La barbarie soy yo
¬ Juan Manuel Magaña viernes 28, Sep 2012Política Spot
Juan Manuel Magaña
A lo mejor lo hace para no llorar. O para esconder su miedo. Lo cierto es que Calderón hereda a Peña Nieto el fracaso de su guerra y una hecatombe que, en lo que le quede de vida, le va a perseguir hasta de alguna forma alcanzarle.
El daño que le ha hecho al país tiene de entrada un efecto internacional que él ya no puede esconder.
Así que al soltar el poder, el ridículo lo habrá de perseguir por todo el mundo. Eso, de entrada.
Así que qué caso pudo haber tenido que en Washington fuera a vender la idea, ante el influyente Council on Foreign Relations, que el priísta Peña Nieto está ya de antemano condenado a seguir su guerra, que no es otra que la que le impusieron desde allá.
Es puro cinismo del que todavía parece disfrutar, a juzgar por la sonrisa con que dice sus barbaridades.
Ni modo que no sepa lo que se dice y se escribe de él y de su guerra, si nomás hay que recordar lo que publicó en agosto el diario francés Le Monde:
“Sobre la base de la tendencia registrada en los últimos meses, se estima en 120 mil el número de homicidios durante el sexenio del mandato de Calderón”.
Quién en su sano juicio va a suponer que ese daño infligido por Calderón al pueblo mexicano no va a tener consecuencias. Dicho diario sostuvo que:
“Esta verdadera hecatombe constituye, por lejos, el conflicto más mortífero del planeta durante los últimos años. Tanto más porque las cifras oficiales que acaban de publicarse revelan de manera implacable la gangrena que ha ganado al país”.
Quién va a creer, así, que sea sensato continuar “la hecatombe” según el método Calderón, que lo único que demostró es su desprecio por la vida y un resultado totalmente contrario al que se dijo pretender.
Retomo lo que dijo Le Monde ha dicho precisamente para significar cómo se ve “su obra” en el exterior, cosa que, con su tremenda sonrisota, no parece provocarle al susodicho la menor vergüenza.
Seguir los pasos de la política irracional que todavía dice defender sería extender lo que este diario señala: “Más allá del número de muertos estrictamente ligados a la lucha contra la droga, se desarrollan verdaderas industrias del secuestro, de la extorsión de fondos, de la prostitución, del tráfico de personas y de órganos”.
Ahí están, precisamente, las nuevas oportunidades y empleos que el inquilino de Los Pinos, si no solito creó, sí incentivó tremendamente en el país. Una industria del crimen.
“Esta espiral de la barbarie, provocada por la guerra contra los narcotraficantes y los arreglos de cuentas entre los «cárteles » de la droga, a nadie perdona, incluyendo a decenas de periodistas que han sido acallados, o a las decenas de alcaldes víctimas del chantaje o de la corrupción.
Una barbarie que parece haber sobrepasado todos los tabúes en relación con el respeto de la persona humana”.
No sé por qué tanta muerte y destrucción me hacen pensar en cuál podría ser el epitafio de un tipo así.
Se me ocurre algo que diga: “No me importó que se mataran. La barbarie fui yo”.