Incapaz de percibir tu forma
Opinión miércoles 8, Jul 2020Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- Ha pasado ya un año y medio desde que inicié con Filosofía Millennial. Se han publicado (e impreso en periódico) ya 79 columnas. Más de 1,700 notas en nuestro sitio web. Han pasado ya más de dos años y todavía agradezco a la obra de Guillermo del Toro por despertarme
En enero de 2018, La Forma Del Agua del cineasta mexicano Guillermo Del Toro llenaba las salas de cine tras prometedoras exhibiciones en el Festival Internacional de Cine de Toronto, el Festival Internacional de Cine de Londres BFI y el Festival Internacional de Cine de Venecia donde se alzó con el León de Oro. Pocos meses después la cinta reflejaría su calidad con dos Globos de Oro (siete nominaciones) y cuatro Premios Óscar de la Academia Estadounidense de Artes y Ciencias de la Cinematografía (trece nominaciones).
Por aquellos días, yo vivía una renovada angustia y depresión enraizadas en la incertidumbre que me generaba mi reciente decisión de dejar de lado pretensiones académicas de posgrado a las que a duras penas lograba arrebatarles un poco de felicidad. Me sentía agotado, drenado. Adormecido.
Vivía con una nula esperanza de encontrar una salida para una pulsante creativadad y una avidez de expresión. La inútil pasión por el conocimiento y una insaciable curiosidad que parecían, en ese entonces, destinadas al despropósito. A una simple ínfula intelectualoide y sentimentalista que no cabía en un mundo práctico, productivo, negador de cualquier ocio.
Durante mi licenciatura en Filosofía e incluso durante mi subsiguiente paso por una licenciatura en Letras Clásicas, atacaba estos sentimientos recurrentes de incertidumbre y angustia con una vuelta a mis principios. Releía con una inagotable pasión el Banquete de Platón pues sabía que ahí me había enamorado de la filosofía como estilo de vida, como práctica, como ideal. Ahí había construido el asidero de un amor fertil e inextinguible por el amor a la sabiduría. Por la promesa socrática de que amando se llega a algún lugar.
Para las épocas en las que The Shape Of Water llegaba a los cines ya ni Platón lucía esperanzador. Ya ni mi griego, ni mi latín, ni mis categorías emocionales e intelectuales lograban resignificar lo que hacía con mi vida. Todo se sentía oscuro, insípido, repetitivo. Absurdo, irrelevante.
Y, entonces, fui al cine. Fui a descubrir una historia profundamente clásica que, al tiempo, buscaba refigurar a las princesas pulcras de la ensoñación y a los dioses ajenos de la tradición. Descubrí la historia de amor entre un dios anfibio y una mujer muda. Una historia de múltiples amores: el divino, el prohibido, el del científico por su ciencia, el del artista por su arte.
Me conmoví con la sensatez y sabiduría deltoresca que me recordaba que el amor, en su más pura ocurrencia, toma la forma de quien lo profesa. Que el amor es una eterna llamada a la otredad. A lo distinto. A lo indomable. A lo radicalmente humano. A aquello que, como el agua, nos cubre y nos aprehende mucho antes de que nosotros lo comprendamos y lo dominemos. El amor, cuando es real, parece vivirnos antes de que nosotros lo vivamos a él.
Sobre todo, Del Toro me recordó algo que ningún escritor debería olvidar jamás: todavía se puede hablar de corazón a corazón. Las letras, las imágenes y las artes son todavía un canal de comunicación efectivo para encontrarnos sin siquiera estar frente a frente. El arte y las humanidades siguen siendo un espacio para presentarnos. Hacernos visibles. Y más bello aún, siempre habrá alguien que salga a nuestro encuentro. Siempre habrá alguien que reconozca en nuestros sollozos o en nuestros suspiros los propios penares, los propios amores.
Ha pasado ya un año y medio desde que inicié con Filosofía Millennial. Se han publicado (e impreso en periódico) ya 79 columnas. Más de 1700 notas en nuestro sitio web. Han pasado ya más de dos años y todavía agradezco a la obra de Guillermo del Toro por despertarme. Por presentarse con el corazón abierto a escribir, a filmar y a compartir. Por inspirarme. Por abrirme los ojos ante la grandeza del cine como un foro compartido desde el que hoy puedo ensayar ideas, reflexiones, curiosidades e impulsos filosóficos.
Vi por cuarta vez La Forma Del Agua en estos días. Días de nueva incertidumbre y difícil motivación. Lloré de nuevo, con un franco impacto de lo sublime que me hace ceder con humildad ante algo que me excede. El amor, ya no de personas o personajes, sino de un individuo frente a una vida, una disciplina y un arte.
Con curiosidad me percaté que mis dos asideros motivacionales lídian con la idea del amor. Platón lo hacía desde lo racional y lo lógico-argumental, recordándonos que el amor es una eterna búsqueda, interminable, irrenunciable y ante la que uno debería ser capaz de entregarse sin otra cosa que pura convicción pura. Del Toro lo hace desde las imágenes, con el cine como motor y como medio, desde la experiencia fenomenológica de la fantasía y la liberación del amor del dogmático “romanticismo hollywoodense” que exige a sus protagonistas renunciar a sí mismos.
Lo expresa bien el poema final que cita The Shape Of Water que hoy sabemos es la paráfrasis de una traducción del poeta persa Hakim Sanai, sufí (místico del islam): el amor, cuando alcanza su mayor excelencia transgrede su condición meramente emotiva y se convierte en una mística. El amor resignifica y revive cualquier esperanza. Despierta y disuelve cualquier apatía.
Es el amor que yo siento. El amor con el que le digo a la filosofía (ya no como colegio académico sino como estilo de vida): “Unable to perceive the shape of You, I find You all around me. Your presence fills my eyes with Your love, It humbles my heart. For You are everywhere”.
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