Sueños árabes: Las mil y una noches
¬ Humberto Matalí Hernández lunes 19, Mar 2012Al son de las fábulas
Humberto Matalí Hernández
“En verdad los hechos y los dichos de los que nos
precedieron encierran semblanzas y ejemplos para
los hombres de los tiempos nuevos…”
Anónimo. / Prólogo de “Las mil y una noches”.
En tres libros se condensan los sentimientos, emociones, sueños, odios, venganzas y amores de la condición humana: “El decamerón” de Giovanni Boccaccio (1313-1400); “Los cuentos de Canterbury” de Geoffrey Chaucer (1340-1400) y “Las mil y una noches”, recopilación anónima de historias de las culturas de Asia, corresponde a la cultura árabe reunirla y darle forma. Se menciona a Alá y su profeta Mahoma. Por lo tanto, es del siglo VI o posterior. Sin embargo, hay historias de tiempos del imperio persa de Ciro, varios siglos antes de Cristo.
Cualquier tema literario, cuento, novela, historia y narración por fuerza tiene algunas de las condiciones del ser humano, ya plasmadas, en los libros torales de la literatura, al lado de la Biblia y los poemas homéricos. Son textos fundamentales, sin que sea herejía literaria, más importantes que “El Quijote” de Miguel de Cervantes y los dramas isabelinos de William Shakespeare. Y nada de salvadas las diferencias y los tiempos. Todas son obras con la recopilación de la experiencia del ser humano.
Así las historias narradas por la bella Schahrasad -nombre occidentalizado como Scherezada- al asesino múltiple, el sultán Schahriar, no sólo salvan la vida de la bella persa cuentista, sino la de miles de mujeres, condenadas por la locura del celoso (en la actualidad se le acusaría de asesino misógino), pero trasformado y seducido por encanto de la narradora Scherezada, al grado de convertirlo en buen gobernante, amado por su pueblo.
“¡En el nombre de Alá, el Piadoso, el Apiadable! // ¡La loanza a Alá, el Rey, el Benéfico, el Creador del Universo, Señor de los Tres Mundos; que levantó el Firmamento sin columnas para sostenerlo y extendió la Tierra sobre un lecho, y la oración y la paz sobre nuestro señor Mohammed y sobre su familia y sus compañeros; oración y bendiciones perdurables y gracia que hasta el Día de la Cuenta permanezca inalterable! ¡Amin!” (forma árabe del Amén, judeo cristiano). De esa forma se ofrece la invocación inicial del maravilloso viaje narrativo de “Las mil y una noches”.
En el recorrer de las páginas del encantador libro persa, oriental, árabe y de todas las culturas de esa región del mundo, se encuentran los más diversos personajes, magos, hechiceros, amantes, bromistas, seductores, alfombras voladoras, ladrones y valientes aventureros, navegantes de mundos ignotos, hombres tan audaces como el homérico Odiseo, celosos como Otelo, enamorados hasta morir como Romeo y mezquinos como un mercader de Venecia, valientes hasta la locura cual Quijote manchego y mujeres bellas y seductoras, hechiceras de amor y encantamientos, cuerpos ardientes, escenas pícaras o plenas de erotismo, capaces de colmar los sueños de los lechos vacíos de mujeres y hombres solitarios.
Por encima de ellos existen los personajes del destino, manipuladores de la naturaleza y las ciencias, dadores de vidas y muertes, de fortunas y desgracias: Los genios o “efrit”, cual representantes de los dioses, en una contradicción con una cultura religiosa, en donde Alá es el único Dios y su profeta Mahoma. Los “efrit” habitan en lugares ocultos, algunos mínimos como una lámpara o una botella de cristal misterioso, en el interior de la piedra de un anillo o en los lugares más insospechados, capaces de cumplir, cual fieles esclavos, los deseos de los afortunados que los encuentran o capturan. Son más que los duendes occidentales o los santos milagrosos de las religiones. Sin embargo tienen la ventaja de tomar en algunos casos venganza de los infortunados, que los tienen a su servicio. No otorgan favores sin cobrar por ellos. Con la genialidad -valga el juego de palabras- de los genios, no se juega.
Las noches de Asia dieron los relatos y sus narradores ambulantes, iluminados por una fogata, en el interior de una tienda en medio del desierto o bajo las murallas de antiquísimas ciudades, comunicaron al público cautivado por la voz y el ritmo de la narración a las maravillosas historias atribuidas siglos después a la cautivadora Schahrasad.
A pesar de existir con el título “Las mil y una noche”, por lo menos desde el siglo X, en Europa no se conocían recopiladas de esa manera. Ya estaban reunidas en lengua árabe y con la invocación a Alá. Sin embargo, algunas historias, en forma suelta y como narraciones orales ya eran conocidas, sobre todo después de los viajes del veneciano Marco Polo en el siglo XII y después deben haberse difundido más, al establecerse relaciones comerciales entre Europa y Asia. Por fortuna, para la literatura, en el siglo XVIII, el orientalista francés Antonio Galland, hace la primera traducción directamente del árabe, después de haber encontrado un manuscrito completo en Siria.
Así el mundo conoció “Las mil y una noches”, donde ahora hay traducciones directas del árabe a todos los idiomas. La belleza literaria e imaginativa de este libro es superior a las aberrantes políticas racistas y terroristas de los dictadores occidentales del siglo XXI. Incluido desde luego ese loco cruzado, cocainómano y alcohólico llamado George Bush, que atacó, con violencia de fanático las milenarias culturas árabes, herederas del antiquísimo imperio sirio y el encanto de la perla de oriente: Bagdad, ahora semidestruida y ocupada por las tropas de la barbarie de los yanquis y cómplices invasores.
Ediciones de “Las mil y una noches” están disponibles en variadas presentaciones y estilos, pero no hay placer mayor que leerlas en una edición traducida directamente del árabe y con todos los pies de página necesarios para comprender al detalle cada uno de los nombres, ciudades, costumbres de una cultura menospreciada en la actualidad, por razones económicas, discriminatorias y, sobre todo por el control del petróleo y otras riquezas culturales. Tanto que aún con el pretencioso Obama continúa el ataque a la capital del antiguo reino persa, en la guerra más estúpida que todas las estúpidas guerras. Y con ello el saqueo de los vestigios de la civilización más antigua del mundo, desde frisos, textos cuniformes, esculturas y cuanto sea el arte de los sirios, asirios, persas y todos los reinos y naciones desarrolladas en esa parte del mundo.