Policías delincuentes
¬ Augusto Corro martes 9, Jun 2020Punto por punto
Augusto Corro
En México las policías se convirtieron, desde hace varios sexenios, en una amenaza para la sociedad. El problema de esos servidores públicos se agudizó con el incremento de las bandas del narcotráfico pues se aliaron para delinquir. Las policías de todos los niveles dejaron de ser los guardianes del orden y de la tranquilidad.
Los representantes de la ley sin una preparación adecuada y con salarios de hambre pasaron al servicio de los cárteles de la droga. Los uniformados sirvieron como espías y también como sicarios. Uno de los casos más representativos lo tenemos en la tragedia de los normalistas de Ayotzinapa. En ese secuestro colectivo de 43 normalistas, que nunca aparecieron, las policías municipales y los narcos se aliaron para delinquir.
Pero la conducta de los representantes de la ley no se limitó a actuar en contubernio con la delincuencia para realizar actos criminales; también, por cuenta propia, los elementos policíacos se dedicaron a cometer delitos como la tortura y los asesinatos de detenidos. Es larga la lista de esos crímenes deleznables.
Además, los policías en México tienen una bien ganada fama de represores. Sin un mínimo de disciplina en las manifestaciones golpean y agreden a cuantas personas encuentran a su paso.
En esos casos de salvajismo saltan a la vista la pésima preparación de la policía y de las autoridades que tienen abandonados a los representantes de la ley; pues no les brindan instrucción ni preparación alguna.
¿Cómo puede un uniformado controlar sus instintitos primitivos si no alcanza a ver el daño que ocasionan las golpizas o patadas a los manifestantes? ¿Cómo explicarles que un detenido es una persona que no tiene por qué torturársele hasta matarlo? ¿Qué es un ser humano como ellos?
Y si esos representantes de la ley son estimulados por las autoridades para reprimir, como ocurre en las manifestaciones, ¿cómo exigirles responsabilidad y buen trato a los ciudadanos?
La muerte de Giovanni
El 4 de mayo de 2020, fue detenido el albañil Giovanni López Ramírez, de 30 años, por no llevar cubrebocas. Alrededor de diez policías municipales participaron en el arresto del joven. Los hechos ocurrieron en el municipio de Ixtlahuacán de los Membrillos, Jalisco.
López Ramírez, según se informó, fue torturado por la policía cuando estaba en los separos. Debido a las lesiones a las pocas horas murió. En el acta de defunción se menciona que el joven falleció por un golpe en la cabeza.
Fue a principios de este mes de junio, cuando ese hecho salió a la luz pública y empezaron las manifestaciones. Los videos relacionados con ese crimen fueron subidos a las redes y causaron enojo e indignación.
A partir del 4 de junio, varias manifestaciones se llevaron a cabo en Guadalajara y en la Ciudad de México, en ellas, quienes participaban exigían justicia para Giovanni, al mismo tiempo que condenaban la brutalidad policiaca.
Como señalamos al principio de esta columna, la tortura y muerte del albañil se suma al voluminoso expediente de los policías criminales; pero la historia de violencia y represión continúa.
El gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro Ramírez, un dictadorzuelo, ordenó a la policía estatal no actuar con consideraciones a los manifestantes: es decir, reprimirlos.
Los uniformados cumplieron muy bien las inquietudes de su jefe. No se controló en ningún momento la violencia policiaca contra los manifestantes. Alrededor de 30 personas fueron detenidas.
La tortura y el abuso contra Giovanni son ejemplos claros del actuar de la policía en México. Son varios sexenios ya en que las autoridades dejaron que esos representantes de la ley hicieran lo que les viniera en gana.
Los uniformados desde hace tiempo que cumplen con sus tareas de torturadores, represores, socios de la delincuencia organizada, etc., sin nadie que intente poner orden, ni disciplina, menos respeto a la sociedad que paga para que le sirvan.