Narco, “dueño” de policías
Francisco Rodríguez jueves 13, May 2010Índice político
Francisco Rodríguez
PERMÍTAME COMENTAR HOY con usted una experiencia personal que podría dar luces sobre la denuncia que a principios de la semana hiciera el gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto.
Sucedió que hace un par de días, uno de mis colaboradores, a bordo de un vehículo de mi propiedad, tuvo necesidad de cruzar los límites geopolíticos entre la capital nacional y el municipio de Naucalpan donde, es fama pública, que caer en manos de los polizontes de ese ayuntamiento equivale a “corralón” o, en su defecto, a una “mordida” que pocas veces es menor a los 400 pesos. ¿Las razones? Todas ellas baladíes, cual el hecho de que el automotor tenga los cristales polarizados, ¡justo como salen de la línea de producción!
Por eso lo detuvieron. No importó que el conductor argumentara que el modelo del vehículo se vende así en las agencias. Que el polarizado, muy leve además, es “de fábrica”.
Conocedor de sus derechos, el conductor fue todavía más lejos. Advirtió al par de motociclistas que, por tratarse de una verdadera arbitrariedad -lo querían “guiar” hasta el “corralón”, para que dejara ahí el vehículo o, en su defecto… “le entrara”-, presentaría una queja ante la Contraloría de la entidad vecina al DF.
— ¡Hágale como quiera! –contestó uno de los uniformados. Nosotros ya tenemos a un grupo que nos protege. Hasta nuestros jefes y comandantes nos hacen los mandados…
He ahí lo que sucede en buena parte del Estado de México. Sobre todo en los municipios que, con la capital federal, forma la gran mancha metropolitana: hay grupos criminales que ya se adueñaron hasta de los cuerpos policiacos.
Por eso, en las áreas residenciales de lujo en Naucalpan, Huixquilucan, Atizapán, los capos establecen sus guaridas. Lo mismo que en Metepec, el municipio conurbado a Toluca que cuenta con campos de golf a cuya vera también habitan no pocos familiares de aquellos detenidos en el cercano penal del Altiplano, ubicado en el cercano Almoloya.
La delincuencia organizada, pues, ya no sólo paga “derecho de piso” a policías y a ciertas autoridades para que “se hagan de la vista gorda” sobre su presencia que la más de las veces es escandalosa: vehículos blindados que les son característicos, sicarios mal encarados y con un bulto nada sospechoso al cinto, un trajín que sin duda delata su presencia. La delincuencia organizada, incluso, ya ha ido más allá: se ha adueñado de los cuerpos policiacos, cual hace dos días revelara un genízaro naucalpense a mi colaborador.
Los jefes policiacos son cero a la izquierda. ¡Ni qué decir de las autoridades electas de los ayuntamientos! Pintan menos que el agua.
Por tal fue que el lunes, el mandatario mexiquense hubo de reconocer lo que muchos vecinos de los municipios arriba mencionados saben desde hace tiempo.
Que hay presencia de líderes de cárteles del narcotráfico, como habitantes, en el Estado de México.
Achacó Peña Nieto a la metropolización (sic) que se vive en su entidad y en el Distrito Federal, lo que a veces, dijo, hace que para muchas cabezas de estos grupos sea su lugar de residencia y de asiento.
Pero se equivoca el gobernador mexiquense cuando afirma que pasan inadvertidos, por las dimensiones de la metrópoli. Todo lo contrario. Su presencia es más que notoria para los vecinos de las zonas residenciales en las que se establecen.
Los cuerpos policiacos, por supuesto, no sólo tomaron nota de esas presencias. Por tal fue que empezaron a cobrarles una suerte de renta por vivir ahí. Y ahora, de plano, ya están bajo sus órdenes.
Son los grupos que los protegen. Porque los tienen prácticamente a su servicio.
Nada raro. Si estos grupos delincuenciales son dueños y señores de las policías federales, ¿por qué no habrían de poseer también a las municipales?
Tal, la triste realidad.
Índice Flamígero: Dos periodistas que sí hacen periodismo han sido reconocidas por el gremio al otorgarles el Premio Nacional correspondiente a 2009: mis admiradas Carmen Aristegui y Ana Lilia Pérez, cuyos trabajos han dado materia y sustancia a este espacio. A ambas, mi felicitación, pues su trabajo merece éstos y otros estímulos. Para mi gusto faltó otra compañera a la que también debió homenajearse: a Anabel Hernández, quien durante meses ha documentado incontrovertiblemente la cloaca que es la Secretaría de Seguridad Pública federal y, por supuesto, ha evidenciado a Genaro García Luna y a sus contlapaches.