El inmigrante indocumentado
¬ José Antonio López Sosa miércoles 30, Ene 2013Detrás del Poder
José Antonio López Sosa
Hay millones de historias distintas, hay tragedias y sufrimientos a lo largo de la vida de los indocumentados -mexicanos y latinoamericanos- en los Estados Unidos. Algunos, quizás los menos, han logrado por diversas circunstancias legalizar su situación en aquel país, a muchos se les olvida de pronto lo que padecieron e incluso se quejan de quienes pasan ahora por lo mismo que pasaron ellos. Cosas de la vida.
Tras haber platicado y compartido con decenas de inmigrantes indocumentados en diferentes regiones de los Estados Unidos, concluyo que el común denominador es el miedo y la incertidumbre, ¿sabrán lo que padecen a diario estas personas las autoridades de los Estados Unidos?, seguramente sí y a pesar de ello, actúan con omisión.
Salir a trabajar por las mañanas, sin estar seguro que por la tarde se regresará, ignorando si alguna autoridad policíaca o migratoria -de acuerdo al estado donde vivan- los detendrá por estar sin documentos. En la mayoría de los casos carecer de una licencia de conducir y como consecuencia, estar sin una identificación para cualquier trámite, desde abrir una cuenta en un banco hasta poder demostrar quiénes son y cómo se llaman.
Tener que trabajar con un número de Seguro Social falso o duplicado, lo que se traduce en pagar impuestos -vía retención- para otra persona y jamás poder reclamarlos (en ello no se fijan quienes aseguran que los indocumentados no pagan impuestos) o, en todo caso, trabajar para alguien que les pagará mucho menos del salario mínimo sin una garantía laboral de por medio.
Tener que conseguir a algún “coyote” o gestor para poder alquilar una casa o departamento, lo que implica que el costo por ello se eleve exponencialmente. Tener que vivir escondiéndose de la policía porque, en cualquier revisión aleatoria -no necesariamente tras alguna violación legal o administrativa- se les solicitaría una identificación, misma que no tienen.
No poder votar -la mayoría de ellos- en las elecciones mexicanas por carecer de credencial para votar, sufrir en muchos casos los malos tratos en los consulados mexicanos para la expedición de cualquier documento (acta de nacimiento, pasaporte, matrícula consular).
No poder viajar a México bajo ninguna circunstancia, porque ello impediría su regreso a los Estados Unidos. Vivir con el temor -quienes tienen hijos nacido allá- que de ser detenidos y deportados, el núcleo familiar quede roto indefinidamente.
El argumento estadunidense de la violación a sus normas es válido, sin embargo, se contradice con toda esa oferta laboral que existe para los inmigrantes indocumentados. Hay empresas que intencionalmente los contratan por diversos factores previniendo que, en caso que las autoridades los detecten tengan que pagar multa alguna, el único pagano es el indocumentado.
En otro orden de ideas, hay un mercado laboral para este sector poblacional, por ello siguen allá, luego entonces el doble discurso de los Estados Unidos al sentirse violentados en su norma jurídica por un lado y, al tener una amplio mercado laboral e incluso la necesidad que estos indocumentados formen parte de los procesos productivos.
Lo más deleznable que he encontrado son mexicanos radicados allá legalmente (algunos fueron indocumentados, otros no) y descendientes de mexicanos, que se quejan airadamente de la migración indocumentada, una muestra de mentes obtusas con nula memoria colectiva.El indocumentado vive una vida que no es vida, vive en vilo y en la raya constantemente. El fenómeno es complejo y requiere que esa propuesta que ayer anunciara el presidente Barak Obama no quede al aire, se trata de millones de personas viviendo en la oscuridad permanente en el país “más libre del mundo”. Vaya cosas de la vida.
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