Tauromaquia en nuestro tiempo
¬ José Antonio López Sosa lunes 10, Feb 2020Detrás del Poder
José Antonio López Sosa
Una fiesta que nace por la naturaleza propia del ser humano, quizás pareciera un simple ritual donde el hombre por supervivencia, comenzó por matar a la bestia para alimentarse y preservar la especie, pero no, la tauromaquia va mucho más allá, una representación llena de simbolismos donde la muerte es parte de la naturaleza misma de nuestra existencia.
La luna y el sol en un mismo entorno, luchando uno por vencer al otro, así se percibe iconográficamente la estrecha relación entre el toro y el torero y así, pudiéramos comenzar desde la mitología persa, griega y babilónica para comprender el ritual que con el paso de los siglos, luego de condiciones sociales, geográficas y de religiosidad específicas derivaron en la fiesta de los toros que conocemos hoy en día.
Una corrida de toros no es un simple espectáculo donde 6 reses bravas salen a ser toreadas por un matador que al final termina con sus vidas, es algo mucho más complejo que ello, una síntesis histórica de varias corrientes mitológicas y antropológicas que se celebra domingo a domingo, donde la suerte de un matador queda en un ruedo con toda una alegoría alrededor que va más allá de la muerte de un toro.
La fiesta brava da la oportunidad de ser parte de la historia de una cultura, de una reunión ceremoniosa donde diferentes tintes artísticos se conjuntan en un solo coloso: la música, el arte de un traje de luces, el acoplamiento del torero con el toro, la bravura de un animal que a través de su propia naturaleza, pinta momentos de lucidez para el alma en cada embestida.
Quienes objetan la fiesta de los toros tienen como principal argumento el maltrato animal, como si en la plaza se destazara a una res brava peor que en un rastro, ignorando por completo la dignidad que el animal tiene desde que nace y hasta que le toca morir en el ruedo. Pocos saben por ejemplo, que son muy pocos los toros que llegan a la plaza comparado con el número que nacen y se crían en las ganaderías, sitios con grandes espacios abiertos donde los animales viven en libertad, prácticamente sin convivir o estar sujetos a las normas humanas que uno observa en las granjas.
La muerte es parte de la vida, quizás es un tabú que socialmente nos ha calado desde hace siglos, no se habla de la muerte aunque es lo único que tenemos certeza, ocurrirá en algún momento, en este sentido, la muerte del toro en la plaza representa también el final de un ciclo llevado con dignidad, es parte del entendimiento natural que existe entre la vida y la muerte, tal vez combinado con la suerte y la destreza dado que el torero arriesga la vida cada que salta al ruedo, lo mismo que los subalternos y todo aquel que pisa por alguna circunstancia más allá del burladero durante una corrida.
La fiesta brava es cultura, sencillamente porque todo aquello creado por el hombre en sociedad eso es, cultura. La cultura está vinculada a la muerte en diversos sentidos, en varias sociedades y bajo diferentes circunstancias, en este caso la fiesta de los toros está íntimamente vinculada a la muerte del animal, de una forma en que además, tiene la oportunidad de resultar indultado cuando su bravura así lo amerita.
Debemos destacar también, que la raza de toros de lidia, existe solamente por la prevalecencia de la fiesta de los toros, en otro orden de ideas, si desapareciera la fiesta, no habría razón para que esta raza subsistiera y aquí vuelvo al punto anterior, cuando no todas las cabezas que nacen terminan sus días en la plaza.
Vivimos en la sociedad de la inmediatez, donde todo es aquí y ahora, donde suponemos derechos que no tenemos y hablamos (y pensamos) por los demás, incluso por los animales, donde suponemos ser políticamente correctos para todo y donde pensamos que nuestras creencias y opiniones deben ser universales. Como cualquiera otra expresión de arte, la fiesta de los toros puede no gustar a todo el mundo, sin embargo asumir que se debe prohibir para defender un pensamiento o una idea, representa una forma de retroceso social, donde piezas históricas de la cultura social, como resulta una corrida de toros, pretenden desde algunas voces, prohibirse como si se tratara de un acto criminal.
La tauromaquia ha gestado expresiones artísticas alternas que le acompañan, desde los grabados de Goya hasta las piezas musicales de Agustín Lara, música, puntura, danza, literatura han tenido inspiración en el ruedo, obras majestuosas han surgido tras la mirada de un aficionado que traduce esas formas entre el toro y el torero en algún otro lenguaje.
Acabar con las tradiciones que han unido familias y sociedades por ideologías resulta un atentado contra la evolución misma del ser humano, sobre todo cuando ha existido una evolución en la fiesta de los toros de hace un par de siglos al día de hoy, no solo en el reglamento sino en la presentación y la percepción misma de los aficionados.
Ahora bien, no podemos obviar el elitismo que existe dentro de los aficionados a la tauromaquia, sobre todo parte de esa afición que es muy conocedora y mira con desdén a los novatos o aficionados nuevos, que al no tener la experiencia ni el conocimiento son objeto de férreas críticas, me parece que frente a los peligros que corre la tauromaquia, los aficionados conocedores deben actuar a la inversa, procurando integrar a quienes se acercan por curiosidad o sin el conocimiento profundo de la fiesta, así y solo así podrá incrementarse la afición que notablemente ha decrecido en las últimas décadas.
La plaza de toros es una plaza pública, resulta una delicia además de disfrutar de la corrida, escuchar y ver las reacciones de los asistentes más allá de la afición que los une a la fiesta. Se gritan temas de coyuntura política, personal, afectiva, sentimental, albures, mentadas de madre, en fin, un escaparate para la rudeza de la vida diaria en un recinto que recibe a todos, siempre con un respeto al final del día por la afición, donde rara vez se dan encontronazos o violencia en el graderío.
Una plaza de toros además es el reflejo de nuestra sociedad contemporánea, hasta abajo la gente que va a barrera, pudiente con buena estampa mercantil y espantada con lo que se grita desde las alturas. Primer y segundo tendido las clases medias que se debaten entre querer y despreciar a la gente de barrera y a los de general y, finalmente, general de sol y sombra, las clases populares y para mi gusto, la parte más divertida de la plaza, donde se gritan toda clase de cosas y donde la gente además de disfrutar al toro, va a divertirse e incluso a burlarse de sí mismos. Esta división social es la que vemos a diario y se refleja en una plaza de toros, es digna de un estudio sociológico. Los de arriba separados de los de abajo pero, encontrándose en los accesos de la plaza, como si unos no conocieran a los otros, como si fuesen de mundos distintos pero al final del día, compartiendo la afición por una corrida de toros donde todos, absolutamente todos, independientemente del boleto pagado o de la clase social a la que pertenezcan, se emocionan y disfrutan de una tarde de domingo.
El tema ahora es ¿por qué preservar la fiesta taurina?, cuando la sociedad pareciera migrar de forma inevitable hacia todo lo políticamente correcto, a darle a los animales derechos de humanos y a los humanos tratarles peor que animales si no forman parte del establishment, cuando todo ofende y pesa más el sufrimiento de un perro en la calle que de un niño desnutrido en la sierra de Veracruz. Es precisamente porque festejos como las corridas de toros, nos anclan a la realidad, a la vida y la muerte, nos divide y nos integra al mismo tiempo sin distinción de clases sociales, nos significa entender que hay muerte con dignidad y que no es lo mismo una estocada a un toro que la tortura en un rastro, coadyuva a entender el origen mismo de la subsistencia del hombre y que la comida no se produce espontáneamente en los supermercados.
Detractores se cuentan por miles, de los buenos y de los malos. Los buenos aquellos que no comparten los gustos y pensamientos y simplemente no asisten y no se hacen partícipes de la tauromaquia. Los malos quienes con una vocación de evangelizadores del siglo XXI, pretenden prohibir de acuerdo a sus creencias e insultan a aquel que siquiera pretenda pensar diferente, los malos quienes insisten en comparar la tauromaquia con el circo romano, carentes de toda proporción histórica y con más ánimos de destruir que de construir. En un mundo donde todos cabemos, la tauromaquia debe tener un espacio importante para sus aficionados y sus detractores, pero de los buenos, sin prohibiciones y sin radicalismos.
La importancia de preservar la tauromaquia es pensar que, como sociedad y como seres humanos debemos conservar nuestro legado, nuestras tradiciones, nuestra cultura y nuestras manifestaciones artísticas. Nuestra madurez como sociedad llegará cuando quepamos todos, sin amenazas ni insultos, sin prohibiciones ni sanciones por preservar legados históricos y culturales, como es la fiesta de los toros en México.
www.lopezsosa.com
joseantonio@lopezsosa.com
@joseantonio1977
¿Que la muerte hace parte de la existencia? Error, la muerte acaba con la existencia, y en la tauromaquia no hay muerte sino un asesinato de un animal ino ente, sano y con al menos 15 años más de poseer vivir hasta su vejez. La tauromaquia es un crimen
La tauromaquia es demencial, dice el autor del artículo que es la lucha del sol con la luna, ¿qué se fumó? Y si fuera si, ni el sol ni la luna se matan. Que el hombre mataba a la nesta para lime tarde, pero la tauromaquia no pasa eso, es la bestia matando un toro y no para alimentarse.