Otra caída de Mouriño
Francisco Rodríguez lunes 17, Dic 2012Índice político
Francisco Rodríguez
Ahora los campesinos campechanos derribaron su busto en bronce. “Quita esa chingadera de ahí”, ordenó el cabecilla del Frente Campesino Independiente, Antonio Che Cu, a sus seguidores, quienes de manera inmediata colocaron una escalera junto a la base del busto en memoria a Juan Camilo Mouriño Terrazo, para posteriormente tumbarlo de su sitio, ubicado en el barrio de San Román. Sustituyeron el bronce, además, por una cabeza de cerdo.
Tirar abajo una estatua es ejercicio un tanto ambiguo que goza, sin mayor riesgo también, de las ventajas del acto simbólico.
Tirar abajo una estatua es práctica suficientemente fácil y sencilla, al menos por comparación con lo escandalosamente complejo, oneroso y fatigante que hubiera resultado el ajustarle las cuentas al simbolizado cuando éste, en vez de fingirse en bronce, se enseñaba todavía en carne y hueso.
“Ese busto nos avergüenza a los indígenas y es una vergüenza que nuestras autoridades (el gobierno de Campeche) hayan recibido órdenes de Felipe Calderón para colocarlo”, precisó el líder ante los campesinos, una vez que el busto quedó tirado en el suelo.
El líder campesino explicó: “Le habíamos pedido al Ayuntamiento con múltiples oficios que retire ese busto, porque era una ofensa para los indígenas y para todo el pueblo de Campeche, que un español tenga aquí un monumento, no solo por serlo, sino porque él (Mouriño) sólo vino a enriquecerse a costillas de la explotación del pueblo, para llevarse las riquezas de aquí y el producto de sus saqueos a su natal España, dañando gravemente el medio ambiente con sus crecientes gasolineras y transportes de combustible y proyectos. Mouriño se llevó lo mejor y nos dejó lo peor”, explicó Che Cú.
Y todavía más: “Los únicos méritos que se le conocen fueron la corrupción y los negocios, sin respetar la ecología, mientras que nuestras gentes indígenas todavía siguen ahí marginados viviendo en comunidades sin agua, caminos, luz y muchos campesinos aún luchan por un pedazo de tierra para vivir y trabajar”, asentó.
“Aquí está llegando gente adinerada a comprar 10 mil y 20 mil hectáreas porque cambiaron la ley para permitirlo.
Es un retroceso histórico y el regreso del latifundio lo que está pasando en Campeche y en el país. Por eso es este acto de desagravio”, arengó el líder Che Cu.
ICONOCLASTÍA PANISTA
Es rara –aunque frecuente—, esa pasión universal por las estatuas. Por erigirlas o por derribarlas. Por levantarles pedestales para que presidan plazas en las que, sin embargo, casi nadie las mira.
O por someterlas al escarnio de los martillazos, las mutilaciones o de plano el derribo.
De todos los agasajos del poder absoluto, el que más complace a los déspotas parece ser el de las estatuas, que multiplican su número y aumentan su tamaño al mismo ritmo que crece la megalomanía del que manda y la indignidad de sus aduladores.
¿Estatuas para Mouriño?
¿Honores de Estado en sus funerales?
¿Discursos y más discursos cantando loas a quién sabe cuáles epopeyas políticas o legislativas?
¿A guisa de qué?
¿Por las noches de bohemia compartida?
¿Por los negocios y saqueos al erario que el usurpador y su favorito practicaron al alimón?
Levantar monumentos a Mouriño fue un insulto que se sumó a la injuria.
O tempora, o mores, volvió a caer, derribado, Juan Camilo Mouriño.
Un símbolo. O un símbolo del símbolo, si así se quiere.
Tan breve e intrascendente fue el paso de los panistas por el poder –“haiga sido como haiga sido”—, que sus héroes son pocos y los méritos de éstos, cuestionables.
Y hasta derribados.
Índice Flamígero: Interesante coincidencia: en la novela El Señor de las Moscas, de William Golding, todo inicia con una tragedia aérea. Y uno de sus puntos culminantes es cuando los personajes clavan una cabeza de cerdo en una estaca, que pronto se llenará de esos molestos bichos voladores, como sacrificio a Belcebú.