AMLO, derrotado por su corazón
Roberto Vizcaíno jueves 26, Dic 2013Tras la puerta del poder
Roberto Vizcaíno
- Tres semanas después de sufrir el infarto no ha podido aparecer en público
- Cada día que pasa su ausencia profundiza su incapacidad para continuar su camino
- Construido por él como un instrumento personal, Morena se hunde junto con López Obrador
Desde que inició en política allá por 1976 al amparo del poeta Carlos Pellicer, nadie nunca le había podido poner límites a Andrés Manuel López Obrador.
Ni siquiera Enrique González Pedrero, quien lo hizo presidente del PRI en Tabasco y quien luego le ofreció otros cargos, debido a que lo tuvo que remover del tricolor a petición de los alcaldes, de quienes AMLO se había convertido en su principal control.
Nada pudo detenerlo en el asalto a los pozos petroleros años después y su persistencia y marchas hacia la ciudad de México lograron minar y poner en riesgo la gubernatura de Roberto Madrazo, al inicio del régimen de Ernesto Zedillo.
Luego de todo eso, su historia suma ascensos a través de la tozudez de su accionar y de la implantación del método de tomar una y otra vez las calles y las plazas.
De ahí surgió un líder natural que en 2006 estuvo a punto de lograr como nunca antes ningún otro opositor la Presidencia de la República.
Fue a partir de esa campaña que Andrés Manuel López Obrador hizo suyos los caminos, plazas y multitudes de México. Llenaba el Zócalo capitalino al tope cuantas veces lo quería.
Los hechos, sus amigos y enemigos indican que ahí perdió el piso.
AMLO ensoberbeció.
Hizo cosas —como el plantón de Reforma; declararse “presidente legítimo”- que 6 años después lo volvieron a llevar a la derrota.
Convencido de que otros, no él, eran las causas de sus fracasos, los abandonó e inició el registro de su propio partido: Morena.
No se requería ser un sesudo analista político, poseer doctorados en ciencia política o maestrías en sociología e historia para saber que López Obrador, apenas salió de las elecciones presidenciales de julio de 2012 para comenzar a construir su tercera postulación presidencial.
En esta ocasión, creyó, nada lo pararía. Tenía la experiencia de dos comicios y un soporte social amplio, que en julio de 2012 le otorgó 15 millones 896 mil 999 sufragios, el 31.59 por ciento del voto total.
Aun cuando se metió de nuevo en una maraña de cuestionamientos respecto de su derrota y el triunfo del priísta mexiquense Enrique Peña Nieto —quien alcanzó 19 millones 226 mil 788 votos, es decir, el 38.21 por ciento de todos los sufragios-, AMLO logró salir de todo ese conflicto con cierto posicionamiento.
Entendió que 3 millones 329 mil 789 votos no eran fáciles de rebatir por más que alegó u sugirió lo de la compra de votos a través de los monederos de Soriana y otros establecimientos.
Así llegó a 2013, año que dedicó a recorrer de nuevo el país, pero ahora para darle estructura partidaria y organicidad a su llamado Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) para inscribirlo como un nuevo partido político ante el IFE.
Las reformas estructurales del presidente Peña Nieto que surgieron del Pacto por México le dieron un nuevo impulso. Y vio venir la energética, con cambios constitucionales.
Como buen jugador político, enfiló sus esfuerzos y contingentes a combatir esta reforma. Él sabía bien que no la podría parar, pero estaba convencido de que le daría el soporte popular suficiente para retomar vuelo y reconvertirse como una opción para la presidencial del 2018.
La energética lo haría —diría un joven-, un AMLO reloaded, un aspirante ‘recargado’, relanzado justamente por su principal contrincante, el presidente Enrique Peña Nieto y el PRI.
Y como chango viejo no aprende maroma nueva, AMLO estiró el músculo con un par de nuevas concentraciones en el Zócalo.
Nada nuevo, cero imaginación e improvisación en la movilización social y política de las masas y los medios. El simple y llano uso reiterativo del recurso del método.
¿Para qué cambiar si la toma de las plazas siempre le había funcionado?
En eso andaba cuando el por demás inesperado e inoportuno rayo de un infarto -¿o dos?-, golpeó su corazón y mandó por los aires todas sus proyecciones presidencialistas.
Algunas no acaban de aterrizar. Otras indican que López Obrador podría estar fuera de cualquier aspiración política y de poder.
Para confrontar a quienes como mi ex amigo P. -un furibundo lopezobradorista de hueso colorado, el más fiel de los seguidores del tabasqueño-, decían que un infarto no es nada, que su “rayazo” de esperanza saldría de ésta como de otras, sonriente y jugando béisbol, robándose a placer la segunda base y corriendo las cuatro almohadillas, López Obrador cumple ya el día 20 de su ingreso a Médica Sur sin dar la cara. De la gravedad de su problema médico habla su ausencia.
Primero, lo suplió su hijo, quien no logró motivar a los seguidores del papá. Pero no sólo eso, el “princesa” López Beltrán con su accionar y con la vocería del jefe del clan se interpuso entre los medios y Martí Batres, gerente a cargo de Morena.
Así, pasan los días y cada vez queda más claro que AMLO ha sido simple y llanamente derrotado no por un compló enemigo o un contendiente político o por ese algo inasible e invisible conocido como “el sistema”, bueno ni siquiera por los de la “mafia en el poder”, sino por su corazón.
Lo peor de todo, es que los acontecimientos posteriores al anuncio de su infarto, indican que AMLO y nadie de los suyos estaba preparado para enfrentar una situación así.
No había protocolo ni manual para darle una salida a un contratiempo como el sufrido la madrugada del 4 de diciembre. Bueno, ni siquiera para responder lo del ingreso a Médica Sur y no a una clínica popular del gobierno capitalino.
Y sigue sin mostrar ninguna preparación, porque la ausencia de AMLO es ya un vacío que va a ser incluso muy difícil de llenar, con una explicación coherente, por el propio López Obrador.
Todo indica que lo que escribimos aquí mismo, luego que se supo lo del infarto, fue cierto.
Dijimos que a partir del incidente médico, el tabasqueño comenzó su tránsito inexorable hacia la limitación de su liderazgo.
Que desde ese día el de Tepetitán, municipio de Macuspana,Tabasco, es inevitablemente un personaje “tocado”, con limitaciones que ponen fin a toda una serie de expectativas para él y su movimiento.
Y que a partir de eso se ve muy difícil que pueda ver cumplido su deseo de participar en la presidencial de 2018.
Que el aviso que le dejó su corazón le dice a él antes que a nadie, que la Presidencia de la República no está ya en su futuro.
Que es cierto. Vivirá. Pero que la mínima experiencia médica indica que deberá hacerlo dentro de un régimen que no admite más tensiones ni ritmos, como los que demanda un liderazgo como el que venía desempeñando, mucho menos una nueva campaña electoral presidencial y ni pensarlo como el esfuerzo físico, emocional, del máximo cargo en este país.
Y que a mes y medio de haber cumplido los 60 -nació el 13 de noviembre de 1953-, Andrés Manuel López Obrador ve cómo el destino le cobra hoy la peor de sus jugadas.
Y que eso ocurría justo cuando empezaría una nueva lucha que podría darle un reposicionamiento popular a partir de su combate a la reforma energética y a las puertas de conseguir el registro de su partido político: Morena.
El escenario que se le planteaba antes del infarto era el soñado, el ideal para él.
Y señalaba en ese entonces aquí mismo, que su caso me recordaba al de otro opositor obstinado también de nombre Manuel, pero de apellidos Marcué Pardiñas, quien como AMLO sufría del corazón y a quien su mal terminó venciéndolo.
Marcué, diputado federal, subía a tribuna y encendía el debate conforme se le iluminaba y enrojecía la cara enmarcada por su gran melena.
Todos abajo lo seguían entre la expectativa de sus discursos y el de su ira que siempre lo acercaba al infarto. Hasta que ocurrió.
Sin duda, estemos o no de acuerdo con sus acciones e ideas, López Obrador es uno de los líderes más carismáticos de México de las últimas décadas.
Dije entonces que muchos somos quienes pensamos que si hubiese tomado otro camino, podría haber sido el gran líder de México, ese personaje que podría haber impulsado al país a otros niveles.
Pero no, no lo hizo. Y se convirtió no sólo en el peor lastre para la izquierda y los movimientos sociales del país (no lo digo yo, lo señala entre otros Roger Bartra), sino un freno permanente de las grandes transformaciones.
Hoy, afectado por el rayo que cayó sobre su corazón, AMLO difícilmente podrá hacer algo distinto de lo que ha hecho toda su vida. Lástima.
NOTA. En razón de los días de descanso de fin de año, nos veremos aquí a partir del lunes 6 de enero. ¡Felicidades!