El reino de este mundo
Francisco Rodríguez lunes 30, May 2011Índice político
Francisco Rodríguez
Va de cuento: Érase que se era un reino en el que la corte se sentía a disgusto porque los plebeyos se mantenían en la edad feudal. Hablaban entonces de un “Estado obeso”, aldeano y aislado del resto del planeta, sin relaciones con la Iglesia y, lo peor, desaprovechando su vecindad con el imperio más poderoso del orbe.
Muerto el rey Miguel I, su vástago Carlos I -hasta entonces príncipe de la simbolización y el presupuesto- asumió el trono y se dispuso a sacar al reino de su atraso. Así, para ingresarlo a la modernidad, lo primero que hizo fue buscar al emperador del norte, don Jorge II de la CIA -la capital de su vasto territorio lleva el apellido del primero de los Jorges de esa nación- y en un acto muy semejante al de la prestidigitación ambos invocaron a un espíritu al que bautizaron “de Hutton”, por haberse encontrado en ese marquesado donde hay varias tiendas Woolworth. Acordaron así un tratado que iba más allá de lo agrícola y lo comercial, lo financiero y todo lo interdependiente: convinieron que el reino de Carlos I sería el sustituto de un reino ubicado más al sur, precisamente el que con su nombre homenajea a Cristóbal Colón, en la distribución de rapé -un preparado de tabaco molido y habitualmente aromatizado, dispuesto para ser consumido por vía nasal- para los muchos consumidores del imperio del norte.
Tal implicó que el reino de Carlos I empezara a controlar la comercialización del rapé, bajo el control político-militar de los carlistas, muy destacadamente del hermano mayor del rey, Rulín, príncipe del Tenpercent.
Fue a partir de entonces que los juglares comenzaron a cantar las legendarias proezas -les llamaron “rapé-corridos”- de personajes como Los Aretes, El Señor de las Nubes, El Güero de las Palmeras, y muchos otros más que hacían la tarea sucia. Los dueños del negocio despachaban en penthouses del nuevo condado de Santa Fe o de Paseo de Maximiliano y Carlota.
Jorge II y su hijito, que más tarde asumiría el trono imperial como Jorge III de la War, se encontraban felices. Habían encontrado con su socio Carlos I un principio de solución a la exportación sin control del rapé proveniente de la tierra de Colón. Más aún, las locuras de los burreros en el papel de víctimas propiciatorias, tendían convenientes cortinas de humo que más y más juglares cantaban en sus “rapé-corridos”.
Conaloa, un condado ubicado en el noroeste del reino de Carlos I, fue uno de los que más pronto progresó. Los nobles encontraron que, además de producir yerbita vaciladora y florecitas multicolores de las que extraían una codiciada goma, podían exportar otros productos del campo. Pero además se volvieron genios de las finanzas y el lavado en seco a través de la agricultura controlada por un patrón, a través de coberturas put and call, con el ducado de Aserca, y hasta en la lonja de futuros del principado imperial de Chizurro. ¡Genial! Los Jorges del norte tenían ahí su campo experimental más exitoso.
Sucedía que, en conjunción, el condado de Nuevo Tigre también crecía merced a otras lavanderías en seco que comerciaban bebidas, tiendas de conveniencia, cementos, vidrio. Todo sincronizado. A la perfección.
Pasaron los años y nuevos reyes -cada vez más ineptos- sucedieron a Carlos I. Fue entonces cuando se apareció, azulada, la bruja de la discordia y el mal.
Sucedió en el condado de Tuchoacán, donde comenzaron a tropicalizar un producto más sabroso que el rapé. Lo peor es que a un tiempo generaron una nueva nobleza que, echando a andar “la Hoover”, regaba al reino con rentables negocios: cines, hospitales, centros comerciales…
Quienes desde el centro del reino controlaban Conaloa enviaron a Tuchoacán a los gendarmes conocidos como Jetas. Y los de Tuchoacán los enfrentaron echando mano de La Parentela.
La bruja de la discordia y el mal ha extendido ya su influencia por todo el reino. Son muchos los condados en los que la vieja nobleza, aquella que quería modernizar al reino, es desplazada por una nueva casta que viene de regreso por los fueros que fueran porfiristas. La violencia en el reino campea por doquier. Por tal es que hay decenas de miles de muertos, familias destrozadas y un retraso económico sin igual.
Los Jorges del norte, a través de su compañía, ven con preocupación lo que aquí sucede. Se aprestan, por tal, a cambiar el reino donde realizan sus negocios y experimentos. Como lo hicieron hace años con la tierra que lleva el nombre de Colón. Van ahora más al sur del reino de Carlos I. A una angosta franja central del continente, donde hay muchos pequeños reinos.
Una transición que llevará tiempo y cobrará más vidas. Muchas más.
¿Colorín colorado? No. Para nada. Este cuento no ha acabado…
Índice Flamígero: Me comenta un militar retirado, cuya identidad me reservo: “Verdaderamente algo grave pasa en Michoacán para que los tres partidos políticos se estén poniendo de acuerdo para lanzar una candidatura común. Creo que se debe dar una gran explicación a la sociedad. Los desplazados de Tierra Caliente y la suspensión de clases en 40 escuelas, el cruce de hasta 50 camionetas con 10 personas armadas, hace creer en un estado grave de inseguridad. Por lo tanto, el problema es de seguridad nacional. Y si (Humberto) Moreira no explica el porqué de tal alianza propuesta por Calderón, se convierte en cómplice de la guerra fallida. Hay gato encerrado. ¿Qué es lo que no nos quieren explicar? ¿Por qué esa forma de elegir gobierno? Si no es mediante una elección formal estarían fuera de la Constitución. Ésta dice que los comicios son la única forma de elegir gobernantes”.
* Título prestado de la novela de Alejo Carpentier.