De jueves a jueves
¬ Juan Manuel Magaña martes 25, Jun 2013Política Spot
Juan Manuel Magaña
Lo que hace una chispa. El jueves 6 de junio 2 mil manifestantes convocados por las redes sociales marcharon por la avenida Paulista, en Sao Paulo.
El jueves siguiente, los manifestantes paulistas ya eran más de 50 mil, y las marchas se habían reproducido en otras capitales brasileñas.
Un jueves más, el 20, la cifra de manifestantes ascendió a un millón 250 mil personas en 460 ciudades brasileñas. Hubo multitudes de 100 mil en Recife y en Sao Paulo, y de 300 mil en Río.
En el primer jueves protestaron los pocos contra el aumento de 20 centavos de real –ocho centavos de dólar– en el pasaje del transporte colectivo. En el segundo ya hasta hubo infiltrados, vandalismo y desmesurada represión de la policía militarizada de Sao Paulo.
Para el tercero, ya hasta el aumento de 20 centavos había sido cancelado, pero los manifestantes pasaban ya a otras exigencias: mejor salud pública, mejor educación, mejor transporte, menos corrupción, menos gastos estratosféricos en la preparación del Mundial del año que viene, etc, etc, etc… El gobierno, los partidos, los políticos convencionales, los analistas, los periodistas, en fin, nadie sabía ni por qué ni hasta dónde podía ir esto después de su crecimiento exponencial. Todos estaban, como ya se ha dicho ahora, en el pasmo. Se suponía que primero con Lula y ahora con Dilma, Brasil ahí la llevaba sobre todo en algo que resultaba hasta espectacular: el combate a la pobreza.
Es obvio que el hasta ahora explosivo entusiasmo pacífico de protesta no lo vieron venir y que la política tradicional no sólo estaba dormida en sus laureles sino regresando o no queriendo abandonar terribles vicios como el de la corrupción.
Y ahora nadie comprende para dónde hay que hacerse.
El viernes pasado la protesta volvió a ser de cientos de miles y hubo una el sábado y domingo en la que fue mucho menor y que cargó contra los gastos del mundial, sin que el gobierno consiga dialogar con alguien.
Nadie sabe qué onda porque todo partió de un pequeño grupo denominado Movimiento Pase Libre (MPL) que evidentemente nunca imaginó lo que sucedería después.
Y porque ahora no hay nadie capaz de dirigir y organizar eso que está pasando gracias a las redes sociales.
Otra vez, la política tradicional apuesta al desgaste, a que eso se desinfle por sí solo, cosa que tal vez no resuelva nada, y menos si viniera un oleaje mayor. Ahí está un gobierno, identificado más o menos con el pueblo, reaccionando tarde y mal.
Los datos de analistas que tratan de explicar lo que sucede son bastante interesantes.
Primero, que había una profunda insatisfacción en amplias capas de la población que parecía adormecida.
Después, que los partidos restringieron su actuación a las elecciones, abandonando su rol de representatividad e interlocución entre la calle y el poder. Que, por ello, la clase política desoyó señales de alerta.
¿Y con qué tenían que ver esas señales? Con la corrupción. Se dice que hace cinco meses, llegó al Congreso una petición respaldada ni más ni menos que por un millón 300 mil firmas pidiendo que un tal Renan Calheiros no fuese elegido por sus pares para presidir el Senado porque su currículum se asemeja a un manual de delitos. Y Calheiros preside el Senado. Por otro lado, la corrupción en el PT, que llevó al poder a Dilma, es pública y notoria y dicen que abarca de reaccionarios convictos a corruptos en descaro.
Y a todo eso hay que agregar las políticas centradas en aumentar el consumo para buscar el crecimiento económico. La consecuencia de ellos es el abandono absoluto de los servicios públicos de educación, salud, seguridad y transporte urbano.