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¬ Javier Cadena Cárdenas miércoles 21, May 2014Termómetro
Javier Cadena Cárdenas
En cuestiones de educación en México se padece de todo, y este todo va desde la burocracia sectorial, la política salarial, el sindicalismo y la conformación curricular de las materias impartidas, hasta la misma falta de oportunidades para que la población entera tenga acceso a cumplimentar todos los ciclos educativos.
Ello no deja de sorprender, en un sentido y en otro, aunque todos podrían desembocar en la indignación ética por la situación que se vive.
Aún se recuerda, por ejemplo, la exigencia del entonces titular de la Secretaría de Educación Pública en los primeros tiempos del presidente Ernesto Zedillo, de que todos debían portar título universitario, siendo él un simple bachiller que, además, se ostentaba con el título de doctor.
O ese otro ejemplo de un consejero electoral que tuvo que retirarse de su función, porque aunque tenía la experiencia necesaria, no ostentaba título universitario alguno.
Y es que llegando al meollo del asunto, a decir verdad en México se ostenta el tener un título universitario, y se hace con tanta frecuencia e intensidad que ya hubo quien dijera que en el país el título universitario ha sustituido al título nobiliario. Aunque también hay ejemplos que no son así, y uno de ellos, dicen los que saben, fue Adolfo López Mateos, quien logró el grado académico de doctor en Derecho, pero que cuando lo hicieron candidato a la presidencia del país solicitó que no le dijeran doctor ya que, argumentó, el pueblo lo iba a confundir con un médico.
Y este ejemplo de López Mateos, cierto o no, da en el centro del asunto: en México conviven la educación y la ignorancia, aunque cada día que pasa los que quieren ostentar algo, como algún título universitario, lo hacen aunque sea recurriendo a la “Universidad Santo Domingo” o alguna “universidad patito”.
En la primera, no se asiste a clases ni se tienen maestros ni nada por el estilo, simplemente se va al centro de la ciudad de México y en alguna imprenta ubicada en Plaza de Santo Domingo, enfrentito de la mismísima Secretaría de Educación Pública, se ordena un trabajo y mediante el pago respectivo, se licencia el susodicho, o la susodicha, recibiendo del impresor el flamante título que lo “acredita” como tal o cual profesionista.
Y en la segunda, aunque sí existen los salones de clases y los profesores, lo que enseñan deja mucho qué desear, ya que los dueños ven a su escuela más como negocio que como una institución educativa y quienes asisten lo hacen por el papel más que por los conocimientos.
Todo lo anterior viene a cuento porque con la reciente aprobación de las leyes secundarias de la reforma electoral nacional, ya hubo quien ha puesto el grito en el cielo porque no se incluyó en ellas el requisito de que para ser legislador se debe tener un título universitario.
Lo significativo es que quienes se quejan de que llegan a legisladores personas sin preparación académica, no están al tanto de que en la democracia representativa nacional no se elige a los especialistas, sino a quien se postula acompañado por un número de votos tras de sí.
Es decir, en el sistema electoral nacional tiene mayor importancia, quien aglutina a su alrededor a cierto número de gente más que al conocimiento, y por ello es de mucho riesgo el planteamiento de la reelección, ya que se corre el riesgo de reelegir al mejor gestor más que al mejor legislador.