Revoluciones
Francisco Rodríguez miércoles 5, Dic 2012Índice político
Francisco Rodríguez
Primera víctima de “la aplanadora” del partido oficial, entonces el PNR, “abuelo” de lo que hoy queda del PRI, José Vasconcelos es citado en este espacio cada año en esta fecha.
Candidato presidencial en 1929, de orígenes revolucionarios que él mismo trastocó mauchos años después, el oaxaqueño escribió en 1937 que la “revolución es el recurso colectivo de las armas, para derribar operaciones ilegítimas y reconstruir la sociedad sobre las bases de economía sana y moral elevada.”
La de 1910 que aún hoy se conmemora —pese a su derrota oficial el 2 de julio del 2000—, fue un movimiento armado que, se dice, cobró un millón de víctimas que lucharon contra la reelección ad perpetuam de Porfirio Díaz, primero, y por tierra, libertad y justicia social, después.
“La fundamental justificación de los sacrificios que demanda una revolución, es que ella sea medio para crear un estado social más justo y más libre que el régimen que ha destruido, o se intenta destruir”, escribía Vasconcelos.
Y ante ello cabría preguntar si ese millón de muertos, la destrucción de la incipiente infraestructura y el derrumbe de la economía durante casi diez años, sirvieron para efectivamente crear un estado social más justo que el establecido por Díaz. La respuesta es no.
“En las revoluciones verdaderas, la táctica suele ser extremista, pero el objetivo tiene que ser prudente. De otra manera, el abuso provoca la reacción, y empeora, a la larga, las cosas, en vez de corregirlas.”
La que en los discursos enarbolaron casi todos los presidentes en funciones durante los 70 años que esa revolución duró en el poder, abusó en todo sentido y, claro, provocó alzamientos, movimientos obreros, estudiantiles, de profesionistas y, claro, guerrillas.
“Por eso, toda revolución que lo es de verdad —escribía Vasconcelos, en su texto ¿Qué es la Revolución?—, combate y destruye; pero sólo mientras está en las barricadas.”
La etapa “revolucionaria” combatió a ferrocarrileros, médicos, a los jóvenes en fechas fatídicas como el 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971; a la guerrilla y al narcotráfico -aunque a partir de los delamadridistas, mejor se aliaron al narcopoder-; y los últimos dos presidentes priístas, sin éxito, al EZLN. Todos combatieron y destruyeron.
“Desde que se constituye en gobierno, una revolución tiene que volverse creadora y serena, constructiva y justa.”
¿Lo fue la etapa revolucionaria del PRI en el poder? No. Definitivamente, no. Y elementos y argumentos sobran para enumerar.
La revolución se interrumpió, escribía a principios de 1970 el historiador Adolfo Gilly, y daba como fecha precisa de la pausa el inicio del gobierno empresarial y corrupto de Miguel Alemán.
Otros, desde antes, ya la habían dado por muerta.
Y mientras, desde el poder prolongaban la revolución, la hacían permanente, sin saber que en 1937 Vasconcelos había escrito: “La revolución prolongada deja de ser medida de higiene social, para convertirse en desorganización y en decadencia. La revolución permanente no es otra cosa que la confesión del fracaso de quien no supo usar la fuerza, no acertó a organizarla en programa, de acuerdo con la realidad y las circunstancias.”
Revolución fracasada, pues. Nada qué festejar. Mucho qué lamentar.
¿Qué celebramos?
¿Sólo el “Buen Fin”?
NEOLIBERALISMO, KAPUT
Los principios revolucionarios no renacen con el regreso del PRI al poder presidencial. El neoliberalismo, que agoniza en Europa y aún en los Estados Unidos, revive en México.
Índice Flamígero: Y, sin embargo, no podemos negar que la Revolución sea el acontecimiento histórico más importante del país durante el siglo XX, y que la reorganización del país que trajo como consecuencia mecanismos que enfilaron a México por derroteros distintos a los del resto de los países de América Latina. La regulación de los mandos del ejército y la supeditación de éste al poder civil impidió la emergencia de dictaduras militares represivas en extremo, por ejemplo. Más allá de su importancia simbólica, la Revolución tiene una importancia fundamental en el sentido de que sentó las bases para el surgimiento de la clase política actual y el desarrollo de diversas instituciones dirigidas a legitimar la memoria del proceso.