EPN siempre despreció al Estado. AMLO, por el Estado de bienestar
Francisco Rodríguez viernes 6, Jul 2018Índice político
Francisco Rodríguez
Cyril Northcote Parkinson estableció hace unos años una ley peculiar, aplicable a las burocracias occidentales. Su extensa experiencia en el servicio civil lo llevó a concluir que un funcionario quiere multiplicar sus subordinados, no rivales, y que entre ellos se crean trabajos unos a otros, aunque aquéllos no sean indispensables para el funcionamiento efectivo.
Cuanto más tiempo se tenga para hacer algo, dijo, más divagara la mente y más problemas ficticios serán planteados. El trabajo se expande innecesariamente y los cortos plazos son sacrificados, en perjuicio de la gestión de obra, la dirección y la productividad de los programas esenciales.
Los datos se expanden hasta llenar el espacio disponible para su almacenamiento. Los gastos aumentan hasta cubrir todos los ingresos y el tiempo dedicado a cada agenda es inversamente proporcional a su importancia, sobre todo cuando un país es menos desarrollado. Hay una ausencia total de eficacia en el trabajo administrativo.
En la Hélade mediterránea, los pensadores de la antigüedad presocrática habían dejado muy claro que las obligaciones fundamentales de todo Estado constituido debían centrarse alrededor de dos cosas indispensables para cualquier reino: dar justicia y proteger a sus súbditos. Nada más, pero nada menos, dijera Azorín.
Esa apreciación milenaria del Estado no es menor y nos lleva a considerar que, desde sus orígenes, la única justificación de existir del Estado es brindar justicia y seguridad, en la más amplia acepción de los términos. A raíz de esos conceptos, se fue tejiendo una urdimbre tenebrosa que acabó haciendo del Estado, según Hobbes, un Leviatán superpoderoso, bélico y fisgoneador.
Después de analizar las obligaciones, modalidades, acepciones, teorías, definiciones, conceptos y toda la parafernalia escrita y enseñada sobre el Estado, se llega a la conclusión de que éste se ha convertido, después de ser el mandamás, en un pobre sujeto cargado de pasivos patrimoniales para con sus gobernados.
El Estado llegó a ser hace poco tiempo, hasta antes de que comenzaran todos los ataques contra su amenaza a los poderes hegemónicos, una entidad suprema, interventora y orientadora de la economía, los bienes socialmente productivos y la cultura, cuya razón de ser se justificaba en su participación para resolver las desigualdades en la distribución del ingreso y de los haberes públicos.
El Estado no necesitaba mayores definiciones, pues hasta el límite de sus fuerzas se trataba de un aparato regulador, eficiente y orientado hacia tales fines, benéficos por donde se les viera. Pero el neoliberalismo, la globalización económica, la prevalencia de las leyes de la oferta y la demanda y la operación de una supuesta mano invisible, lo redujo a su mínima expresión.
Los países pobres soltaron sus amarras y regulaciones y, sin rechistar, se entregaron a mandamientos interesados que los compelían a relajar las restricciones, aflojar su lucha liberacionista y entregar sus reservas geográficas y monetarias al empeño de países ricos que definieron desde entonces el nuevo perfil: el miedo al Estado y el desprecio de sus fundamentos.
Los ataques contra los Estados fortalecidos llevaron a que las teorías en favor de su adelgazamiento feroz tocaran todas aquellas atribuciones y facultades que lo hacían realmente indispensable para conseguir el mayor bienestar, la mayor justicia, la eficiente protección de los ciudadanos ante la inseguridad galopante.
El adelgazamiento del Estado constituyó un mito insondable. Todos los analistas de medio pelo se justificaban proponiendo talar el edificio que se había construido con tanto decoro e imaginación. Proponían sustituirlo con mayor participación ciudadana en los procesos y decisiones, lo que nunca llegó, pues ésta era demasiado insistente.
Los inteletuales -por cuales- del poder, que cada vez son más y cada día menos informados, preparados y más ostentosos y soberbios, hicieron una labor de zapa. Como supuestos representantes de la quimérica sociedad civil, sin uniforme y sin cargo, se propusieron reemplazar al Estado y casi lo consiguieron.
Cantidades inmensas de dinero presupuestal, proveniente de nuestros impuestos, se utiliza para saciar a los nuevos estadistas que atentan contra el Estado en su conjunto. Tesis, encuestas, proyectos gigantescos de reformas administrativas, latigazos teóricos sobre la eficiencia basada en el menor esfuerzo para el mayor provecho nos atosigan constantemente.
Pero a medida que se adelgazo al Estado hasta dejarlo como perro famélico, se agigantaron otras estructuras paraestatales que consumen mayores presupuestos que los programados para el funcionamiento esencial del ente regulador.
Los organismos constitucionales autónomos, la última invención de los descocados, acabó siendo el instrumento más eficaz para destinar las nóminas a pagar a los favoritos desplazados o demandados penalmente en otras funciones, aparatos al servicio del enjuague disfrazado para los negocios sin consecuencias, elefantes blancos sin rendición de cuentas ni de resultados.
Pero muchos argumentan que dichos órganos supuestamente autónomos se fabricaron para ejercer todas aquellas funciones reservadas al poder Ejecutivo, pero que éste, por su dedicación a algo más importante, no puede cubrir, no le alcanza el tiempo, dicen. El pobre Presidente se encuentra angustiado con tantas facultades, hay que ayudarlo, opinan.
Se repite constantemente la ley de Parkinson. Crean más burocracia, mejor pagada, más reconocida por sus talentos, más incómoda para la pobre burocracia atenida a sus magros sueldos y a sus inmensas tareas de barandilla. Los burócratas de los organismos autónomos se dedican a monitorear y evaluar su esfuerzo.
El desprecio al Estado se asienta sobre todas las “modernas” estructuras de seguridad y justicia que, como se esperaba, se han convertido en monitoras de actividades. Jamás se ha sabido que reciban gente para enterarse de las penurias y de posibles soluciones. Al contrario, cada día edifican bardas y controles más potentes para evitar su ingreso a las finas instituciones autónomas… de tareas.
Las materias de competencia, transparencia, derechos humanos, jueces nylon agrarios, administrativos y contenciosos, reguladores bancarios de lo insulso, quedaron en manos de “expertos” que jamás han conocido un problema en vivo. Están confinados en torres de cristal, pagando sueldos faraónicos a un selecto club de burócratas aislados de la realidad.
El miedo al Estado se ha convertido a grandes zancadas en el desprecio al Estado, a sus funciones, procedimientos y objetivos para procurar e impartir justicia y brindar protección contra la inseguridad. El desprecio a obligaciones que son la única justificación para percibir sus ingresos y cumplirle a la gente.
Son tareas demasiado aburridas para nuestros actuales patricios de huarache. No deben mojarse las botas. Que sigan como van, al fin y al cabo ya se van para jamás regresar, esperemos que ni ellos, ni otros de su baja estofa, de esa ralea que tantos sacrificios, violencia, rapiña y muerte le han impuesto al pueblo
El cambio propuesto por Andrés Manuel López Obrador debe contemplar el renacimiento del Estado.
Y, más aún, del Estado de bienestar. El mismo al que mató Carlos Salinas de Gortari desde que era el “cerebro” de Miguel de la Madrid.
Un Estado de bienestar como el que gozan los países europeos, particularmente los países nórdicos: Dinamarca, Noruega, Islandia, Finlandia, Suecia y Holanda.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: Como se esperaba desde que el candidato triunfante, en su mitin del Zócalo el domingo anterior, tras no pocos juegos palaciegos, Marcelo Ebrard se impuso y sacó a Héctor Vasconcelos de la cartera de Relaciones Exteriores que, para la transición y, posteriormente, para ocupar esa posición en el gabinete presidencial, originalmente había sido conferida al embajador Héctor Vasconcelos. Entre morenistas y no morenistas hubo disgusto por este movimiento, particularmente por la personalidad de Ebrard, que así cómo desplazó a Vasconcelos, va a eliminar a AMLO, tal y como ya desplazó a Claudia Sheimbaun como precandidata para el ‘24, al mejor estilo del finado Manuel Camacho que fue lo que al final perdió a éste: su descocada ambición personal. ¡Y lo que nos falta por ver…! + + + Escribe René Sánchez Galindo: “Las nuevas críticas contra AMLO encierran clasismo e hipocresía; sin embargo, aciertan en que a los gobiernos hay que exigirles. Por eso, considero que en lugar de cuestionar estas críticas debemos rebasarlas por la izquierda. Es decir, exigir al compañero AMLO, apoyarlo exigiendo desde la izquierda. Por ejemplo, Urzúa dijo que seguiremos la misma política en relación con el precio de la gasolina. Ello puede entenderse el primer año y tal vez el segundo, pero desde este momento debería iniciar la planeación para sustituir las importaciones de gasolina (además de transparentarlas) utilizando la capacidad de refinación existente, y en su caso construir una o tal vez más refinerías. Exigir esta planeación podría ser el papel de una izquierda crítica y compañera de la izquierda en el gobierno.” + + + En Naucalpan, que desde los 70’s se vistió de azul, hay una férrea oposición a reconocer el legítimo triunfo de Morena. Se habla del temor que tienen los salientes funcionarios del ayuntamiento a causa de su rapiña desatada.
www.indicepolitico.com
pacorodriguez@journalist.com
@pacorodriguez