País de novela
¬ Juan Manuel Magaña lunes 9, Dic 2013Política Spot
Juan Manuel Magaña
Ahora que Mario Vargas Llosa visitó México, el extraordinario escritor vio que nuestro país es todo un reto para la imaginación de un novelista.
Al fin y al cabo forastero, se encontró a simple vista con un cúmulo de cosas que hacen de México un país inexplicable, pero muy interpretable.
Tan inspirado se sintió Vargas Llosa que llegó al grado de sostener esta vez que México era un caso “muy interesante” pues “hace veinte años era una dictadura, de un partido (el PRI) que tenía una hegemonía absoluta, 70 años en el poder, una corrupción enorme, los presidentes salían ricos”, y eso ha cambiado.
Se sintió tan motivado que confesó hoy estar feliz por haberse equivocado respecto a lo dicho hace 23 años de que México era la “dictadura perfecta”. “¡No era perfecta! ¡Era imperfecta, felizmente! Era una dictadura imperfecta y la prueba es que (hoy) no hay una dictadura en México”.
Analista improvisado, Vargas Llosa dictaminó: “Es un país donde hay una democracia, hay partidos políticos rivales, fuerzas que realmente están presentes en el parlamento, en los medios de prensa, manifestaciones gigantescas de partidos opositores. Ese es un progreso considerable. Hoy día se puede atacar al poder”.
Hace año y medio, en marzo de 2012, el premio Nobel de la Literatura aseguraba que para que la lucha contra el crimen y el narcotráfico continuara y no hubiese un retroceso, México necesitaba que Josefina Vázquez Mota llegara a la Presidencia de la República.
Afirmaba entonces: “Para que la lucha contra la violencia, la corrupción, el narcotráfico, que ha dado con tanto coraje el presidente Calderón no ceda el paso y no retroceda y continúe, necesitamos que Josefina Vázquez llegue a la Presidencia de la México”.
Es decir, de un año a otro, Vargas Llosa ve al mismo país de manera tan diferente como si a sus lentes les hubiese cambiado radicalmente la graduación.
No obstante se entiende un poco lo que hace. Vino y vio un furor reformista con signo de derecha y quedó nuevamente encantado de este país y sus políticos.
Aunque Josefina no haya ganado y sin importar que se saltara la corrupción de los presidentes panistas que superaron a sus maestros priístas. Nomás para alimentar la imaginación literaria debió saber lo que piensa el clero sobre la reforma política que nuestros legisladores acaban de aprobar.
La Arquidiócesis Primada de México calificó como una “pesadilla” la reelección de diputados, senadores y ediles, e indicó que su aprobación es un “obsequio prenavideño” dentro de la clase política producto de un “intercambio de favores, en el marco de la reforma política”.
País de novela, el senador perredista Alejandro Encinas advertía ayer que el diferendo entre PRI y PAN en torno a la reforma energética es solamente por cómo se reparten el botín petrolero.
La izquierda ha venido denunciando que los panistas promueven la privatización porque quieren legalizar las transas que empezaron durante el gobierno de Vicente Fox y siguieron con Calderón a través de Juan Bueno Torio y Georgina Kessel, ex secretaria de Energía. Negocios que hicieron éstos con empresas españolas, como Repsol. Han venido insistiendo en que se legalicen los contratos de utilidad compartida que se dieron durante el sexenio de Felipe Calderón.
No se habían puesto de acuerdo en esa reforma porque los panistas querían no sólo contratos de utilidad compartida, como se proponía en la iniciativa del Ejecutivo federal, sino concesiones.
En el primer caso, el pago a las empresas extranjeras sería en función del petróleo que obtengan, mediante compensaciones en efectivo o un porcentaje de los hidrocarburos.
Los priístas sostenían que no se otorgaría a las petroleras extranjeras propiedad sobre las reservas ni participación sobre la producción.
Pero precisamente los panistas querían esto último, por medio de la figura de concesiones o “licencias compartidas”. El artículo 27 constitucional no define qué es una concesión, pero la Suprema Corte de Justicia de la Nación lo ha hecho al señalar que es la cesión temporal de una porción del territorio que el Estado concede a un particular para que lo explote y aproveche directamente.
Este es el meollo. Queda ya muy poco Estado por ceder y el riesgo de hacerlo es convertir a este país en una ficción, en mera novela.