Una crónica desde Santa Marta
¬ José Antonio López Sosa martes 20, Nov 2018Detrás del Poder
José Antonio López Sosa
Río de Janeiro, Brasil.- El fenómeno de las “favelas” brasileñas es conocido a nivel internacional, esa contracultura que se ha gestado a través de la marginación urbana y que ha tenido un dominio de la criminalidad, es un fenómeno global, sin embargo por las características topográficas de Río de Janeiro, estos cinturones de miseria están en las laderas, justo a la vista de las zonas urbanísticamente ordenadas de la ciudad.
El gobierno local logró pacificar algunas favelas, se convirtieron en atractivos turísticos sin perder su escencia, así nos dirigimos a Santa Marta, una de las favelas pacificadas de Río de Janeiro.
Nos dejaron en la base a este reportero y a Roberto Flores Lloret con la cámara, la indicación fue que no hay riesgo y tuvimos la libertad de recorrerla.
Esta favela en la base, tiene un funicular que luego de 5 estaciones, llega a la cima, la parte más marginal.
Cientos de casas una sobre otra, no hay calles, sólo enormes escalinatas (como ocurre en Cuautepec Barrio Alto, La Presa y otros rincones de las zonas irregulares de la Ciudad de México y su Zona Metropolitana).
En la cima un mirador que deja ver de un lado el monte Pan de Azúcar y del otro, la favela entera y Río de Janeiro, hay una estación de policía ahí precisamente.
Grabamos un par de stands para Grupo Fórmula, sacamos micrófono, cámara y audífonos, comenzaba a llover.
Un individuo con una suerte de radio, estuvo todo el tiempo junto a nosotros, luego de unos veinte minutos de seguirnos al mirador, desapareció, quizás le parecimos inofensivos para los intereses de quienes gobiernan en realidad la favela.
Al subir, un par de turistas chilenas nos dijeron que la estatua de Michael Jackson era de los principales atractivos, en la parada número 2, que había un lugar para tomar cerveza y una vista muy buena de Río.
Hasta ahí llegamos, una estatua bastante bizarra en honor al Rey del Pop, quien grabó un videoclip aquí y donó dinero para diversas fundaciones brasileñas, del local donde venden cervezas se asomó un jovencito, con los ojos medio perdidos pidiendo que no le tomasemos fotografías, le pedimos que más bien se quitara de la ventana para poder capturar imágenes del lugar.
Al entrar, pedimos un par de cervezas, el jovencito nos dijo llamarse “Guile”, trató de entablarnos conversación y nos dijo que no podía salir en fotos por una causa, entonces volteó su cadera y nos mostró que portaba un arma de fuego.
El tipo estaba seguramente drogado y lucía como el jefe de la plaza. De pronto entraron más personas del lugar, uno me pidió 5 reales para comprar marihuana, fue y se la compró a Guile.
En un momento, el tal Guile nos abrió un portafolios lleno de pastillas y sobres —aparentemente drogas duras— para ver qué le comprábamos. En ese momento terminamos nuestra cerveza y decidimos marcharnos.
Ya en la estación del funicular, un hombre con su hija se ofrecieron a llevarnos abajo por las escaleras, así lo hicimos. Entre enormes escaleras, ratas, cucarachas, ventanas de salas, recámaras y baños que daban en nuestra cara por unos diez minutos pudimos percibir como se vive en la favela, como es el hacinamiento y la insalubridad.
Llegamos a la base, nos dimos cuenta que a pesar de estar pacificadas, aún la ley que impera es la del crimen organizado y no la del estado brasileño.
¿Volvería a subir?, ¡por supuesto!, hay que tener cautela pero representa una de las experiencias sociales más interesantes que se pueda tener.
Alguien me preguntó, ¿subirías con tu esposa?, ¡claro!, quizás porque es mi productora, pero no le quitaría la oportunidad de vivir una experiencia así por un miedo paternalista, me sentiría egoísta.