Un día más en cuarentena
¬ Edgar Gómez Flores martes 21, Abr 2020Con mi mano izquierda…
Edgar Gómez Flores
Desde el balcón veo pasar a la gente, en diversas modalidades; unas apanicadas, quienes no quieren levantar el rostro para no encontrarse con la pandemia frente a frente. Otras quienes la desafían, quizás porque “su Presidente” anda envalentonado o quizás porque un enemigo invisible no genera temor. Por mi parte, quiero tomar la información más real que me ayude a encontrar un punto medio. Respeto la posibilidad de contagiarme; pero también no quiero deshacerme de mi dignidad, de sentirme libre. De sentir que me quedo encerrado por mi libre albedrío y no por un maldito temor que me carcome, tanto como lo ha hecho con mi rutina.
Prendo el televisor y veo cifras que recorren el mundo. Parece un mundo aleatorio. Esto me hace pensar si la evolución también, por momentos, tomó rumbos aleatorios. Es decir, ¿pudieron las aves en algún momento haber generado una especie pensante o los reptiles, como en este último caso lo proponen los conspiracionistas? Y en nuestro caso, ¿fue cuestión del azar que los mamíferos fueran desarrollando ciertas habilidades digitales y por ende cognitivas para llegar, vía los primates, a consolidar la especie humana, ahora reina del reino animal?. No lo sé. Sin embargo, ver como un fenómeno de un virus en un cuerpo humano, en distintas latitudes y longitudes genera diversos estragos, es confuso. No quiero creer en los discursos dicharacheros de Andrés Manuel quien tiene fe en un trébol de cuatro hojas o en una genética prehispánica con la cual podemos afrontar a un virus (como lo hizo David con Goliat) que ha atacado sin piedad a Italia, España, Francia y a los Estados Unidos de América.
Así pasa mi tarde en el balcón. Quiero leer y empiezo a pensar. Ahora me dan ganas de escribir, tomo la computadora que dejé un día atrás en la repisa de mi cuarto. Está descargada, ahora tomó mi celuar. Por inercia, leo las noticias; me encuentro memes e información encontrada. Regreso al balcón. Ahora pasa una señora con gelatinas, sin cubrebocas y le sorraja un golpe en la nunca a su hijo de aproximadamente siete años. Me da un poco de tristeza el niño, pero pienso en el fin de todo esto y veo que ésta será una anécdota contada por nadie. Así como mi historia y la de muchos hombres y mujeres que guardados fuimos arrebatados de nuestra libertad y de nuestra naturaleza de conversar, de disentir, de reir y llorar, de sentir la brisa fresca de estas tardes de primavera.
Me paseo por la casa, parece que ahora doy pasos más cortos para hacer más largo mi viaje, de las sala, al comedor, de ahí a la cocina. Abro la puerta del refrigerador y tomo una cerveza. Pienso en escribir poesía y grabarla para compartirla. Pero, recuerdo al grupo de cuerdas que tocó sus últimas piezas durante el hundimiento del Titánic y veo con desprecio mi idea. Copiada, de mal gusto y poco creativa. Abro la lata de la cerveza y siento la frescura en la garganta. Ahora pienso que las cosas no son tan malas. De inmediato borro esta sensación de bienestar de mi cabeza, empiezo a creer que la cerveza me toma a mí en lugar de lo contrario. La dejo sobre la mesa y entro al cuarto de mi hija. Platico un poco con ella y en sus ojos veo la soledad de toda una generación. La generación post millennial. No sé cómo se llamará años después o como se llama ya. Pero veo un aislamiento natural. Ellos nacieron aislados, vivieron siempre cerca de un dispositivo electrónico: celular, tableta, computadora, videojuego, etc. La escuela, que era su único contacto con una vida real, les ha sido despojada y me temo que se pueden acoplar fácilmente. Salgo del cuarto de mi hija con una soledad mutua que no se acompaña de nuestras presencias.
Regreso por la cerveza, voy a mi cuarto y veo que la pila de la computadora marca 45%, la abro y quiero a empezar a escribir. Pongo el título de mi columna y escribo “Con mi mano izquierda” me pasan por la cabeza cinco temas relacionados con la cuarta deformación mexicana. Pero, también se me hace absurdo escribir. Lo asocio al golpe en la cabeza del hijo de la señora de las gelatinas. ¿Para qué? Vuelvo a ver mi celular. Recuerdo la canción de Serrat; Cantares, basada en la obra de Antonio Machado… “cuando de nada nos sirve rezar”
Tomo nuevamente mi celular y abro el “feis”. Veo la publicación de mi amiga Gloria, hoy es el cumpleaños de Luis Miguel. Hablo para mi mismo: “lo “posteó” los últimos cincuenta días ¿o habrán sido meses?”. Le marco, hablamos de nuestra infancia, la felicito por el cumpleaños de Luis Miguel, me contesta con ese gusto de haber recibido la felicitación de un familiar. A mí también me agrada. La escucho y me escucha. Colgamos. Me queda una sensación de estar vivo y tener ganas de seguir viviendo. Me duermo y siento el cansancio de la vida que solo la noche nos recuerda. Cierro los ojos y me desvanezco entre los sueños…