Médium
Opinión miércoles 23, Ago 2023Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
Desde las primeras formas de los rituales funerarios en las primeras civilizaciones humanas, la convicción de que existen canales de comunicación entre los vivos y los muertos ha rondado las espiritualidades personales y las religiones.
Ejemplos abundan en cultos de diversas índoles; desde el Culto a los Muertos egipcio, mesopotámico, romano y griego — que asume que las acciones de los vivos afectan el ánimo de los muertos y su paz en el más allá— hasta formas religiosas que han permanecido vivas a lo largo de los siglos —como la Santería, el Vudú, el culto a la Santa Muerte, entre otras.
Para la Cultura Occidental esta tradición tomaría una forma especialmente popular en la Francia del siglo XIX a través del espiritismo; una doctrina influida por la perspectiva cristiana que combina conceptos filosóficos y científicos con el principio de la inmortalidad del alma para investigar la relación de los espíritus con el mundo material de los seres humanos.
Entre sus preceptos, el espiritismo establecería la comunicabilidad espiritual o mediumnidad como una de sus guías teóricas y prácticas. En otras palabras, ayudaría al auge de prácticas como el trance, la ouija y las mesas de adivinación.
Estos rituales crean espacios en los que ciertos espíritus encarnados —es decir, espíritus que habitan en un cuerpo; seres humanos vivos— se convierten en los canales, receptores y vehículos de mensajes proferidos por espíritus desencarnados —es decir, espíritus que ya no habitan un cuerpo; seres humanos muertos. En otras palabras, estos rituales constituyen la noción popularmente conocida de los médiums: personas que aseguran tener la habilidad de establecer estos canales de comunicación entre los vivos y los muertos.
Siguiendo la pauta de estas doctrinas y de esta tradición, la película de horror sobrenatural de los hermanos Danny y Michael Philoppou, Talk to Me o Háblame, aterriza, en el contexto de las adolescencias contemporáneas, un imaginario del modo en que estas prácticas deberían existir para estar a la par de los centennials —la generación Z— y la generación Alpha.
De este modo, Talk to Me sigue a un grupo de amigos que entran en contacto con una nueva práctica de moda: sesiones de espiritismo comandadas por una mano embalsamada que les permite, incluso, convertirse en los huéspedes de espíritus del más allá.
Como buenos jóvenes, los adolescentes de esta cinta abrazarán la moda, la adrenalina y el riesgo de estas sesiones espiritistas a través de sus celulares —filmado cada una de las reacciones y acciones generadas en dichas reuniones—, con un insensato sentido del humor y la banalidad de sus acciones y, por supuesto, empujando los límites de lo adecuado. De este modo, más pronto que tarde, las posesiones de las que serán objeto como un mero pasatiempo llegarán demasiado lejos.
Puntualmente, Háblame se centrará en Mia, una chica que recientemente ha perdido a su madre y que encuentra en estas descontroladas sesiones espiritistas una vía de desahogo para su luto y su dolor. La sobre-aprehensión de Mia con su pasado se traducirá en una posición vulnerable de médium: la posición de quien se hace con un artefacto y una fuerza sobrenatural sin saber cómo interactuar con un poder que le excede.
En lo técnico, la película —que ya ha recibido la orden de una secuela— se alimenta de sus peculiaridades como una producción independiente. Primero, la frescura de que su historia se desarrolle en un entorno no-estadounidense sino australiano —jugando un papel doble de pertenencia a lo anglosajón pero no a lo más hegemónico dentro de lo anglosajón—; segundo, la astucia para resolver la creación de un entorno de horror sobrenatural que sea creíble —sobre todo por ser una película de presupuesto modesto—; tercero, por el diseño de sus personajes, la dinámica fluida y natural que existe en ellos y la atmósfera realista en la que estos elementos se traducen: todo se siente contemporáneo, real y auténtico.
En cuanto al modo en que Talk to Me aborda las formas recurrentes del horror sobrenatural existe una doble fórmula. Por un lado, hay formas clásicas y reconocibles de historias de este tipo —de médiums, de posesiones y de contactos con el más allá— y, por otro lado, hay una capacidad narrativa para volver lo clásico sorprendente. Se plantean formas conocidas pero desde un ángulo distinto. Se genera horror, pero no sobre la repetitiva forma del susto simple sino desde el ángulo del drama, la aprehensión emocional y la angustia psicológica.
Se privilegian las imágenes impactantes, desconcertantes e inquietantes sobre el susto estridente y el jump scare. Se busca el fondo dramático como acento del horror más que la simpleza narrativa adornada con efectos especiales y acentos sonoros. Se le da un asiento a lo horrorífico en un ecosistema que se siente genuinamente adolescente, australiano y luctuoso.
Como toda historia de horror, Talk to Me se podría leer desde el ángulo de un cuento precautorio. Una especie de advertencia para no jugar con fuerzas que se desconocen y, mucho menos, abrir portales que no se sabe cerrar o que no se pueden sostener. Una moraleja sobre la comunicación entre nuestro plano de existencia y el más allá que enseña a no hundirse en el trauma, el luto y la pérdida porque en ellos se cimenta una vulnerabilidad particular frente a las fuerzas de la otra vida.
En un sentido poco menos moralino, Háblame es una historia de los excesos a los que el trauma, el luto y la pérdida nos puede orillar. Una muestra del modo en que un corazón destrozado por las tragedias de la vida puede perderse a sí mismo en la sobre-aprehensión del pasado o del dolor mismo.
Es, en un sentido que invoca la tradición del espiritismo, una muestra de que, si bien las ciencias descartan la comunicación entre vivos y muertos como una posibilidad comprobable, para la espiritualidad de los individuos comunes y corrientes los canales entre el gran aquí y el más allá son una posibilidad que atrapa poderosamente al ánimo, a la convicción y al imaginario.
Es, en un sentido convencionista, la muestra de que, desde los orígenes de la humanidad, siempre hemos sentido la necesidad de estirar la mano desde el gran aquí con la esperanza de escuchar una respuesta directa del más allá.
Quizá como consuelo para nuestras penas, quizá como la guía de la que carecemos o quizá como un mero síntoma de que estamos demasiado enfermos de luto y de pérdida.
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