Pero sigo siendo el rey
Armando Ríos Ruiz viernes 8, Abr 2022Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
El gusto que el Presidente presume por la historia, ha resultado, sin ninguna duda, no más que una presunción disparatada. Las pifias vienen a su mente y a su boca cuando pretende aludir un pasaje del pasado, para sustituirlo con auténticas sandeces. Además, sin revelar la mínima pena, por sustituir hechos y fechas lejanas a la verdad. Lo mismo alude impávido que hace diez mil años había en México imprenta, escuelas, etc., que casos de hace miles de millones de años.
Por eso estoy seguro de que no conoce lo que dice la historia respecto a Luis XIV, rey de Francia, conocido también como El Rey Sol. Esto viene a la memoria por lo que hace apenas dos días dijo, como una demostración plena y que ya no ofrece ninguna duda respecto a su condición autoritaria, preludio de su predisposición de dictador que ya aparece todos los días también sin capacidad para esconderla. Le brota repentinamente, sin esperarlo él mismo.
El Rey de los galos es conocido por su expresión: el Estado soy yo, cuando la corte de París se mostró reacia a aprobar los edictos presentados por él, con la idea de que cualquier decisión suya debería ser aprobada sin discusión. Para estar a tono con los tiempos modernos en México, “sin quitarles una coma”. No aceptaba pues, ningún cuestionamiento. Esto nos es muy familiar.
Nuestro Presidente adoptó una posición similar, que podría hacernos creer que es la resurrección de Luis XIV. Dijo a los ministros de la Suprema Corte, que no le fueran a resultar con que la ley es la ley, respecto a la aceptación de la reforma eléctrica. En otras palabras, les indicó que quería que la aprobaran aunque no hubiera elementos probatorios.
Manifestó en una mañanera: “se demostrará si los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación son abogados que “defienden el interés público o los intereses patronales”. Prosiguió: “la mayoría de los ministros actúan como “abogados patronales”, por representar a las empresas privadas… no representan al pueblo, representan a las empresas, así los formaron, así los escogieron durante el periodo neoliberal..” (Hoy, él mismo los escoge para que lo sirvan).
Después de esa actitud aparecieron visos de que una presión de ese tamaño, redituará frutos a su favor y por lo mismo, de que esta situación acarreará un disgusto enorme en el gobierno de nuestros vecinos del norte. Obviamente, las palabras de un mandatario en la frecuencia en que fueron emitidas, causa una intimidación profunda. Esta condición será detonante de una reacción en el camino de la corte, tan espinoso, que nadie querría transitar. A lo mexicano, el Presidente es más cercano a la canción del profuso compositor guanajuatense, José Alfredo Jiménez, que reza en una parte de la misma: “y mi palabra es la ley”, que bien puede ser quien lo ha inspirado para pretender que lo que de su boca sale, se convierte inmediatamente en ley, así tenga que atropellar a todo el pueblo de México.
Pero no podemos soslayar el contrapeso que él mismo se dedicó a construir con sus constantes rechazos y que es capaz de imponer sanciones que muchos han sido capaces de prever, por no admitir que nadie, absolutamente nadie en el mundo, salga del tono de su melodía.
Estados Unidos aún no se ha cansado de enviar emisarios a solicitar el mejor manejo de las diferentes situaciones que entrañan malestar para ambas naciones, no al Congreso mexicano, que no existe para auxiliar al pueblo que lo eligió, sino para actuar a ciegas, de acuerdo con lo que su verdadero jefe le ordene. Hasta hoy ha utilizado la prudencia y la paciencia. Cuando realmente se canse, veremos acciones mucho más contundentes.
Hasta hoy sólo ha hablado de un reclamo de 10 mil millones de dólares que pondrá en riesgo la aprobación de la reforma eléctrica, que además se contrapone a la política de 55 países del mundo que acordaron en París, buscar estrategias para combatir y disminuir el denominado efecto invernadero. Lo bueno es que esa cantidad es mínima para México, que tiene dinero hasta para botarlo y enterrarlo.