El gran parecido del otro lado lado del mundo
¬ José Antonio López Sosa lunes 8, Abr 2013Detrás del Poder
José Antonio López Sosa
ESTAMBUL, TURQUÍA.- Cerramos esta serie de entregas con relación al medio oriente, particularmente Turquía.
De lo que más llamó nuestra atención, además de la condición histórica y turística que tiene el país en general, es el parecido que se percibe en las calles y entre la gente con lo que vemos y vivimos en México.
Es tan extraño estar en un lugar literalmente del otro lado del mundo, con historias, idioma, religión y condiciones sociales tan distintas pero al mismo tiempo, con tantos parecidos que resulta difícil entender y explicar.
Caminando en las calles de Estambul, la gran cantidad de comercios –establecidos e informales—, la gente gritando por las calles, decenas de negocios de comida en cada manzana, en fin, una serie de estampas tan parecidas a México que de pronto uno se siente parte del entorno y no un simple turista como ocurre en otros países del mundo.
La comida turca, tan llena de especias y con tantos colores, aromas y sabores, tiene un lejano parecido también con lo que comemos en México.
Tal vez el hecho de la dominación árabe sobre España por muchos siglos antes de la conquista de América nos trae como consecuencia una serie de similitudes mucho más férreas de lo que creemos.
Los grandes bazares llenos de gente, llenos de ropa, comida, obras de arte, gente regateando por doquier, el carrito de los tés y la comida, pero sobre todo, gente buena tratando de salir adelante en el día a día, escenas que recrean lo que sucede en las calles de la Ciudad de México.
Se pudiera pensar que estos mosaicos de folclor se pueden ver en cualquier urbe del mundo, sin embargo hay algo en especial que hace de Turquía, en particular Estambul, muy parecido a nuestra cultura, a nuestra sociedad.
Estambul es de los pocos lugares en el mundo donde uno se siente como parte del entorno y no como extraño.
Es curioso porque apenas unos meses atrás en Grecia, el sentimiento de lejanía cultural es claro y, del otro lado del mar Egeo, en Turquía, uno se siente como en casa a pesar de los más de 12 mil kilómetros que nos separan de México.
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