Un drama cotidiano
¬ Augusto Corro jueves 21, Feb 2013Punto por punto
Augusto Corro
Mientras las autoridades capitalinas terminan de asumir sus nuevas responsabilidades, la delincuencia actúa impunemente.
Los funcionarios recién llegados a sus cargos deben entender que es prioritario brindar seguridad a la sociedad.
No tienen tiempo para pensar en proyectos contra la delincuencia. Deben actuar ya, porque el hampa cada día cobra más víctimas.
El último drama que vivieron un padre y su hija nos provoca rabia, coraje y un terrible sentimiento de impotencia.
La historia es la siguiente:
Ernesto Fuentes Zamora, de 65 años, viajaba con su hija Marisela, de 32 años, a bordo de un coche Honda Civic, negro, con placas de circulación MAW-62-92, por Ferrocarril de Cuernavaca, casi esquina con calle Fit, en la colonia Ampliación Granada, delegación Miguel Hidalgo, cuando notó que una llanta estaba ponchada. El hecho se registró la tarde del martes (anteayer).
El papá detuvo su vehículo y empezó a realizar el cambio de llanta, cuando escuchó los gritos de su hija que era amenazada por un par de sujetos que pretendían robarle una esclava de oro. Ante esa situación, Ernesto acudió a auxiliar a Marisela y fue recibido a tiros; murió en el lugar.
Terminó así la vida de un padre valiente que intentó defender a su hija de los ladrones, en una zona peligrosa para cualquiera que camine o viaje en vehículo por ese lugar.
Lo que sigue, ya lo sabemos quienes vivimos en la capital: llega el representante del MP, levantan el cadáver y ahí termina el caso.
La muerte de Ernesto, un ciudadano común como la gran mayoría que vivimos en la capital, pasará a formar parte de esa lista interminable de casos sin resolver. Ojalá y me equivoque; pero nada me hace pensar que las cosas serán diferentes.
Si usted ha escuchado los discursos demagógicos de los funcionarios, se habrá dado cuenta que ponen a la capital como ejemplo de ciudad segura. ¿Segura para quién? ¿Para los políticos que se mueven con sus ejércitos de guaruras?
Lo que le ocurrió a Ernesto se repite constantemente en las diferentes delegaciones del Distrito Federal. Las muertes se registran por las pugnas entre los hampones o simplemente por las acciones propias de la delincuencia: robos a casas habitación, asaltos a transeúntes, a comercios, etc. Mientras los nuevos funcionarios se acomodan en sus puestos, la delincuencia parece decidida a retarlos, a desafiarlos.
El viernes 15 del presente mes, a unas cuantas cuadras de las oficinas centrales de la Policía Preventiva, fue asesinado Fernando López Salinas, de 41 años, en las calles de Hamburgo, entre Amberes y Génova, en el corazón de la Zona Rosa.
A los sicarios poco les preocupó cometer su crimen cerca de un sitio lleno de uniformados. Del uno de diciembre pasado a la fecha, en la sociedad capitalina no ha desaparecido esa sensación de inseguridad. No se vive tranquilo. Los policías en los transportes urbanos no son suficientes para proteger a la población.
En otras ocasiones, las autoridades han presumido que cuentan con las listas de bandas de delincuentes que hay en el Distrito Federal y de sus respectivas zonas de acción.
Si todo mundo sabe que, por ejemplo, el sitio donde fue asesinado Ernesto es parte de una de las zonas más peligrosas de la capital, ¿dónde se encontraba la policía en los momentos de la agresión al valiente padre de familia?
¿De qué sirve conocer las zonas de alto riesgo en el Distrito Federal si nada se hace contra los generadores delincuenciales? Como se ven las cosas, la inseguridad seguirá quién sabe hasta cuándo. En los discursos de los políticos demagogos no pasa nada, según ellos vivimos en una ciudad segura. Vaya broma.