Navarra a caballo • III
¬ José Antonio López Sosa viernes 2, Nov 2018Detrás del Poder
José Antonio López Sosa
(Terera y última parte)
Pamplona, España.- Como si estuviésemos en el Siglo XVII, cabalgamos las laderas de Pamplona y por una de las puertas entre la gran muralla que protege a la ciudad, entramos a caballo robando miradas en los alrededores.
Sí, en pleno Siglo XXI esto es una excentricidad, aunque no hicimos más que llegar como lo hicieron miles y miles de personas durante cientos de años.
Pasamos por las calles principales hasta llegar al edificio del ayuntamiento.
Nunca en la vida, este reportero había llegado a caballo al centro de alguna ciudad, salvo las legendarias llegadas en la niñez a Chapantongo, Hidalgo y en la juventud a Tepetlaoxtoc, Edo. Méx., pero hablamos de pequeños pueblos y no de una ciudad majestuosa como lo es la capital navarra.
Casualmente era jueves, día que se bautizó en Pamplona como “juevintxos”, cuando la gente sale a comer pintxhos a los bares, cervecerías y restaurantes del centro.
A diferencia de la tradicional tapa española, el pintxo navarro es elaborado al momento, una botana que se ha sofisticado al punto de tener competiciones gastronómicas de talla internacional, para hacer esta cocina tradicional navarra en miniatura.
Así concluimos cuatro días a caballo, el último rumbo a las montañas al norte, partiendo de Lekumberri ya muy cerca del país vasco, donde la gente ya habla euskera y juega pelota, donde las nubes bajan sobre los bosques y los senderos de mañanas frías guardan en sus coníferas el rocío del sol saliente.
Antes de venir a Navarra y recorrerla a caballo, no hubiera pensado que un producto turístico como este ecuestre, diseñado por Añezcar, podría tener éxito con el mercado mexicano.
Hoy veo que se trata de una forma novedosa y antigua a la vez, de entender la historia y adentrarse en las entrañas de una comunidad foral, que un día fue un gran reino y cuyo control fue disputado durante siglos por las coronas francesa y de castilla.
Regresamos a Madrid, entre los tumultos de la Gran Vía para llegar al Hotel de las Letras entendimos el valor que se da a la tranquilidad, al paisaje y a la montaña. El lujo que significa ir en el camino rústico, arriba de un caballo solo viendo la vida pasar, sintiendo el viento tras las orejas.
Leyendo a los clásicos de la literatura, subimos a la terraza del Iberostar Hotel de las Letras, de ahí el sonido y resplandor de la Puerta del Sol se dejan ver y oir, la Gran Vía en reparación nos regala sonidos de automóviles y bicicletas y, al cerrar el ático donde nos tocó dormir, soñamos entre cuentos de Cortázar y los caminos de Juan Rulfo allá en mi tierra.
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