El libro
¬ Augusto Corro viernes 26, Abr 2013Punto por punto
Augusto Corro
El 23 de abril de 1995 fue aprobado por la UNESCO como el “Día Internacional del Libro”. Desde entonces cada año, se promueve de diferente manera, en varios países del mundo, el interés por los libros y, consecuentemente, por la lectura.
El concepto de lectura es variado y va de acuerdo con el interés de lector, obvio. Por ejemplo, hay personas que leen para ser sabias y otras más para fugarse, divertirse, etc.
De acuerdo con su formación académica, algunas personas se aficionan para siempre de los libros y la lectura. Otras simplemente se dedican a leer de vez en cuando. Hay gente que combina ambas lecturas.
Lo que sí se puede afirmar es que mientras una persona tenga más libros leídos, estará en mejores condiciones de ver al mundo diferente de enfrentarlo de diferente manera: buena o mala; pero nunca ignorarlo. Recuerdo mis primeros pasos en los libros: aquella infancia en la que sobre el escritorio de mi abuelo recortaba los dibujos de Doré que embellecían El Quijote”, porque me parecían figuras alucinantes para guardarlas en mi buró.
Por ejemplo, aquello escena en la que “Don Quijote” lanza en ristre ataca a los molinos de viento, ante la angustia de “Sancho Panza” montado en su pollino, como simple testigo de la locura de su amo.
Poco después, le metí tijera a las láminas del “Robinson Crusoe” de Defoe, porque estaba realmente impresionado con la vestimenta del propio náufrago, su parasol y el nativo “Viernes” a un lado, sin faltarles el papagayo multicolor.
Poco a poco subí la mira de mis lecturas. Interesado en saber de un listísimo detective de quien hablaban mis amiguitos, desemboqué en la obra de Conan Doyle, donde encontré a “Sherlock Holmes”: este un detective que usaba el arte de la deducción como arma principal contra la delincuencia. Con sus aventuras al lado de su querido “doctor Watson”, viví horas de abstracción total. No pensaba en otra cosa que no fuera “Sherlock”. A la edad en que se tiene la mente más despejada tuve en mis manos los libros de Edgar Allan Poe, incluidas sus “Narraciones extraordinarias”. ¿Quién no recuerda esos relatos que ponen los pelos de punta?
Hubo una etapa en la que me dedicaba más a leer, con la suerte de que contaba con un tesoro de libros de literatura universal.
Un vecino, cuyo padre, el profesor Telésforo Mendoza Guerrero, uno de los hombres más sabios que he conocido, tenía en su biblioteca las obras maestras de la literatura universal que regaló el brillante secretario de Educación, José Vasconcelos. En ese tesoro literario se encontraban las obras universales de las letras: Tolstoi, Cervantes, Faulkner, Sweig, Poe, Stendhal, Gogol, Dostoievski, Maupassant, Dickens, Flaubert y un largo etcétera. La única desventaja de esos libros de Vasconcelos era la letra tan chica (de 6 puntos); pero el sacrificio de los ojos bien valió la pena.
Con el tiempo, el mundo de mis lecturas se enriqueció y ahora estoy en el tiempo de la relectura. Por ejemplo, ahora releo la obra inmortal de Tolstoi, “Ana Karenina”. Avanzó y me detengo porque me gustaría que esa lectura fuera eterna, para siempre.
Con la guía de los grandes críticos literarios, llegué a la conclusión, tal vez muy parcial, pero que a mí me convenció de que nuestra literatura española tiene tres representantes genuinos: Cervantes en la novela, Boablo Neruda en la poesía.
Claro, no me olvido de esos magníficos poemas en prosa que son el “Llano en llamas” y “Pedro Páramo”, de Juan Rulfo.
Feliz fin de semana.