El circo
¬ Augusto Corro martes 5, Feb 2013Punto por punto
Augusto Corro
Una tradición circense es la de presentar a animales salvajes en actos peligrosos que terminan en tragedia. Un tigre o un león difícilmente son domesticados. Los hombres que trabajan con ellos en los espectáculos saben que sus vidas corren graves riesgos.
Ayer, en el internet apareció un video que muestra la muerte de un domador de circo atacado por un felino.
Empieza con las imágenes de dos tigres en el centro de una enorme jaula. El domador camina alrededor de las fieras. Acelera el paso y luego emprende un trote. En una de esas vueltas, uno de los tigres se arroja a sus piernas. El hombre pierde el equilibrio y cae. El felino lo ataca en el cuello. El público grita desesperado, impresionado, huye.
Dos ayudantes del circo auxilian al domador y con palos golpean al tigre que no suelta su presa.. Nada se pudo hacer. El domador murió cuando recibía atención médica. La noticia sobre esa tragedia fue escueta: el domador del Circo Suárez, Alexander Crispín, de 35 años, murió cuando ofrecía una función en Etchojoa, Sonora.
Los hechos se suscitaron mientras la ahora víctima trabajaba en una de las funciones del circo, cuando de repente uno de los tigres se salió de control y se le abalanzó hacia el cuerpo.
Como señalamos arriba, casi todos los circos en México llevan en los números fuertes del espectáculo un desprecio por la vida. Por ejemplo, los trapecistas, con su audacia en los columpios y trampolines, son muy aplaudidos por el público.
Pero son aquellos actos de los domadores con los animales salvajes los que más estimulan la adrenalina de los espectadores. De ahí que parte del negocio de los dueños de las capas circenses sea la presentación de tigres, leones o elefantes. La vida de los animales en cautiverio los hace más violentos. El espectáculo está asegurado.
Tristemente, hay que comentarlo, la muerte del domador no será la última que ocurra en una carpa de circo.
Simplemente, esos protectores de animales no han podido erradicar las corridas de toros. Antier, el Frente Ciudadano por el Derecho Animal (FRECDA) demandó a las autoridades capitalinas informar sobre el estado de tres de los 57 perros, que fueron detenidos y acusados de una serie de asesinatos en el Cerro de la Estrella.
Esa historia de la jauría salvaje de Iztapalapa sigue sin resolverse. La opinión pública se quedó con la idea de que en vez de perros salvajes se trató de “chivos expiatorios”. Volvemos al principio. ¿Alguien sabrá cuántas fieras se encuentran en los circos? ¿Habrá alguna dependencia que se encargue de proteger a los animales? Si existe tal autoridad, ¿qué es lo que hace? En fin, son preguntas que saltan a la vista, pero que no tienen respuesta. En algunas cuestiones, los mexicanos no queremos salir del primitivismo. Aún acudimos al circo, donde existe la posibilidad de presenciar una tragedia. En nuestro país no existirá el esplendor del Coliseo, pero las muertes si ocurren entre un animal salvaje y su domador. Y esto anima al espectador, aunque después tenga quye abandonar la carpa aterrorizado.
Se tiene la impresión, una vez que conocemos algún hecho como el ocurrido a Alexander, que la sociedad avanza civilizadamente; pero luego los pasos que da hacia el frente son los mismos que da hacia atrás. Es decir, avanzamos pero retrocedemos. Nuestra naturaleza humana no nos permite alejarnos del primitivismo. ¿Quién entiende?