Dos expedientes sin cerrar
¬ Augusto Corro jueves 31, Ene 2013Punto por punto
Augusto Corro
Una de las víctimas de los perros asesinos del Cerro de la Estrella identificó a sus agresores.
Ella, Nancy Pacheco, frente a los canes, encerrados en jaulas del Bosque de Chapultepec, señaló a tres animales que la atacaron y la dejaron malherida.
Ante las autoridades y los perros, la mujer dijo sin titubeos: “Esos perros son los que casi me matan… ¡Son esos tres… son tres coyotes!”
Se trata de un perro Dingo de pelaje color paja, otro negro con una mancha en el pescuezo y uno más color café.
Como señalamos en su oportunidad, cinco personas perecieron por los ataques de los cánidos, según las autoridades.
Obviamente, los capitalinos no creyeron, ni creen, en las declaraciones de la policía.
Con la declaración de Nancy, al mismo tiempo que la identificación de los perros, las autoridades tendrán que convencer a los habitantes del Distrito Federal, que fue una jauría la que agredió y mató a las personas que osaron caminar por las veredas del Cerro de la Estrella.
Fue muy detallado el relato de Nancy sobre el ataque de los animales. Aún con las huellas de las lesiones en su cuerpo, la joven dijo que caminaba por el mencionado cerro, cuando “me salió uno de los perros y se me aventó”.
Dijo que una persona que pasaba por el lugar escuchó los gritos de auxilio e inmediatamente pidió ayuda a unos vecinos, quienes armados con piedras y palos lograron ahuyentar a los cánidos.
Nancy terminó en el hospital, donde los médicos realizaron una intensa labor para restaurar su piel de brazos y piernas dañada por los mordiscos de los perros.
La joven fue agredida por los citados animales el 24 de agosto. Meses después volvió a informarse de nuevos ataques de la jauría, en estas ocasiones con pérdidas de vidas humanas.
Hubo tiempo suficiente para que las autoridades previnieran nuevas desgracias. No lo hicieron.
Con la nueva versión de los perros asesinos del Cerro de la Estrella, la policía podría tener más posibilidades de cerrar un expediente de hechos delictivos cuyo desenlace es poco o nada creíble.
El otro asunto que se encuentra sin cerrar es el de la estatua del ex presidente de Azerbaiyán, Geidar Aliyev, un gobernante acusado de violar los derechos humanos: un represor en todo el sentido de la palabra. Convenios económicos entre aquél país y el gobierno capitalino fueron definitivos para que la escultura del sátrapa se colocará cerca de Gandhi y Abraham Lincoln, en uno de los sitios del Bosque de Chapultepec.
Las protestas no se hicieron esperar. Un clamor de descontentos obligó a las autoridades a llevarse la estatua de ese lugar público y depositarla en una bodega del gobierno capitalino.
En ese sitio quedó la escultura del represor azerbaiyano en espera de un nuevo veredicto. Las autoridades capitalinas, inexpertas, no saben cómo solucionar el conflicto, pues recibieron dinero del gobierno de Azarbaiyán, a cambio de mejorar las áreas deterioradas del Bosque de Chapultepec a cambio de proporcionarle un espacio al ex presidente mencionado.
Se le hizo bolas el engrudo al gobierno capitalino y ahora, en medio de la incertidumbre, quieren devolver la copa, es decir, regresarle a a los azerbaiyanos los millones de pesos que recibió para obras en el Distrito Federal.
Por cierto, la Plaza de Tlaxcoaque también remodelada con dinero de Azerbaiyán. Se ignora qué actitud asumirán las autoridades en ese renglón. Lo último que se supo de la estatua del sátrapa es que podría ser colocada en un lugar cerrado, como una biblioteca, un museo o en cualquier otro sitio.
El gobierno capitalino debe entender que no se trata de una simple escultura la que se encuentra en el ojo del huracán, sino que es todo aquello que se encuentra detrás de ella, como son las acciones represoras de un dictador.