Se acabó la tecnocracia: sólo empoderó a gerentillos y narquillos
Francisco Rodríguez miércoles 17, Oct 2018Índice político
Francisco Rodríguez
Los últimos años han sido escenario de la gran paradoja de la política decadente: mientras en los países avanzados llegan los gerentillos al poder, en los países emergentes y pobres arriban los narquillos. Y es que, desde que John F. Kennedy, asesinado por su propia guardia de cuerpo, nombró a un ejecutivo de Ford, Robert S. McNamara como secretario de Guerra, el mundo ya no fue el mismo.
McNamara repitió con el ejecutor y jefe de la banda, Lyndon B. Johnson y fue el responsable de conducir a los gabachos a su ridículo más sonado frente a los indefensos “pies desnudos” vietnamitas. Se dijo que su máquina de pensar sólo sumaba costos, ganancias y bombas, sin previsión política. Había llegado la tecnocracia a tomar las decisiones.
En los inicios de la formación de la Comunidad Económica Europea, un tecnócrata de cepa, Valery Giscard d’Estaing, ministro de Finanzas de Georges Pompidou, se afianzó en el poder francés, en favor del neocolonialismo arbitrario y corrupto. Las revistas del corazón se atiborraban con sus fotos aristocráticas y palos de golf.
John Kenneth Galbraith, que acababa de dejar la embajada gringa en la India, publicaba El Nuevo Estado Industrial y anunciaba la llegada de los tecnócratas, a los que Henri Lefebvre llamaba cibernantropos, la expresión más acabada del “último hombre”, largamente anunciado por el inspirador de Hitler, Federico Nietzsche.
Helmut Schmidt arribó a la Cancillería alemana sustituyendo a Willy Brandt, y los setentones Ronald Reagan y George Bush, egresados de Disney y de la CIA, respectivamente, implantaron en el gabacho el concepto de la ingeniería de procesos en la política y el objetivo de la calidad total, el resultado óptimo para el consumidor enajenado.
Los tecnócratas huehuenches, apadrinados en México por Carlos Salinas de Gortari, junto con todos ellos, caían en el ridículo. Porque la única forma de implantar la calidad total en un país miserable era a partir del avasallamiento.
Se trataba entonces de ejercer la violencia con calidad total en los procesos, matar sin admitir reclamaciones porque se trataba de trabajos de excelencia, distribuir recursos y productos escasos ante los hambrientos estirando los impactos de la mercadotecnia y la publicidad sin contenido concreto.
Porque incluso todas las grandes corporaciones funcionaban en sus países de origen con el aceite de la corrupción, los engaños, traiciones y pasiones humanas. A la NASA le reventaban los cohetes en las plataformas de lanzamiento por falta de inversión en su construcción y mantenimiento. A las petroleras se les suicidaban los gerentes por descubrirles oscuros nexos con la Casa Blanca.
Dormir al consumidor mexicano era lo más fácil. La clase política, ávida de engancharse al primer mundo, era fácilmente engañada por las teorías rostownianas que recomendaban agotar puntualmente todas las etapas que habían seguido los países industriales para llegar al fracaso.
Cuando los diseñadores ideológicos del librecambio y de los mercados abiertos, del imperio desnudo de la ley de oferta y demanda sin árbitros, abandonaron sus propias recetas desde hace veinte años, acá en el rancho grande los mandarines se peleaban para aplicarlas antes que sus adversarios. Como no saben ni madre, creen que están gobernando con ideas nuevas.
Así pasa con la economía, igual con los expertos administradores que programan, escriben y pontifican sobre el advenimiento de mundos mejores con los criterios tecnocráticos, cuando ya todos abandonaron esas concepciones. Las lógicas transnacionales ahora dependen de los criollos, no de su propia expansión.
Está demostrado ad nauseam que los empleos, la vitalidad de la industria agropecuaria, de su planta fabril, del comercio exterior y del turismo gringo, depende estructuralmente del mercado de compradores mexicanos, aunque éstos no lo sepan, o aun sabiéndolo no lo quieran aceptar. Somos de los dos grandes consumidores de sus saldos y basuras transnacionales.
Para los gerentillos gringos en el poder, una computadora es más eficiente que un político, así como la gerencia tecnocrática se halla muy por encima de la política corrupta y primitiva. La paradoja es que los estropicios de los técnicos siempre necesitan de los políticos para barrer la casa, para revertir los daños, para calcular los costos.
La realidad moderna es que los gobiernos empresariales son incompetentes porque están manejados por gerentillos que no abonan el valor humano en la expansión de ninguna empresa económica, social o política. Sólo se adaptan a un formato, obedecen a ciegas órdenes superiores.
Así pasa con Trump. Ahora que se descubre el pantanal en el que se metió durante su campaña por la presidencia, orientada por el colmilludo Putin, es absolutamente indefendible ante un Congreso y un Poder Judicial vejados y abandonados a su suerte, en las manos de un desquiciado.
No saben medir la dimensión humana. Los pobres entes se distinguen por sus miserias, olvidos, vacilaciones, emotividades, placeres, angustias, locuras, vacilaciones. Pero nada se puede construir descalificando y oprimiendo las flaquezas humanas.
La política, está comprobado, no se mide en términos de eficiencia y mucho menos de tecnología. El manejo político, la capacidad de medir los rebotes y los tiempos, dimensionar las oportunidades y decidir sobre las opciones para remediar el sufrimiento humano, son sólo del reino de este mundo.
No se conseguirán acá en el rancho grande ni con más globalización, ni con más tecnocracia, porque seguir por este camino conduce a las cavernas de los amigous del Norte, en lo comercial, energético, migratorio, militar, diplomático y de seguridad. Si es lo que queremos, vamos mejor pidiendo la anexión y asunto concluido.
Dejemos de pensar en que el genio está en la sensibilidad, en ningún otro lugar, como dijera Charles Baudelaire. Empeñemos de nuevo la patria y sus requiebros nacionalistas, entreguemos todo al verdugo, al derroche, la corrupción y la extravagancia. Olvidemos honestidad, frugalidad, decoro y dignidad mexicana. Seamos un Estado asociado.
¡Qué bueno, pues, que no se cerró el círculo! ¡Qué bueno que a la Presidencia no llegó un gerentillo! Hay esperanza, ¿No cree usted?
Índice Flamígero: Ya hemos comentado aquí, usted y yo, que ciertos comentócratas ven a José Carreño Carlón —vocero de Carlos Salinas de Gortari y actual director del Fondo de Cultura Económica— como il capo di tutti capi de quien reciben línea y recompensas. Por ello, no resulta casual que, luego de que AMLO anunciara la desaparición de ProMéxico —dependencia dizque promotora de las exportaciones mexicanas con oficinas en muchas capitales extranjeras— por inútil y dispendiosa de los recursos públicos, las críticas periodísticas en contra del Presidente Electo hayan arreciado y hasta se hayan vuelto groseras. Ahora le dicen a quien debe despedir. Ahora vituperan a quienes integrarán el próximo gabinete. ¿Y sabe usted por qué? Pues porque el junior Paulo Carreño es quien, tras su fracaso como fugaz subsecretario de Relaciones Exteriores para América del Norte, es quien dirige la ya casi desaparecidita ProMéxico. Órdenes son órdenes. Y los comentócratas las cumplen a cabalidad. + + + Antes de comparecer en el Senado de la República, el todavía secretario de Gobernación, Alfonso Navarrete Prida, se reunió en el hotel Sevilla Palace con un distinguido y rico empresario y con uno de los subsecretarios de Trabajo y Previsión Social, que encabezó hasta hace unos meses. ¿Qué estaban arreglando? ¿Algún pendiente? ¿Un pago no realizado? + + + ¿Qué le harían Videgaray y Guajardo a Canadá en el Acuerdo comercial con EU, que el gobierno de Trudeau respondió tan acremente fijando aranceles a los productos del acero fabricado en México?
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