Cárdenas sí, revolución no
¬ Juan Manuel Magaña viernes 15, Nov 2013Política Spot
Juan Manuel Magaña
Un día, el lunes pasado, el secretario de Gobernación anuncia que no habrá desfile el 20 de noviembre con motivo del 103 aniversario de la Revolución y otro día, como el de ayer, el Partido de la Revolución Democrática anuncia que cuenta ya con un millón 12 mil firmas para apoyar la demanda de que se someta a consulta ciudadana la reforma energética.
Se trata de días de definición -o indefinición si se prefiere- ideológica. Días en que, en su imaginario, un pueblo pasa y repasa parte de la película de su historia.
Quién no recuerda a Lázaro Cárdenas, a propósito del petróleo, Y quién no recuerda La Bola, La Revolufia, la Revolución, con su gran monumento que parece pastel de cuatro años y sus tradicionales desfiles deportivos, en los que las mamás o las abuelas de muchos llegaron a participar en calidad de abanderadas.
Sólo los políticos y los partidos parecen tener confusiones o dudas al respecto.
El PRI ha llevado toda su vida el apellido revolucionario, si bien en los últimos 30 años ha abjurado, sea de palabra, obra u omisión, de él.
Sin embargo hasta el año 2000, cuando entregó el poder al PAN, el último gobierno priñista no dejó de conmemorar la Revolución Mexicana con ceremonia al pie de su monumento y con el desfile respectivo.
Hoy, a su regreso, el PRI nos recuerda a Lázaro Cárdenas, a propósito del petróleo, pero de una forma peculiar.
Sin embargo ha decidido dejar a la Revolución en paz y sin motivo aparente. Y por eso a veces da la impresión de estar tanto o más confundido, respecto al pasado ideológico, que los panistas que le remplazaron durante dos sexenios en el poder.
Vicente Fox, por ejemplo, canceló la ceremonia conmemorativa en el Monumento a la Revolución, pero inauguró una guardia de honor ante el monumento a Francisco I. Madero que se encuentra en la residencia oficial de Los Pinos. Fue notable que haya mantenido el desfile deportivo-militar y la entrega del Premio Nacional del Deporte.
Sólo en 2006, Andrés Manuel López Obrador le dio baje a Fox con el Monumento a la Revolución, donde se hizo investir como “presidente legítimo”, luego del fraude electoral con que la élite sentó en el poder a Felipe Calderón.
Éste último, en cambio, entre 2006 y 2012 desenterró el añejo ritual priísta ante el Monumento a la Revolución, a la vez que siguió con el evento ante la estatua de Madero. Luego, en 2009, Calderón de plano retomó el desfile, sólo que, como se sentía general, lo hizo ya sin deportistas y sí con elementos de caballería del Ejército Mexicano e integrantes de la Asociación Nacional de Charros.
Para el Centenario de la Revolución en 2010 —háganme el favor en qué sexenio vino a caer-, se llevó cabo un desfile con soldados ataviados a la usanza de aquella conflagración. Y en los dos últimos años del desgobierno de Calderón, se retomó el desfile deportivo-militar, una mezcla de soldados con ropas deportivas y deportistas de elite.
Luis Echeverría llegó a anunciar los nuevos tiempos cuando para no dar color solía decir “ni de izquierda ni derecha, sino todo lo contrario”. José López Portillo llegó a afirmar, ya en el sexenio de Miguel de la Madrid, que él era “el último presidente de la Revolución”. Al menos en eso fueron visionarios.
La cuestión es que los últimos 30 o 40 años han estado llenos de indefinición, por usar una palabra suave, ideológica.
En ausencia de ello ha habido una mentalidad que sólo ha desmantelado al país, al deshacerse de sus activos, sin que ello se tradujera en prosperidad u otra clase de progreso. Más que para unos cuantos.
El dilema es qué ideas, qué mentalidad es lo que necesita México para salir del problema en el que se encuentra.
Eso es lo que está a prueba. Y no hay mucho espacio para dónde hacerse en el ámbito formal. Ahí está el PRD, al que Cuauhtémoc dio medio apellido, pero al que dan mal uso “Los Chuchos”. Y luego por eso estallan las revoluciones.