Renata
Cultura, ¬ Edgar Gómez Flores viernes 20, Jun 2014Cuéntame algo para no morir
Edgar Gómez
- Fue hasta esta altura de su vida que se dio cuenta lo sola que estaba. Quiso identificar la realidad y le venía a la mente Roberto
Por momentos se escriben cuentos por necesidad de comunicar, de dar a la luz un sentimiento complejo o de impulsar una idea que se mete como piedra en el zapato. En algunos casos se cuentan anécdotas distorsionadas por la narrativa, en otros se cuentan mentiras para que en boca de todos se conviertan en verdades. Así llegan a nuestra mente historias, realidades y en un sinnúmero de estos escritos, nos llegan ficciones que transformamos en realidades al ponerlas en un papel, el cual se puede tocar y sentir. Tal y como las ficciones de las personas se convierten en realidades cuando estos etéreos símbolos nos toman con un pensamiento o un sentimiento que vivimos, sufrimos o gozamos y con esto se vuelven terrenales.
Este es el caso de Renata quien desde los doce años devoraba libros. Uno por uno pasaba las hojas. Siempre trataba de guardar una cronología en todo lo que leía. Empezó a tomar historias divinas de libros sagrados. Después se adentró al teatro griego y leyó Medea, Electra, Agamenón (la versión de Electra de Esquilo) y de ahí tomó libros clásicos de siglos después: la Divina Comedia, el Cantar de los Nibelungos, leyó con detenimiento el teatro de Sor Juana y pasaron muchos años y muchos libros, muchas hojas y muchísimas ilusiones y dolores. Siempre ajenos. Dolores de los personajes que “uno sufre más” decía. “Cuando uno voltea la página, el dolor se ha ido para ellos, pero uno se queda con el pensamiento, con el dolor, con el sabor a muerte, con la guerra ganada o pérdida, con la depresión de la soledad”. Este pensamiento era ambivalente para ella; le incomodaba tener que “cargar” con la muerte de los hijos de Medea, o con la muerte de Clitemnestra de la mano de sus hijos, Electra y Orestes. Por otro lado, esto era lo que le daba valor de tomar un libro, cruzar la pierna tomándose un café y adentrarse en los múltiples mundos alternos que vivía.
Así, con esa información y esa inspiración recorrió su adolescencia, pasaron estos años y al llegar cerca de sus veintes también se había adentrado en el cine donde empezó a encarnar sus fantasías, con personajes prediseñados y bien trabajados. Mas no sólo fueron libros y películas, también tuvo algunos encuentros con hombres que le dieron cariño y alguno que otro por momentos le fingió amor, lo cual agradecía. Fue José Francisco quien la adentró en su sexualidad, con ocho años más que ella, aprendió técnicas básicas para tener el control de su cuerpo y sus placeres. Pero también estuvieron los románticos y los intelectuales, los barbajanes y los engreídos, los apáticos y los depresivos. Así desfilaron cada uno, con una característica común; ninguno de ellos se acercaba a la perfección de hombre que necesitaba y pensaríamos todos, añoraba. Fue en ese sueño que tuvo, justo después de haber sido aceptada en la empresa de autoservicio como cajera, donde empezó la realidad que la acompañaría una vida. Trajo a su sueño todas sus aspiraciones físicas, sexuales, intelectuales y románticas de su hombre ideal. Sólo agregó los ojos color miel del pasante de recursos humanos que en manos le entregó la hoja de aceptación y le dijo: “Felicidades Renata… Bienvenida” aunque le pareció un hombre bobo y poco sensual, le impresionaron sus pestañas y el brillo de sus ojos.
…Era una tarde de invierno en la Ciudad de México, Renata se había recibido como arquitecta y se disponía a recoger su diploma en el Instituto Tecnológico de la Ciudad. Esperaba el autobús que la llevara a dos cuadras de la escuela. A lo lejos sintió la cercanía de Alberto con ojos color miel y pestañas grandes, le tomó la mano y le dijo: “te he esperado tanto, para que en un sueño nos veamos”. Ella sintió que le hervía la sangre y lo besó, con la pasión con la que besó a Roberto en su fiesta de quince años, justo detrás de los tinacos de agua en la azotea del departamento de sus padres. Y después la calle de su sueño se transformó en una recámara majestuosa como las habitaciones del Castillo de Chapultepec o ¿por qué no? como los cuartos de Napoleón en el Museo de Louvre en Paris. Y él ahora vestía como cadete, le hablaba al oído con el lenguaje de Pablo Neruda, la tomaba del brazo con la fortaleza de Ulises “el Odiseo” y ahí sintió el amor y la admiración de la perfección…
Se despertó y fue directamente a su mesa de dibujo, tomó una hoja y escribió:
Tenme paciencia amor de mi vida,
llegaré a ti en camino nuevo.
Quizás montada en la fantasía,
o en las palabras que son verbo.
Así pasaron los años, no tuvo valor de iniciar una relación. Hombres la persuadían y le hacían ver sus atributos físicos e intelectuales. Pero había una barrera natural. Una aberración a la imperfección. Cada hombre que llegaba le mostraba el abismo entre Alberto y ellos. Más de uno cuestionó su preferencia sexual, situación que no la incomodaba. Hablaba día y noche con él. Nada cambiaba. Alberto y su trabajo en la tienda departamental, la hacían sentir segura y confortable. Pasaban los artículos y los pesos por sus manos y mantenía diálogos con él: “ Cómo aguantas la rutina Renata, es necesario que sigas aquí, deberías ejercer como arquitecta… creo que te haría bien”, a lo que contestó – en su mente – “no Roberto, este trabajo es más divertido, hablo con gente, no trabajo en la noche y tengo tiempo para los dos”.
Sus amigos, compañeros de trabajo y su familia le preguntaban por este gran hombre que Renata describía. Con toda seriedad hablaba de los viajes del ahora su esposo y de sus logros profesionales. Se embarazó de él y tuvo un aborto “difícil para los dos”. Caminaba día a día con audífonos en sus oídos, en el trayecto a su trabajo, como queriendo mantener distancia con la realidad que amenazaba la perfección traída a su mente. Mantenía todo el tiempo diálogos con él, compartía cartas mutuas que presumía con pensamientos de ambos. Tiempo después perdió su trabajo en una de las infinitas crisis latinoamericanas que hemos padecido. Fue pasando de la edad adulta al inicio de su vejez y continuo, cada vez más sola, pero “bien acompañada” decía ella.
Adentrada en el inicio de sus sesentas, empezó a sentir algunos dolores en el pecho, situación que por meses no le tomó importancia. Pero sus amigas la convencieron de visitar al doctor. Era una tarde de esas rojizas y frías que hacían sentir la víspera de las fiestas de Navidad. Esperó dos horas a que el doctor Jiménez la recibiera. Tomó los estudios que le solicitó y le dijo. “¿Usted es casada señora?”. “Felizmente casada”, contestó Renata. “¿Podría hablar con su marido?”, “Imposible, estará de viaje por tres meses fuera de la ciudad; pero creo que si es sobre mi salud, tendría derecho de saberlo”. Se tomó un minuto el doctor revisando nuevamente los estudios, caminó de un lado a otro, jaló aire y le dijo: “Señora… usted tiene un cáncer de pecho muy avanzado, creo que debe hablar con su marido para que regrese de inmediato y podamos tomar acciones sobre sus cuidados”. “¿Podré morir antes de que él llegue?”… el silencio del doctor le dio la contestación. Por lo que se fue y caminó por las calles. En ese momento todo la ensordeció y la voz de Roberto no apareció en sus diálogos.
Fue hasta esta altura de su vida que se dio cuenta lo sola que estaba. Quiso identificar la realidad y le venía a la mente Roberto: todos los diálogos, consejos y protección que sentía de él. Pero también quiso encontrar sus fantasías y aparecía nuevamente. En ese momento quiso enloquecer, estaba en vísperas de la muerte y no tenía claridad sobre aquello que había vivido y aquello que había soñado, pensado o sentido. Llegó a su casa, tomó una pluma y una hoja en blanco y escribió:
Pasó el tiempo y te permití en mi vida
Hoy te necesito y sé que no eres real
Por qué será que te veo hoy con ira
Hombre perfecto… la maldición de amar
Dejó caer la pluma y el lápiz. Lloró recostada en su brazo y se quedó dormida. ¿O quizás murió? En el mundo de Renata no sabemos por qué la distancia entre dormir y morir puede ser tan parecida como entre soñar y vivir.