Guerra civil
¬ Juan Manuel Magaña martes 29, Oct 2013Política Spot
Juan Manuel Magaña
No son pocos los que ya de plano ven en Michoacán una guerra civil.
Dos fuerzas armadas se disputan el territorio de allá, bajo características especiales. En el caso de una de las partes se trata de forajidos que a lo largo de difíciles años se han ido imponiendo en detrimento de los civiles que ahí han vivido una vida legal, y que ahora no les ha quedado de otra que armarse y tratar de defender o recuperar lo que les es legítimo.
La otra característica salta por sí misma: el Estado ha fracasado en proteger la vida y las pertenencias de la gente. El fenómeno es vasto, nomás hay que ver el mapa: de Apatzingán a Aguililla, a Sahuayo, La Piedad, Morelia, Maravatío y hasta Zitácuaro. Es el Estado fallido de Michoacán, ahí donde Felipe Calderón inició sus espectacularmente cruentos y torpes operativos policiaco-militares.
Un testigo muy enterado de lo que ahí pasa suele serlo la iglesia católica.
Sus vasos comunicantes, completamente inmersos en el problema, lo son sus obispos. Por eso la iglesia ve, con conocimiento de causa, que el territorio michoacano se lo pelean “como si fuera un botín los grupos criminales de La Familia Michoacana, Los Zetas, Nueva Generación y los Caballeros Templarios, entre otros”.
Ese es el después de la guerra de Calderón. El presente que heredó a los michoacanos (y a todos los mexicanos), en el que “si bien existe en el estado la presencia de las fuerzas federales para tratar de devolver la paz, a la fecha no hemos visto la efectividad de la estrategia del gobierno federal, pues no se ha capturado a ninguno de los capos principales del crimen organizado, aun sabiendo donde se encuentran”.
De hecho, señala la iglesia católica, “los integrantes de esos grupos criminales prácticamente en presencia de las fuerzas federales extorsionan, cobran cuotas, secuestran y levantan personas, sin que a la fecha se tenga información de las casas de seguridad del crimen organizado. Tampoco se ha logrado liberar a ninguna persona que ha sido levantada por esos grupos y que se cuentan por decenas”.
Michoacán vive hoy horas difíciles y por eso la iglesia exige a las autoridades de los tres niveles de gobierno una acción decidida que ponga fin a los actos criminales que se viven en Michoacán, sobre todo en Apatzingán, a causa de la violencia generada por el crimen organizado.
Pero aquí hay otro problema. Porque en los acontecimientos violentos de este fin de semana es cuando uno se pregunta a qué regresó Fausto Vallejo al “gobierno” de Michoacán si no fue para fajarse los pantalones.
Y también es obligado preguntarse de qué o a quién serviría ahorita la desaparición de poderes, como lo proponen algunos en línea con Calderón. Ese es parte el drama michoacano.
Sin duda lo que pide la iglesia es lo que la ciudadanía quisiera: una intervención decidida para impedir que Michoacán caiga en ingobernabilidad, o para sacarlo de ésta, o para arrancarlo de las manos del crimen organizado.
Son los ciudadanos los que lucen desamparados y en franca lucha de sobrevivencia. Por eso la pregunta es: ¿hasta cuándo se dará esa decidida intervención? ¿Se podrá? O: ¿caerá Michoacán como cayó Ciudad Juárez?