Marván y lo contrahecho
¬ Juan Manuel Magaña jueves 5, Dic 2013Política Spot
Juan Manuel Magaña
“La reforma político-electoral que el Senado aprobó servirá nomás “como palanca para catapultar otras decisiones que nada tienen que ver con la vida democrática”.
Eso es lo que dice María Marván Laborde, la nueva consejera presidenta del IFE para el breve lapso comprendido del 4 de diciembre de 2013 al 7 de enero de 2014.
La funcionaria quiso aprovechar desde el primer segundo en el cargo para desenvainar la espada y tratar de hacer pedazos lo que los senadores hicieron mientras todo México dormía.
Ayer amanecimos con que luego de diez horas de discusión, el Senado aprobó una reforma que termina con el sistema federalizado de elecciones, al desaparecer el IFE, eliminar la autonomía de los institutos electorales estatales, que ahora se denominarán “organismos públicos locales de las entidades federativas en materia electoral” y al facultar al Senado a nombrar a los magistrados electorales estatales, con lo cual los Congresos estatales no tienen facultades ya para elegirlos.
Es decir, el Senado hizo pedazos al IFE para sustituirlo con quién sabe qué, según ya muchos piensan.
Y a decir de Marván, que arremetió con todo, la reforma de marras pondrá fin “a la institución que le ha dado estabilidad política al país”.
La argumentación de la nueva presidenta de un organismo que ya vive sus últimas horas, salvo que los diputados dispusieran otra cosa, lo que luce imposible, es abundante y fuerte, aunque algo críptica.
Y se ve que no se reservó nada de lo que piensa.
Acusó a legisladores de crear un Instituto Nacional Electoral que “echa por tierra aquella estructura fundacional que tan buenos resultados dio. En su lugar se prevé una doble, triple, quizá cuádruple pista en la que correrán intersecciones organizativas, hasta hoy imprecisas, entre lo local y lo federal, entre lo distrital y lo municipal, entre lo nacional y los usos y costumbres”.
En rasgos muy generales, la reforma aprobada establece que el mandatario que resulte electo en 2018 tendrá la posibilidad de gobernar en alianza con otras fuerzas políticas y el Senado tendrá que ratificar a los integrantes del gabinete, excepto a los titulares de Defensa y Marina. Se propone que los senadores puedan ser electos hasta por dos periodos consecutivos y los diputados al Congreso de la Unión hasta por cuatro periodos consecutivos.
Se establece también la autonomía de la Procuraduría General de la República (PGR), se crea el Instituto Nacional Electoral (INE) y se fija como causal de nulidad de una elección el rebase del tope de gastos de campaña, cuando éste sea determinante en el resultado de la contienda.
Se busca además aumentar el umbral del dos al tres por ciento para mantener el registro como partido político nacional o estatal.
Hasta se piden normas que establezcan las “sanciones aplicables a la promoción de denuncias frívolas”.
De todo esto qué dice Marván: que no tiene sentido “disimular la imposición centralista, que en juicio sumario y sin posibilidad de defensa de los acusados, determinó que los estados son incompetentes para solucionar sus propios problemas políticos”.
“Vamos -sostuvo Marván- de un modelo vertical y sencillo, a uno bizarro, cruzado, difícilmente administrable. Esta reforma pone fin a una era electoral, porque es la primera reforma política, desde 1977, que no se negocia en sus términos, ni en sus méritos, una reforma que no se da sus tiempos propios”.
La primera —y por lo visto la última- presidenta que habrá tenido el IFE, le puso una cereza a su crítica en el mismo tono en que la izquierda ha venido denunciando y reprobando las oscuras negociaciones entre priístas y panistas:
“Se hizo de esta reforma una ficha de cambio que se juega en la pista de una confusa reforma energética. No juzgo la pertinencia de ésta, pero afirmo categóricamente que en su naturaleza nada tiene que ver con la democracia y sus instrumentos”. Esto tiene fuerza de escándalo.