Calderón y su memoria frágil
¬ Augusto Corro martes 30, Abr 2013Punto por punto
Augusto Corro
El fin de semana en Harvard, el ex presidente Felipe Calderón aseguró que él no le declaró la guerra a las drogas durante su sexenio, sino que sólo luchó por aplicar la ley.
Solamente que esa aplicación de la ley devino en un enfrentamiento más grave que una declaración de guerra.
Los resultados están a la vista: más de 80 mil muertos, 30 mil desaparecidos y el tejido social hecho pedazos.
Extrañamente, el ex mandatario panista no ha sido juzgado por los delitos de lesa humanidad que ocurrieron durante su mandato, como fue el respeto nulo a los derechos humanos.
El michoacano tendrá que reconocer, tarde o temprano, que su estrategia contra la delincuencia fue fallida, entre otras cosas por el sinnúmero de víctimas inocentes derivadas del conflicto. Se sabe hasta el cansancio que Calderón desató la guerra sin la información, fortaleza e inteligencia para derrotar a un enemigo bien armado, con los medios económicos suficientes para las acciones bélicas.
Para empezar, el Ejército no estaba en condiciones de realizar las funciones de policía. Su misión es otra. Sin embargo, michoacano no midió las consecuencias y ordenó la participación de los militares.
Las diferentes policías tampoco tenían la preparación adecuada para desarrollar una lucha que le permitiera obtener la victoria. Todo mundo sabe que los uniformados no cuentan con la preparación ni la capacidad suficiente para salvaguardar los intereses de la sociedad, en acciones policiales
La condición económica de los policías municipales los llevó a relajar sus relaciones con el narco y miles optaron por ayudar al enemigo y desempeñaron un sinnúmero de encomiendas.
Así, el país se vio saturado de actos violentos en la que la sociedad tuvo que pagar los platos rotos provenientes de hechos propiciados por la torpeza de la guerra fallida de Calderón.
En esas condiciones, el legado del panista no pudo ser más sangriento. Además, heredó al nuevo gobierno un país con un sinnúmero de conflictos, que se han multiplicado, relacionados con la narcodelincuencia.
No serán los discursos exculpatorios de Calderón los que lo salven del juicio de la historia. Las miles de víctimas están como ejemplo de su error, de su empecinamiento por mantener una guerra fallida que enlutó a México. No escuchó las voces de quienes le aconsejaban que recompusiera su estrategia bélica. Al contrario, cada día que pasaba, la gravedad del conflicto era mayúscula.
Nada positivo le funcionó al fracasado gobierno panista. Por ejemplo, la Operación Limpieza para sanear la administración pública de justicia no tuvo éxito.
Tampoco le hicieron caso las autoridades estadounidenses cuando exigió un mayor control de la venta de armas.
El Chapo Guzmán incrementó su fortuna y los lavadores de dinero hicieron su agosto.
Mientras, Calderón disfruta de la comodidad que le brinda Harvard, a pesar de las innumerables protestas para que no aceptara en sus aulas al controvertido panista, miles de familias buscan a sus seres queridos en un territorio afectado por la guerra.
Aquí en México empezaron a subsanarse los errores cometidos por el michoacano, como son: el caso Cassez y los encarcelamientos del subprocurador Noé Ramírez Mandujano y el general retirado Tomás Angeles Dauahare. Los tres fueron puestos en libertad, luego de comprobarse que habían sido víctimas del gobierno calderonista.
Lo que falta de remediar es una lista larga de atropellos que tendrán que aparecer poco a poco. En otra ocasión, Javier Sicilia, líder del Movimiento por la Paz, dijo que Calderón “será recordado como el presidente de la obstinación de la violencia y de la negación de la vida humana”, y que la estrategia del michoacano se basaba en “el horror, en la destrucción, en la guerra y en la mentira”.