Cuestión de gustos
¬ Augusto Corro lunes 11, Feb 2013Punto por punto
Augusto Corro
Todo empezó cuando los ingleses se sintieron agredidos en su paladar: las hamburguesas que probaban no tenían el mismo sabor de siempre. Al probarlas, sabían que no se trataba de la tradicional carne de res, sino de jamelgo.
La protesta de los consumidores de hamburguesas creció y las autoridades londinenses tomaron cartas en el asunto. Comprobaron que, efectivamente, la carne de caballo era utilizada para el emparedado sui generis.
Claro, el producto del equino se extendía a los supermercados, en los que los ingleses se proveían de ese singular producto cárnico. Ahora, sería interesante saber cuál es el problema o la diferencia de comer carne de caballo o de res. Algunas personas a quienes les he preguntado sobre esto último, han respondido que el sabor de ambos productos casi es igual.
Por ejemplo, la carne de caballo es un poco dulce y su color tiende al rojo, más intenso de lo normal. En Inglaterra, mientras son peras o son manzanas, las autoridades retiraron de los mercados los productos de origen extraño, como una medida de precaución, si bien no se cree que representen un riesgo para la salud pública.
Por cierto, la carne de jamelgo también se encontró en algunos de los platillos de lasañas de ternera, ese platillo de origen italiano con sus diferentes presentaciones. En fin, la carne de caballo no fue recibida con entusiasmo en su primera incursión en los mercados londinenses.
La cultura gastronómica varía en las diferentes partes del mundo. A mí por ejemplo, me gustaría probar algún guisado de víbora elaborado por los singulares cocineros de Shanghai. Según, uno de los jefes de la policía, Chen Cao, de las novelas negras de Qiu Xiaolong, la comida exótica en aquel rincón es digna de probarse. Tengo la impresión de que los chinos se comen todo lo que se mueve. Allá ellos.
Pero los mexicanos no tenemos que desplazarnos hasta esas tierras lejanas para degustar el sabor de sapos y culebras. Es suficiente con realizar un viaje al interior de México para darse cuenta que es casi ilimitado el número de bichos que, en muchos casos, son parte de la dieta alimenticia de los paisanos.
En Oaxaca, en el mercado principal se venden chapulines y gusanos de maguey. Los insectos son asados y se comen en tacos. Los segundos se muelen con chile, sal y tomate para saborearlos en una salsa.
En Hidalgo, en la temporada previa a las lluvias, se realiza la recolección de huevos de hormiga que se comen fritos en mantequilla y su respectivo epazote. Son deliciosos. Además, según la leyenda urbana se trata de un producto eminentemente afrodisiaco. Con esto se matan todos los pájaros con una sola pedrada. Se me olvidaba decir que también los gusanos rojos, conocidos como chinicuiles, asados al comal dan un sabor a chicharrón de cerdo. En Morelos, los jumiles, chinches gigantes de yodo, se comen vivos, en tacos. La verdad sea dicha, no los he probado. No me atrae masticar insectos vivos.
Lo que come el ser humano varía de acuerdo a un sinnúmero de circunstancias, como son las costumbres ancestrales, los gustos y en último de los casos, lo que se tenga a la mano para sobrevivir.
En el lejano oriente, las ratas y los perros están en la dieta cotidiana. En Francia no le hacen el feo a la carne de cuaco. En temporadas de guerra, las ciudades sitiadas, con una escasez total de alimento, no lo piensan dos veces en comer burro, caballo e inclusive la piel de sus zapatos.
En el presente, los ingleses y sus autoridades se encuentran en la compleja investigación para saber si sus hamburguesas son de carne de jamelgo o de res. A mí me da igual, porque no me gusta la comida rápida. Prefiero los tacos, aunque no sepa su origen, sin importar que se trate de carne de cañón o del mejor amigo del hombre.