La muerte tiene permiso
¬ Augusto Corro viernes 3, Jul 2020Punto por punto
Augusto Corro
La espiral de violencia crece incontenible y las masacres continúan con su cuota sangrienta en nuestro país. A lo largo y ancho del territorio se registran las acciones criminales ante la pasividad e incompetencia de las autoridades para evitarlas. Hay estados donde los guardianes del orden son las principales víctimas de la anarquía en la lucha contra la delincuencia. Las cifras de matanzas es aterradora y se hace más aterradora la situación porque nadie ofrece seguridad a la población, que desde hace varios sexenios se encuentra a merced de todo tipo de agresores.
Las actividades delincuenciales agobian a México. No solamente intervienen en ellas los narcotraficantes con sus pugnas por las plazas, sino que también en la vida doméstica delitos como los feminicidios registran elevados índices de criminalidad. A esta condición de violencia añádale los asaltos, extorsiones y secuestros. No hay salida para alcanzar la paz. En algunos casos la impunidad estimula la formación de grupos delincuenciales, en otras situaciones es obvia la imposibilidad de las autoridades para combatirlos. Claro, también juega un papel muy importante la corrupción en los impartidores de justicia.
¿Qué se obtiene de un coctel que lleva como ingredientes principales impunidad, ineptitud y corrupción? La respuesta es directa: inseguridad y muerte. Son innumerables, los hechos sangrientos que confirman los males que agobian a la sociedad mexicana. Ahí están las matanzas recientes: En Caborca, Sonora, el 20 de junio fueron encontrados doce cadáveres de personas secuestradas; al día siguiente, 15 habitantes de San Mateo del Mar, Oaxaca, perdieron la vida por presuntas pugnas de presuntos narcopolíticos; tres días después, en Culiacán, fueron ejecutadas 16 personas en dos enfrentamientos; y en Fresnillo, Zacatecas, dejaron los cuerpos sin vida de 14 personas en un tramo de la carretera.
Pero el infierno, por ahora, se encuentra en Guanajuato. Ese estado desde hace varios años su población vive aterrorizada. Tras distinguirse como una entidad progresista y receptora del turismo, ahora enfrenta una violencia desmesurada, donde se nota un total desprecio a la vida de las personas. Los grupos de delincuentes tienen asolado el territorio guanajuatense, pues libran una lucha enconada los narcos y los huachicoleros, entre otros el Cártel de Santa Rosa de Lima, cuyo capo es José Antonio Yépez Ortiz “El Marro”; y el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). Ninguna autoridad es capaz de ofrecer seguridad. La población está harta de la ola de asesinatos y de la ineptitud de las autoridades municipales, estatales y federales.
Durante los primeros meses de 2020 alrededor de 51 policías fueron asesinados en Guanajuato; y 226 uniformados a lo largo del país. Si esas agresiones se realizan contra representantes de la ley que portan armas y pueden defenderse, que se puede esperar de los crímenes contra personas desprotegidas completamente. En la mencionada entidad priva la impunidad, ineptitud y corrupción. Se permitió el crecimiento de la delincuencia y, en el presente, no hay manera de frenar la espiral de violencia, cada vez más sangrienta. Con toda razón, los guanajuatenses exigen el cambio de las autoridades encargadas de brindar seguridad a la población, es decir, de jefes de la policía y procurador de justicia; así como del gobernador panista, el inepto Diego Sinhue Rodríguez Vallejo.
La última matanza ocurrió el miércoles, anteayer: al menos 26 personas, de edades entre 20 y 30 años, fueron asesinadas en un centro de rehabilitación en Irapuato, Guanajuato. Esos sitios a los que acuden personas en busca de ayuda para alejarse de las drogas, se convirtieron en guaridas de la delincuencia. Es la peor masacre registrada en esa entidad, donde la población vive días de terror sin esperanza alguna de alcanzar la seguridad perdida hace varios años. ¿Qué hacer ante tanta ineptitud de las autoridades municipales, estatales y federales? Las deficiencias de los encargados de brindar seguridad saltan a la vista, pero nadie quiere o pretende intervenir para poner orden. Todos actúan conforme se les ocurre o se les da la gana, saben que navegan en aguas de corrupción, ineptitud y corrupción.