La sangre devota
¬ Humberto Matalí Hernández lunes 21, Jun 2010Al son de las fábulas
Humberto Matalí Hernández
Y pensar que pudimos / en una onda secreta /
de embriaguez, deslizarnos / valseando
un vals sin fin por el planeta…
Ramón López Velarde. / Y pensar que pudimos…
El sábado se cumplieron 89 años del fallecimiento de Ramón López Velarde y día 15 fue su onomástico. Falleció a los 33 años, cuando escribía poesía renovada, para ser uno de los innovadores de la poesía al evolucionar del romanticismo al modernismo. Sus dos poemas finales: La suave patria y el póstumo El sueño de los guantes negros son excelente muestra. El primero lo vio publicado en su agonía.
En medio del caos y la desmoralización de la barbarie tecnológica, negación del humanismo en el siglo de la comunicación, la obra poética de Ramón López Velarde (1888-1921), crece para demérito de la condena estéril e innecesaria del Nobel de Literatura Octavio Paz, al calificarlo de “un poeta menor de México”.
El primer libro de poemas de Ramón López Velarde lo edita Revista de Revistas en los primeros meses de1916, con el título de La sangre devota. Son 38 poemas en el tomo, que despertaron emoción entre los muchos grupos literarios de esa época, como anuncio del fin de la lucha revolucionaria y en donde los intelectuales forjaron el renacimiento creativo del arte mexicano, en todas las disciplinas, cuyo esplendor permanece y asombra.
El maestro del minimalismo y la descripción perfecta, Julio Torri, en 10 líneas celebra la aparición de un poeta nuevo: “Con elegante portada de Saturnino Herrán, publica nuestro excelente amigo López Velarde un tomo de poesías. Las hay en La sangre devota muy bellas, que recuerdan vagamente el panteísmo de Francis Jammes; otras, de originalidad no rebuscada, delatan al poeta que va descubriendo su camino, y que empieza a dominar los recursos de su arte. López Velarde es nuestro poeta de mañana, como lo es González Martínez de hoy, y como lo fue de ayer Manuel José Othón. Nuestros parabienes al autor de Sangre devota, obra en que se han ocupado los críticos de varias publicaciones periódicas, suceso que nos ha sorprendido muy gratamente. Esto nos quita el placer de dedicar mayor espacio al libro de López Velarde”.
Un año después, en mayo de 1917 fallece Josefa de los Ríos, la provinciana de Jerez, Zacatecas, musa de Ramón López Velarde, que le dicta los sentimientos en la mayoría de los poemas de La sangre devota. En esos meses el poeta preparaba la segunda edición de su poemario y sin cambiar ninguna palabra de los textos originales, agrega un prólogo a la segunda edición en donde aparece este párrafo “Deseo afirmar que por lealtad y legitimidad conmigo mismo esta segunda edición es idéntica a la de 1916, sin cambio de una palabra, ni de un punto, ni de una coma. Una sola novedad: en el primer poema, el nombre de la mujer que dictó casi todas las páginas”.
La explicación es válida. Josefa de los Ríos (1880-1917) llega a nosotros bajo el nombre poético de Fuensanta. El primer verso de La sangre devota, de apenas tres líneas del poema En el reinado de la primavera se le anuncia: “Amada, es Primavera. / Fuensanta, es que florece / la eclesiástica unción de la cuaresma”. A partir de ahí, Fuensanta acompaña los versos en el libro de Ramón López Velarde. La otra presencia perenne es la provincia mexicana, al lado del conflicto dual entre lo místico de una formación y lo carnal cotidiano, el deseo y el amor.
Quizás dentro del libro, una de las piezas poéticas más bellas es Mi prima Águeda, aunque vienen otros igual de armoniosos y perfectos como Y pensar que pudimos; o las descripciones en Viaje al terruño, A la gracia primitiva de las aldeanas y La bizarra capital de mi estado, anunciaciones de las figuras que cuatro años después dan luz a La suave patria. Para despertar la curiosidad de acercarse a las ediciones actuales de La sangre devota, este es el poema Mi prima Águeda, dedicado a Jesús Villalpando:
“Mi madrina invitaba a mi prima Águeda / a que pasara el día con nosotros, / y mi prima llegaba / con un contradictorio / prestigio de almidón y de temible / luto ceremonioso. // Águeda aparecía, resonante / de almidón, y sus ojos / verdes y sus mejillas rubicundas / me protegían contra el pavoroso / luto… // Yo era rapaz / y conocía la o por los redondo / y Águeda que tejía /mansa y perseverante en el sonoro / corredor, me causaba / escalofríos ignotos / (Creo que hasta la debo la costumbre / heroicamente insana de hablar solo.) // A la hora de comer, en la penumbra / quieta del refectorio, / me iba embelesando un quebradizo / sonar intermitente de vajilla / y el timbre caricioso / de la voz de mi prima. // Águeda era / (luto, pupilas verdes y mejillas / rubicundas) un cesto policromo / de manzanas y uvas / en el ébano de un armario añoso”.
La poesía de Ramón López Velarde es para leerse en la intimidad, con suavidad de lector. No se presta a la grandilocuencia hueca los declamadores. Sin embargo, hacerlo en voz alta, tiene la enorme ventaja del ritmo natural y rebuscados juegos de palabras y los pleonasmo intencionales, como el citado en el preámbulo de esta entrega. Sin duda es insuperable la lectura cadenciosa y muy suave al oído de la amada o del amado, según sea la voluntad de la vida.
Para ello, abundan las ediciones de La sangre devota y de los otros poemarios de Ramón López Velarde, aunque de lo mejor son las obras completas reunidas primero por Editorial Porrúa en “Sepan cuantos…” y la magnifica hecha por el Fondo de Cultura Económica.
Sirva esta columna para rendir homenaje al poeta que nació en Jerez, Zacatecas, pero fue en la ciudad de México la inspiración, el tiempo y el impulso para comprenderse y crear la poesía. También aquí, en la colonia Roma, falleció de una pulmonía. Ahora que tanto festina el gobierno panista de Felipe Calderón las fiestas del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución de 1910, bueno sería recordar a los intelectuales emanados de la odisea Revolucionaria, esa que hipócritamente quieren ocultar y soterrar, como lo demuestra la nueva toma de la mina Cananea, al menos que preparen como homenaje al centenario revolucionario una nueva reproducción de los asesinatos y encuentros de los milites contra los mineros. Todo sea por el estilo “hollybudence” de los festejos planeados por los impulsores de la neo historia, de ofender restos y apoyar ideas mediocres.
EMPOBRECIMIENTO LITERARIO
De pronto, en cuestión de dos días la literatura se empobreció. Dos creadores se les ocurrió abandonar las maquinas de escribir, como que se cansaron de la estulticia mundial de la actualidad. Primero José Saramago, que a pesar del Nobel, no abandonó la lucha en contra de la explotación y la miseria. Seguro en donde se encuentre seguirá en la pelea y la creación literaria.
Después Carlos Monsiváis decidió hacer crónicas desde otro lugar. Y con ello deja a los capitalinos en la pobreza narrativa. Van a faltar sus sarcasmos y duras críticas. Por lo pronto seguro protesta por el insulso mensaje enviado por Felipe Calderón, que seguro con esa sordera de la torpeza mental, ignoró las duras críticas que a lo largo de los tres años de gobernante le lanzó en el rostro Monsivais. ¡Vaya caradura presidencial! Y lo mismo va para las huecas alabanzas enviadas a Portugal por la muerte de Saramago, Calderón desconoció las conferencias, una en México, en que criticó a los gobiernos neoliberales y derechistas. Lo que es la desmemoria diría el amigo Monsiváis.