La mentira
¬ Edgar Gómez Flores martes 16, Jun 2020Con mi mano izquierda…
Edgar Gómez Flores
La palabra mentira tiene un origen en la palabra latina “mentiri” (urdir un embuste con la mente). Esto permite identificar a la mentira como algo premeditado, planeado y eficazmente transmitido para engañar. Sobre esto, me viene a la mente la historia universal. Sin embargo, pondré mayor interés a la historia mexicana. ¿Es acaso la historia oficial una mentira bien contada?; la primera respuesta es sí. Los héroes, las batallas y los episodios épicos de nuestra historia son los que quiso contar el poder. Durante los más de 70 años, de historia post revolucionaria, se enarbolaron personajes como Emiliano Zapata, Francisco Villa, Venustiano Carranza y Álvaro Obregón; mientras, a Porfirio Díaz, se le guardó en el baúl de los malos recuerdos. La historia oficial va contando una narrativa que le da forma a un presente que se quiere justificar. Así también lo hizo la religión católica en el Concilio de Trento o la Revolución Cubana en 1959, cuando creó la historia negra del imperio yanqui, las bondades del socialismo y la cuasi santificación de los héroes revolucionarios caribeños.
La historia se endurece, se mitifica y engaña de manera más radical, cuando una fuerza externa, al poder del momento, amenza su permanencia. Así los católicos del siglo XVI, en pleno auge de los protestantes, decidireron reforzar el valor de la eucarestía, de la santificación y del poder papal. En el caso del México revolucionario, se decidió enterrar al héroe patrio reformista, Porfirio Díaz, para que no hubiera herederos del poder cultivado durante 30 años. De esta forma se crearon historias de grandes batallas revolucionarias, de un nuevo México; con un nuevo léxico y hasta una nueva propuesta musical, con las adelitas y los soldados del pueblo, con grandes sombreros y vestimenta de caporal de hacienda. Las escuelas y libros de texto nos enseñaron que la Revolución Mexicana (la primera del siglo XX) fue el parteaguas de la patria y de la identidad mexicana. Este engaño histórico lo vivimos durante todo el priato en el siglo XX. Nos cansamos de agradecer a los presidentes Lázaro Cárdenas y Ávila Camacho la nacionalización de la industria petrolera y la eléctrica; pero también soslayamos el episodio de la negra historia mexicana durante el movimiento estudiantil de 1968. De éste último evento sólo teníamos unos pocos libros de periodistas y escritores valientes que realizaron la crónica de la tragedia, mientras un gran silencio histórico oficial cubría este vergonzoso episodio.
Ahora, durante el periodo democrático de México, el cual inicia con la fractura del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en 1988, la alternancia ha hecho que el poder tenga una constante amenza y la historia tenga varias versiones mentirosas de lo sucedido. Sin embargo, estas historias, aún cuando cada vez son más ridículas en su estructura, siguen siendo contadas. Retomo algunas de éstas: la caída del sistema en la elección presidencial de 1988, donde el opositor Cuuhtémoc Cárdenas Solórzano perdió, de manera inexplicable, las elecciones al “caer” el sistema informático del entonces Instituto Federal Electoral. De ahí pasamos a los asesinatos de Luis Donaldo Colosio, Francisco Ruiz Massieu y el diputado priista Manuel Muñoz Rocha; donde el gobierno, ahora del presidente Ernesto Zedillo, llegó al extremo de contratar a una vidente, “La Paca”, para encontrar los restos del congresista.
En el caso de los gobiernos panistas de Vicente Fox y de Felipe Calderón, trataron de hacer una sigilosa campaña de modificación de la historia al traer, a la misma, los nombres de los antes desconocidos Manuel Gómez Morín, Efraín González Luna, Luis H. Álvarez, Manuel J. Clouthier, entre otros. Algunos nombres fueron incorporados en el Congreso de la Unión y otros llenaron los nombres de algunas calles del país.
Pero no fue, hasta la llegada de Enrique Peña Nieto, que las mentiras alcanzaron un nivel inconcebible. Querían contar una tragedia griega y terminaban como programa cómico de Televisa; mal contado y hasta con risas grabadas. Tuvimos que ver, e intentar creer, a la “primera dama”, Angélica Rivera, cómo había conseguido 7 millones de dólares para comprar una casa en la exclusiva colonia de la Ciudad de México, Lomas de Chapultepec, mientras la empresa que intermedió en esa compra era adjudicada para construir el tren México–Querétaro. Y por si esa historia no fuera poco, tuvimos que ver la serie completa de la niña Paulette, quien después de varios días de ser buscada, en el Estado de México, por su familia y la policía, fue hallada en la cabecera de su cama sin vida y en estado de putrefacción.
En este momento, la historia se sigue contando desde el poder. Ahora, en el sexenio del candidato perenne Andrés Manuel López Obrador, se cuenta una nueva historia de liberales y conservadores, de buenos y malos, de transformistas y neoliberales. Una vez más, el poder quiere que creamos la historia que le da forma y vida. Por esto no debe extrañarnos que se nos cuente la historia del pueblo bueno entregando en Palacio Nacional el documento confidencial del Bloque Opositor Amplio (BOA), donde los opositores del régimen buscan una estrategia de desestabilización.
La historia una vez más es contada con los sesgos del imaginativo del poder. Veamos cuánto poder se tiene para mantenerla. Sólo recordemos que abusar de la crónica de la vida pública puede hacer que deje de ser creíble y un pueblo que no cree en su historia tendrá poca viablidad hacia el futuro.