Ejército y sociedad civil
Francisco Rodríguez martes 19, Feb 2013Índice político
Francisco Rodríguez
Día del Ejército. Momento propicio para reflexionar sobre el papel de las fuerzas armadas en nuestro país, más allá de los discursos políticos, merecidamente laudatorios, que se pronunciarán por toda nuestra geografía a lo largo de esta jornada. Momento, también, para que los militares reconozcan que la experiencia en la que los embarcó Felipe Calderón, la de su guerra en contra de los cárteles de la droga, resultó en todos sentidos contraproducente.
Nunca, como hoy, las fuerzas armadas han sido blanco del desprestigio por su involucramiento en tareas que, constitucionalmente, le son ajenas pues en realidad corresponden a los cuerpos policiacos. Nunca, como ahora, el desprestigio ha sido incubado desde el propio seno de la Secretaría de la Defensa Nacional, cual el caso del general Tomás Ángeles Dahuahare; o aún desde el extranjero, en cuanto al general Moisés García Ochoa se refiere.
Amén de todo ello, el viejo papel del Ejército frente a la sociedad tiene rato que ha caducado.
Como la Iglesia católica -por su estructura jerárquica y antidemocrática-, que si no se reforma seguirá siendo un cuerpo extraño a la moderna sociedad mexicana.
Peor todavía cuando la también vieja jerarquía vaticana -prevén muchos- estaría a un salto de la necesaria modernización, tras la renuncia de su Pontífice Benedicto XVI.
Pesada ancla en el paquebote militar es, ante todo, su Código de Justicia Militar.
Algunos de sus artículos muestran que la moral estamental de quien abraza la carrera de las armas es una moral de honor, por lo que se creen y sienten poseedores del máximo nivel de autoexigencia, por lo que, para ellos, el honor no militar es un honor residual, carente de valor. Y tal, por supuesto, se contrapone a la concepción social -producto del involucramiento del Ejército en tareas policiacas- de merma de valores tradicionales de los uniformados.
¿MODERNIZACIÓN O PARTIDIZACIÓN?
Es evidentemente respetable la actitud de los pacifistas que sostienen la posibilidad de un mundo sin guerras, sin ejércitos y sin armas, pero también lo es la de quienes creemos que esta utopía es al menos tan inalcanzable como la de un mundo sin policía, sin fuerzas de seguridad que prevengan y combatan la delincuencia.
Parece incuestionable que siempre habrá conflictos, como habrá delitos, de modo que la sociedad civil democrática deberá organizar fatalmente, por razones de supervivencia, tanto la existencia de una milicia que la defienda de la agresión exterior y confiera verdadera fuerza ejecutiva a sus decisiones soberanas, como la de una policía que disuada a los delincuentes, presente a los jueces a quienes hayan delinquido y defienda de ellos a los ciudadanos.
En coherencia con estas evidencias, todos los regímenes democráticos, con alguna excepción testimonial de algún pequeño país, han otorgado entidad constitucional a las fuerzas armadas. También lo hace, en su la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
El Ejército es la institución a la que la soberanía nacional otorga el monopolio de la fuerza, que lógicamente está absolutamente supeditada a la autoridad legítima del Estado. Por tal es que la modernización de las fuerzas armadas no radica en la partidización de las mismas. Pero para nuestra desgracia, tal ha venido sucediendo en los últimos tiempos.
Tómese como caso reciente el discurso que pronunciara el general secretario de la Defensa Nacional, Salvador Cienfuegos -en el acto conmemorativo de la Marcha de la Lealtad—, de ofrecer el respaldo institucional del Ejército al Pacto por México, lo que en la docta opinión del historiador Lorenzo Meyer fue “un despropósito” o un “fuera de lugar”, porque el representante de las fuerzas castrenses “tomó partido en un tema de partidos”.
Bien que el discurso oficial se aleje del tema de la violencia con el que a mañana, tarde y noche nos recetaban Felipe Calderón y sus colaboradores militares, marinos y, claro, policías.
Bien que el general Cienfuegos interprete la nueva política de comunicación del gobierno entrante que soslaya la criminalidad y la lucha en contra de ella, heredadas por la administración panista, pero partidizar a la institución resulta terriblemente peligroso, ¿no cree usted?
Índice Flamígero: ¿Conoce usted alguna iniciativa o hecho legislativo en el que la figura central sea el llamado “Niño Verde”?
De lo que sí estoy cierto es que conoce casi al dedillo los escándalos de corrupción, sangre y alcohol en las que el cuarentón personaje se ha visto envuelto… a ciencia y paciencia de quienes pagamos sus emolumentos y los de su dizque partido político. El “borrachazo” del último fin de semana es sólo la cereza de un pastel.