunicaba, que le hablaba, la lectura se convirtió en diálogo, el roce de sus dedos con las hojas de papel eran excitantes a sus sentidos. De momento llegaba al libro con una duda y él contestaba con una ternura delicada que la iba involucrando. No podríamos asegurar si él salía del libro o era ella la que se incorporaba a las hojas. Dejó primero algunas notas en la última hoja, después dejó sus ojos en cada palabra leída, pero al último se estaba quedando su corazón, la humedad de sus dedos, la vida. Habían pasado 17 días. Ella no era la misma, había perdido 3 kilos, se veía demacrada, preocupada por su realidad. Enamorada de un libro ¡¡qué estupidez!! se decía a ella en un principio. Ahora en la página 77 tenía sobre sus manos a su “amado” a punto de morir, parecía que en lugar de sostener el libro estaba sosteniendo el cuerpo del hombre que deseaba, pasaba las hojas con melancolía, a veces reía, a veces lloraba.
Algunos pensaron que guardaba dinero en el libro, ya que no se apartó de él, cualquier momento era bueno para abrirlo y reencontrarse con el amor… Cuando veía a su esposo por la noche… se sentía delatada, nerviosa. En uno de esos momentos se dio cuenta que las personas no son desplazadas por otras personas sino por sentimientos nuevos, nobles, que hacen al espíritu de los hombres liberarse de las reglas de la burguesía donde la igualdad es un valor, donde la creación es una rebeldía.
Cada noche tenía que llegar a su casa y repetir el ritual del saludo, de la plática trivial sobre los asuntos del día. Esos asuntos que podrían platicarse en cualquier parte de la vida sin generar una marginal modificación a lo trascendente, a aquellos pensamientos o sentimientos que hacen del hombre un ser superior.
Haz del amor un ritual eterno
deja pasar las banalidades,
haz del amor un huerto
y diario recoge del suelo sus bondades
Sin embargo, había algo que la incomodaba y era la presencial del libro en sus manos. Sentía que cuando abría las páginas del libro el brillo de sus ojos la delatarían, el sudor en sus manos, su humedad, ese olor que desprenden las mujeres al amar… Pero no, estaba sola, era el libro y ella, era su sentimiento y su culpabilidad su única compañía.
Ahora le viene el recuerdo del porqué nunca, en sus años de adolescencia, pudo pasar de la página cinco. Era ese dolor que le alcanzaba el pecho cuando encontraba respuesta a sus más ardientes dudas que le quemaban el cuerpo. Era la concepción que sobre Dios tenía el personaje de nuestro libro. Ese día por la mañana ella había tenido una duda. Pensó; ¿Cómo puede Él ponerme el amor enfrente, cuando frente a Él decidí y juré amor a otra persona? En la página 99, después de que nuestro protagonista había librado la muerte en un accidente de automóvil y un día después de haber conocido la noticia de la pérdida paulatina de la vista, decidió caminar por el Parque Central se sentó en una banca y habló con él, le agradeció el tiempo que le había permitido contemplar la naturaleza, el universo y a ella. Eran momentos de paz en su alma porque sentía que el Creador estaba cerca, pensó que en la oscuridad podía ver lo que en la luz era imperceptible. Se hincó, oró, comulgó (el hombre y Dios) agradeció y pensó en ella.
María sintió pena por las “maldiciones” injustamente manifestadas y lloró, encontró respuesta a la forma de amar a un Ser Supremo y de amar nuevamente a un hombre.
Continuará…