Muerte 8:15 • (II)
Cultura, ¬ Edgar Gómez Flores viernes 23, May 2014Cuéntame algo para no morir
Edgar Gómez
- No Luisa, esto no es así, le contestó el anciano. “Los sueños no son de uno, uno es de los sueños, ellos siempre están ahí, nosotros vamos a ellos, nosotros no los escogemos, ellos nos toman por sorpresa y nos invaden
Parte 2 de 4
A lo lejos un local tipo taberna daba una vista pintoresca a la noche. El guía le dijo; “Vamos, será bueno el calor de la leña”, “entremos”… Una mujer tomó el brazo de Luisa antes de entrar y le dijo: “Recuerda Luisa… el dos mil veintidós, por favor no lo olvides”… Lo escuchó como murmullo, apenas lo pudo percibir, no le tomó mucha atención. La persuadió más la chimenea que al fondo presentaba un ambiente caluroso, su guía la tomó de la mano, parecían pareja, claro no lo eran, ni lo podrían ser. Llegó el mesero, con los dientes amarillos y mirada lacerante y les dijo: “desean tomar lo mismo”, ¿Lo mismo? Contestó Luisa… claro Luisa, lo mismo que pides antes de intentar morir… ¿Intentar morir? Volvió a replicar… En ese momento sintió una bofetada que la puso en el suelo cerca de los pies del mesero y entre el bullicio, las carcajadas y gritos de ira de su agresora se escuchó. ¿No escuchas bien? Intentar morir, ¿te das cuenta? Ni para morir tienes valor, sólo lo intentas y no lo logras. Luisa retrocedió en el suelo, recargada en sus manos y se puso en una orilla de la pocilga. Desde ahí la pudo observar; era Ana, su hermana. De manera somnolienta escuchó sus reclamos. ¿Me recuerdas? inquirió Ana; soy tu hermana, o como dirías tú, la puta de tu hermana. ¿Te das cuenta? Nuevamente aquí tú y yo; tú con tu miedo, en mi mundo, yo aquí esperándote una vez más. Luisa recordaba esta discusión. No sabía si la había presenciado en otra pesadilla o en su vida… Quiso ponerse de pie para encararla, pero nuevamente resintió su estabilidad al levantarse como en aquellos tiempos de los aparatos ortopédicos, la tomó de la quijada y la puso en la pared: “mira Luisa, ese reloj marca la hora… son las 8:15, tu sabes bien que pasará, o lo haces o lo hago…
La respiración de Luisa se agitó de repente, el lugar se vació. Sólo unas velas quedaron encendidas cerca de la barra donde un cantinero atendía. Se acercó hacia éstas; ahora quedaba claro todo… las 8:15, las 20:15.
… el reloj detendrá su andar al 20:22.
La chimeneas se había apagado, el viento sopló entre la ventana que estaba nuevamente rota… le heló las piernas, tendría siete minutos o tal vez seis, cinco… El tiempo se volvió efímero. Entonces le vino a la mente el poema que su padre le escribió.
El tiempo llega en pedestal infinito, se nos va de las manos.
Corre y llega… se va sin permiso.
Queda sólo el recuerdo vivido. Agua, aire, tiempo….
Pasan años; dulces sin gracia y amargos, todos se van, pocos…. se quedan conmigo.
Se hincó y el viento empezó a acabar con el techo del lugar, las paredes, el pueblo. Otra vez Luisa con su realidad. Después de quedar a la intemperie, un viento tenue refrescó su cara. Quedó sola en la montaña. Las dos lunas reflejaban su luz en toda la colina. Por primera vez en sus sueños no tuvo miedo de los dos discos perfectamente delineados en el caprichoso cenit. En este momento sintió paz de contar con el reflejo que le permitía no tropezarse en su andar. Avanzó con paso lento; algunas veces trompicaba con algunas piedras las cuales eran imperceptibles a su paso, pero nada que la pusiera nuevamente en el fango del camino. Durante este trayecto, recordó a Ana, su hermana, pudo identificar su rostro desencajado en la taberna, estaba segura que el odio reflejado en ella ya lo había experimentado tiempo atrás… Otra vez le vino el dolor de cabeza, ese dolor que tenía una clara relación con ella… prefirió evadir el recuerdo y caminar.
Volvió a ver su reloj. Un reloj de cuerda, antiguo… justo se detuvo a las 20:20. El tiempo se congeló y con él su deseo de morir. Esto le permitió quitar un poco de peso a su existencia, la cual se desvanecería, la cual pudo haberse esfumado con Ana, tal vez al atravesarle una daga en el pecho, o tal vez de manera más sofisticada, tomándola de los brazos, acercándose de manera provocativa hacia ella e inhalando sus recuerdos, su respiración, su vida, su existencia, su alma, su ser…
Dio algunos pasos más resignada, cabizbaja y al tratar de identificar el paso venidero, el reflejo de las lunas se confundió con el reflejo del horizonte; luces de colores reflejaban por doquier, era una imagen pequeña… “tal vez por la distancia” pensó para sí misma. Caminó por algunos minutos – o tal vez fueron horas- que le permitieron enfocar de manera más fácil su nuevo refugio. Se llegaban a escuchar voces ocasionadas por la muchedumbre, entre aplausos, gritos y carcajadas pudo ver a lo lejos la carpa de un circo, esto lo confirmó con el olor a excremento de los animales… Elefantes, cebras, ponies y otras tantas especies enjauladas le dieron la bienvenida a su paso. “¿Un circo en plena noche?” – pensó. Sin embargo, no se detuvo y atravesó la cerca del primer círculo de contención que caracteriza a estos lugares. Vio a lo lejos la taquilla con una luz casi imperceptible, mas no para ella que había agudizado su vista en la oscuridad del camino. A unos pasos de la taquilla donde atendía un señor de aproximadamente setenta años viró… pensó encontrar a su guía; pero éste no estaba… por el momento. Regresó la mirada y vio fijamente al taquillero y le dijo… “¿me puede vender un boleto?”, ¿con qué dinero pagarás Luisa?, le contestó el señor… Nuevamente quedó desconcertada, le aterraba saber que toda la gente sabía su nombre en aquellos lugares desconocidos, tal vez la idea de relacionar el nombre con el control, la hacía sentirse en desventaja. “No sé… es mi sueño y seguramente tendré el dinero que me pida”. No Luisa, esto no es así, le contestó el anciano. “Los sueños no son de uno, uno es de los sueños, ellos siempre están ahí, nosotros vamos a ellos, nosotros no los escogemos, ellos nos toman por sorpresa y nos invaden, juegan con nosotros. Pero no te preocupes mujer, ellos te están esperando, no necesitas un ticket para entrar”.
Los ojos de Luisa se abrieron, sus fosas nasales se expandieron, sus manos empezaron a escurrir el sudor que la delataba en cada una de sus pesadillas y se enfiló hacia el circo, el cual parecía se había apartado considerablemente de la taquilla. Podía sentir en sus oídos el latir de su corazón. Las palabras de este señor taladraron su caminar, “… ellos te están esperando…”. No entendía claramente el significado. ¿Quiénes son ellos?, ¿Por qué me esperan? A unos pasos de la entrada principal, vio con claridad el circo; una carpa de color rojo con amarillo, con un suelo tapizado de aserrín y el fétido olor que la acompañó desde su llegada, el cual poco a poco era menos perceptible. Con su mano derecha desplazó la cortina de plástico de la entrada y pudo identificar una voz conocida a lo lejos, la cual se perdía por el crujir de las tarimas de madera que formaban el anfiteatro.
De manera inexplicable, para ella, se tornaron los murmullos y la algarabía en silencio… luces pletóricas de colores se extinguieron instantáneamente en el último paso, al dejarse ver ante todos, en vísperas de la pista. Poco a poco una luz alumbró la parte superior de la carpa, dejó ver los trapecios, las caras impávidas de los espectadores y al final ella… Paulatinamente Luisa empezó a ver que el circo se expandía… el techo se alejaba, la pista incrementaba su diámetro… Las personas se hacían más grandes a sus ojos. No podía explicar este fenómeno. La cara de las personas empezó a cambiar, ahora se encontraban asombradas de lo que sus ojos veían. Ella no contuvo esto. Cayó al suelo. Sin embargo, pudo percibir en su caída que el suelo no estaba tan lejos como lo pensó. Ya en él, pudo ver su mano derecha. El lunar que había visto días atrás no lo percibió, con la otra mano pudo palpar su piel tersa, rosada, sin aspereza alguna. Era la mano de una niña. De repente tuvo la sensación de caer en un vacío y de manera zigzagueante sus recuerdos, sus miedos olvidados y sus dolores, la tomaron físicamente y también en sus ideas. Fue aquí cuando la luz se enfocó a su rostro, asimismo otro destello se perfiló al otro lado de la pista donde se encontraba el hombre de traje con sombrero negro de copa, el cual portaba un altavoz en la mano izquierda…
Continuará…
La primera parte puede verse en www.diarioimagen.net