El cálculo político de AMLO contra la corrupción. ¡Ahora o nunca!
Francisco Rodríguez viernes 29, Mar 2019Índice político
Francisco Rodríguez
Desde que el canciller Georges Clemenceau comenzó a imponer las reglas para solventar los conflictos políticos, se supo que la mejor manera de resolver un problema es identificando los extremos: la distancia que hay entre el pasmo y la acción, el cálculo exacto sobre el punto de quiebre que admite las medidas preventivas y concluyentes.
El cálculo político es definitivamente una de las invenciones de la ciencia que ha colaborado a hacer más llevadera la vida… y más soportables a los políticos. Es el chispazo de inteligencia y lucidez que hace que las cosas se resuelvan con los menores costos y los mayores beneficios en términos colectivos.
El cálculo político es un producto de la experiencia. Es muy difícil que pueda tenerlo un diletante o una persona que se acerca por curiosidad a los conflictos del Estado. Necesita ser un experto en costos, un conocedor profundo del aparato para remediar los males que se le presentan cotidianamente. Saber distinguir entre oportunidad y oportunismo, por ejemplo.
Demasiada oportunidad tiende necesariamente a retrasar la solución. Demasiado oportunismo, la desluce, la achabacana, para usar un término muy nuestro. Los tacos deben tener la cantidad exacta de crema que se requiere para no manchar el mantel.
No dejar ver al referee, es otra de las características de los jefes de Estado que practican esta gran disciplina. Mientras menos se vea la mano que mece la cuna, es mejor. El mejor árbitro es el que no aparece arriba del enlonado o protagonizando las decisiones. Debe saber delegar —y a tiempo— para que no se desespere el cotarro.
Un gran jefe de Estado es aquél que menos se personaliza en los conflictos, y aparece de repente, como un personaje sin el cual las cosas no pueden ser. Personalizarse demasiado en los conflictos cotidianos quita prestancia, resta elegancia, confina el problema, retrasa la solución. La vida diaria sería más llevadera si no lo hace.
En la cabeza del jefe de Estado deben habitar todos los resortes de las posibilidades. No es posible resolver, si no se conoce a fondo el funcionamiento del aparato para hacerlo. Dedicar sólo la cantidad de energía necesaria para la solución. Ni más, pero ni menos.
Un dirigente político conoce más el sistema, si es que lo ha sufrido para abordar la vanguardia. Por eso, los teóricos del poder hablan de las cinco condiciones indispensables para tenerlo: desearlo, pelearlo, obtenerlo, ejercerlo… y disfrutarlo.
Si falla alguna de esas premisas, todo se cae por su propio peso. No puede pelearlo si no lo desea, no puede obtenerlo mientras no lo dispute, pues sería un ejercicio vano. Por último, no puede disfrutarlo si no sabe ejercerlo, y ejercerlo sin disfrutarlo es verdaderamente de hueva. Un peso completo debe pasar por estas cinco premisas.
Posiblemente la parte más peliaguda de todas las que componen el poder sea la de integrar gobierno. Es muy delicado y peligroso rodearse de quienes no entienden el modo y la manera del ejercicio, o no están interesados en la misma mística de acción. Es un contrasentido, y se obliga a la sociedad a la permanente crítica de las instituciones.
Es así que frecuentemente se da el caso de jefes de Estado que no tienen un equipo armado para el ejercicio de las facultades. ¿De qué sirve tener en el Poder Ejecutivo a un peso completo en el conocimiento del Estado y de sus materias principales si éste no tiene un equipo que —repito— entienda las señales?
Algunos críticos de buena fe atribuyen la presencia de fallas estructurales en el presente aparato administrativo y político a la falta de una ideología global que oriente sus esfuerzos. Como respuesta se les puede decir que es imposible hacer manuales para gobernar, para impostarse, para actuar en todos los terrenos.
Las facultades de un político se traen o no. El que es gallo dondequiera es verde, el que es pendejo, dondequiera pierde, dice el viejo refrán ranchero de nuestros ancestros. Y no le falta razón. Un político es un guerrillero de la acción y debe de estar todo el tiempo y en todos lados al servicio de los objetivos.
Las posibilidades geoestratégicas del México de nuestros días, la conformación mayoritaria de las cámaras y de los gobiernos y congresos locales favorecen como muy pocas veces en el pasado reciente una acción homogénea y aglutinadora. No saberla aprovechar sería uno de los mayores desperdicios de ésta época.
No puede mentarse la soga en casa del ahorcado. Pero el sistema está puesto para acciones de gran calado, de esas que se dedican a no desaprovechar las oportunidades que pintan calvas, para remediar de fondo los malestares de este país. No puede perderse el tiempo en juegos de esgrima. Se requiere del estoque y cuanto antes, mejor.
Los conjuntos de adaptaciones, siempre en fuga de la responsabilidad social de los gobiernos, el recorte de sus facultades y atribuciones, la primacía del mercado, el adelgazamiento estatal, la exagerada ponderación de las variables macroeconómicas, el abandono de la investigación científica…… el puntilloso cuidado del reducido grupo de exportadores criollos de maquila mal pagada e insumos ajenos y varias cosas más que hoy conocemos como la parafernalia neoliberal, identificada con consensos ajenos, no pueden ya formar parte de nuestro cálculo político.
Ya aquí no hay más cera que la que arde. El piso está demasiado parejo para querer andar dando brincos. Llegó el momento de la acción concertada de todos los habitantes del núcleo gubernamental para poner un hasta aquí a una de nuestras mayores dolencias: el que paguen las facturas los que han traicionado la confianza y la patria.
Nadie puede alegar que estamos lidiando a un toro marrajo, ésos que no presentan flanco por peligrosos, porque se tienen todos los trastos, capotes, puntillas, estoques y para colmo, la pasión del público en los tendidos para ver caer bureles de gran trapío.
Nadie puede llamarse a sorprendido porque el nuevo régimen cumpla las promesas al electorado de cero impunidad y cero corrupción. Para eso los trajimos al coso. Por eso están aquí en los carteles de la temporada grande. Para eso no se necesita el cálculo político.
Así que los extremos de esta cuerda señalan que el punto de quiebre es ir de inmediato tras los corruptos. El cálculo está determinado por el pulso electoral que tuvo la gente al elegir indiscriminadamente a Morena. Contra eso no se valen remilgos o recules de fantochitos de la FGR, de Gobernación, de Trabajo. Todos están en el mismo barco.
Hay que matar muriendo o morir matando. No se tiene otra opción, menos alternativa. El público pagó sus boletos para ver la corrida. Lo contrario sería volver a fallarle a la hinchada, convertirse en villamelón, traicionar nuevamente al respetable y ahora sí… ¡adiós Nicanor!
El peligro grave es que la gente ya no volverá a creer en nada ni en nadie.
¿O como lo ve usted?
Índice Flamígero: “Esto es un avance para desterrar la corrupción y la impunidad, es un hecho histórico de la vida pública de nuestro país, aquí hacemos hechos y no palabras”, dijo el Presidente de la República al comentar —en su conferencia matutina— la aprobación de las reformas constitucionales para poder juzgar al presidente en funciones en delitos de corrupción y electorales. Bien por ello, pero la sociedad demanda otros “hechos” como son los juicios a quienes saquearon al país y lo dejaron en absoluta bancarrota, como el mismo AMLO dijo cuando era Presidente Electo. + + + En la llamada “mañanera”, también, el señor López Obrador se refirió esta semana a sus antecesores, a quienes la inmensa mayoría de la población considera no sólo corruptos sino, peor aún, impunes: Carlos Salinas de Gortari, dijo, es el “padre de la desigualdad social en México’’; el que creó la nueva oligarquía, el que trasladó los bienes del pueblo y de la Nación a particulares, a sus allegados. Dijo que Vicente Fox resultó un traidor a la democracia; Felipe Calderón convirtió al país en un cementerio Y Peña Nieto en corrupción. Urge, pues, que de las palabras ya pase a los hechos.
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